El Estado social,  solidario y participativo

El Estado social,  solidario y participativo

EDUARDO JORGE PRATS
El gran dolor de cabeza de los dominicanos ha sido durante mucho tiempo la construcción del Estado. Mucho antes de la descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial y de los avatares de los nuevos y micro Estados surgidos a partir de la década de los 80 del siglo XX, los políticos e intelectuales dominicanos se cuestionaron acerca de la viabilidad del Estado nacional.

Sólo hay que repasar las ideas de Américo Lugo y las polémicas acerca de cuando surge el Estado dominicano, para comprender que la idea del Estado es central para nuestro concepto de nación.

Pero sea que se considere que el Estado dominicano surge con la independencia en 1844, con el entierro de las ideas anexionistas en 1873, con la primera intervención norteamericana en 1916 o con Trujillo a partir de 1930, lo cierto es que, mal que bien, los dominicanos tenemos un Estado. Que este Estado no cumpla con sus funciones esenciales es harina de otro costal que, sin embargo, debe ser abordada por todo ciudadano que se preocupe por los destinos de nuestra nación.

Hay quienes sostienen, dentro y fuera del país, que somos un “Estado fallido”. Esta tesis, que no es nada ingenua en la medida en que legitima la limitación radical de nuestra soberanía mediante esquemas cuasi o totalmente fideicomisarios, debe ser rechazada de plano, pues, con todas sus imperfecciones, el Estado dominicano mantiene el control del territorio nacional y sus habitantes y no hay poder político que cuestione ese control, como es el caso de Haití o de Colombia.

No obstante, el Estado dominicano falla en su función de garantizar los derechos sociales de todos y ello queda evidenciado en que somos una de las naciones que más ha crecido económicamente en el último medio siglo y, pese a ello, tenemos una de las peores distribuciones de la riqueza y de los ingresos en el hemisferio occidental. En otras palabras, no somos la nación pobre que perdió su soberanía a principios del siglo XX y, por el contrario, nuestro Producto Interno Bruto nos coloca en el “ranking” No. 69 del planeta.

De manera que el pastel, si bien puede seguir creciendo más, es ya lo suficientemente grande para que se reparta de modo más equitativo. Esto no quiere decir que retomemos el Estado interventor de los años 60 y 70 y que aumentemos más los impuestos a los más pobres y a los que ya pagan. No. De lo que se trata es de reorientar los recursos estatales hacia la satisfacción de los derechos sociales, que es la única manera no sólo de conectar la democracia con las demandas sociales, sino también de seguir creciendo mediante el aumento de la inversión nacional y extranjera provocado por una mano de obra calificada capaz de competir con las hermanas naciones del hemisferio.

Se requiere, por tanto, reinventar el Estado social. Esta reinvención del Estado, sin embargo, no puede hacerse sólo desde el Estado pues el Estado no es capaz de reformarse a sí mismo. Un Estado social, solidario y participativo sólo puede lograrse mediante una gran alianza de la sociedad civil, el Estado y los partidos tendente a lograr el marco legal e institucional de la verdadera gobernabilidad social. Este proceso de reinvención es escalonado y progresivo y por eso requiere la adopción de mecanismos que fomenten la democracia directa y la participación ciudadana.

Como candidato a senador del Partido Revolucionario Social Demócrata (PRSD) por el Distrito Nacional, he delineado, junto con dirigentes del partido y líderes de las organizaciones ciudadanas, una propuesta legislativa tendente a lograr este nuevo Estado social, solidario y participativo. Eje fundamental de esta propuesta es la Ley de Participación Ciudadana mediante la cual se ampliarían los espacios de participación de la gente en los asuntos públicos, se implementaría la fiscalidad participativa y los presupuestos participativos y, sobre todo, se sentarían las bases para que el ciudadano de a pie sea un actor esencial del proceso de reforma y reinvención del Estado. Todavía nos queda tiempo de propiciar este nuevo Estado desde un centro-izquierda antes de que nos arrope la ola populista autoritaria en medio del descalabro de los partidos tradicionales. 

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