El Estados Unidos imperial se retira de Irak

El Estados Unidos imperial se retira de Irak

NUEVA YORK.- Al final, el procónsul estadounidense salió de Irak con apenas una semana. L. Paul Bremer declaró que el país era un lugar mejor que aquel alguna vez lleno de cámaras de tortura de Saddam, agradeció a los funcionarios que prestaron servicio con él en la ahora desaparecida Autoridad Provisional de la Coalición, concedió poder al nuevo primer ministro iraquí, Iyad Allawi, y partió.

Fue una salida de bajo perfil que reflejó los problemas que Bremer, y quizá cualquier estadounidense, no pudo resolver. Los iraquíes, en su vasta mayoría, se sintieron complacidos de ser liberados de su dictador y se sintieron hipnotizados por su primera aparición en el tribunal la semana pasada, pero no deseaban ser gobernados por Estados Unidos.

La Era del Imperio ha pasado, y los gobiernos en todo el mundo se sentían incómodos con lo que consideraban como el desvergonzado ejercicio de autoridad estadounidense sobre un país reducido al estatus de vasallo a través de la fuerza de las armas. Bremer, un cristiano que gobernaba un país musulmán, no podía fallar en ser un pararrayos para los extremistas islámicos en Irak y más allá.

Quizá «procónsul», con sus ecos de la Roma imperial, es una palabra dura para el ex administrador de Irak. Conocí a Bremer en diciembre pasado en su oficina en el extraño Palacio Republicano de Saddam, construido en el estilo fascista mesopotámico favorecido por el déspota. Tenía apariencia de hombre de negocios, con actitud decidida y aire retraído. Pero el escenario, un adornado monumento al tirano, parecía capturar todas las contradicciones irreconciliables de su papel.

La misión de Bremer era llevar libertad y democracia a Irak. Sin embargo, proponía el gobierno «del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» desde un palacio dentro de una extensa fortaleza conocida como la Zona Verde, donde carecía de contacto con la vida de los iraquíes promedio.

«No actuamos como un imperio», declaró memorablemente el secretario de Defensa, Donald H. Rumsfeld, después de la primera fase de la guerra. Pero Bremer se vio obligado a hcer algo que parecía precisamente eso. Dirigió asuntos políticos, distribuyó contratoss, redactó reglas y discutió la siguiente acción militar con comandantes estadounidenses en el palacio, todo en un país donde la hostilidad no podía ser controlada y que no era y nunca sería suyo.

Aquí, quizá, estuvo el meollo del problema: Estados Unidos rara vez, si alguna, pareció más un imperio en un disfraz británico del siglo XIX que durante los 14 meses del régimen de Bremer. En realidad, el grado de la riqueza, poderío e influncia cultural de Estados Unidos hoy en día le da un dominio que casi seguramente excede a cualquiera logrado por Gran Bretaña, incluso en el clímax de su poder.

En Irak, el uso que hizo Estados Unidos de su poder fue torpe. Esta no fue una hegemonía por consenso, o un imperio por invitación, o un régimen a través de sustitutos, sino la mano directa del procónsul del Presidente George W. Bush puesta en todas las palancas importantes del poder iraquí. Que el régimen tuviera un objetivo declarado noble por parte de Estados Unidos escasamente parecía importar.

Sí, Estados Unidos gobernó Cuba y Filipinas después de la Guerra Hispano-americana, pero se retiró de Cuba bastante rápidamente y de Filipinas en 1946. Sí, Estados Unidos gobernó y reformó a Alemania y Japón después de 1945, pero el consenso en torno a esa empresa después de la Segunda Guerra Mundial fue abrumador. Sí, Estados Unidos, durante la Guerra Fría, estaba dispuesto a demostrar que castigaría a los desertores del campo occidental, y lo hizo en Chile y otras partes. Pero entonces había dos imperios.

«Cuando teníamos la mitad del mundo y los otros tipos eran realmente desagradables, nuestro poder imperial a menudo era considerado como algo bueno», dijo Charles S. Maier, historiador de Harvard. «Pero cuando se es único, parece menos atractivo y más conspicuo».

Ciertamente, el régimen estadounidense en Irak a menudo ha parecido opresivo. De manera que no es sorprendente que la presencia de Estados Unidos ahí, que perdura en la forma de más de 130,000 tropas, haya provocado un vívido debate sobre si Estados Unidos es hoy en día un imperio. Las opiniones van desde una aceptación de la etiqueta hasta la indignación.

Mucho de lo segundo ha provenido del propio Bush, quien insiste: «No buscamos un imperio. Nuestra nación está comprometida con la libertad para nosotros mismos y para otros». Pero algunos de sus simpatizantes neoconservadores han sugerido que Estados Unidos no necesita ser tímido al dirigir al mundo.

Niall Ferguson, el historiador británico, ha descrito un Estados Unidos que niega su poder imperial y como resultado es inefectivo al llevar libertad y riqueza a partes del mundo donde su influencia aún podría ser benéfica. Muchos integrantes del gobierno de Bush, desde el subsecretario de Defensa, Paul D. Wolfowitz, hasta Condoleezza Rice, la asesora de seguridad nacional, rechazan la palabra «imperio» pero no ocultan su convicción de que Estados Unidos debe esforzarse por llevar sus valores a lugares como Oriente Medio, no obstante lo audaz y riesgosa que sea la tarea.

El hecho sigue siendo que la mayoría de los estadounidenses albergan una desconfianza instintiva y profunda ante cualquier sugerencia de ser un imperio, quizá porque el país fue fundado en hostilidad hacia el imperialismo británico y ha tenido su propia vasta frontera que establecer.

En cuanto a los europeos, parecen haber llegado a la conclusión de que el Estados Unidos de Bush es imperialista, al menos: un país, es decir, dispuesto a ejercer su abrumador poder «duro» y «suave» -militar, económico, cultural- para promover su propia opinión de su seguridad y obtener lo que quiere.

)Qué hacer de todo esto? La invasión de dos países musulmanes desde el 11 de septiembre del 2001 ha demostrado ampliamente que Estados Unidos tiene las características de un imperio y un dominio militar que es extraordinario según cualquier estándar histórico.

Pero la experiencia de Irak ha demostrado, con igual claridad, que cuando Estados Unidos no disfraza su fuerza imperial, cuando un procónsul encabeza a una «poder de ocupación», está sujeto a encontrarse en una posición insostenible con bastante rapidez.

Hay tres razones: El pueblo que está siendo gobernado no acepta esa forma de régimen, el resto del mundo no lo acepta y los propios estadounidenses no lo aceptan. Sin embargo, muchas personas alrededor del mundo, incluso ahora, ven al liderazgo estadounidense como esencial para la seguridad, estabilidad, prosperidad y la propagación de las sociedades abiertas. De manera que el desafío para Estados Unidos radica en encontrar la mejor manera de alcanzar un equilibrio entre la inevitabilidad de su dominio para el futuro previsible y el hecho de que una expresión demasiado abierta o brusca de su dominio molesta a amplias extensiones del mundo.

«Un imperio impone, pero el liderazgo crea apoyo, y lo que Estados Unidos debe buscar es liderazgo», dijo Karl Kaiser, ex jefe del Consejo Alemán sobre Relaciones Exteriores y ahora experto visitante en Harvard. «En el siglo XXI, la idea del imperio simplemente es obsoleta».

Pero un consenso internacional no siempre puede ser forjado, por supuesto, y podría haber ocasiones en que Estados Unidos sienta que tiene que actuar en aislamiento para defender sus intereses. Lo que parece claro por la experiencia iraquí es que, en este caso al menos, Estados Unidos fue incapaz de convencer al mundo de que realmente había agotado las alternativas o enfrentaba una amenaza inminente a su seguridad nacional. Como resultado, pareció imperioso y, una vez que Saddam fue derrocado, imperial.

Estados Unidos puede encabezar e inspirar a un grupo de élites cooperativas en Europa, Asia y Latinoamérica que, abierta o tácitamente, acepten su primacía. «Pero tiene que demostrar que está dispuesto a adaptar sus ideas», dijo Kaiser. «Los imperios no hacen eso».

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