El estoicismo del Padre Alemán

El estoicismo del Padre Alemán

Dirige la facultad de Economía de la PUCMM, es el Superior de la Casa de los jesuitas, ejerce labores pastorales y escribe artículos semanales para HOY.

POR ÁNGELA PEÑA
El cáncer habita en su cuerpo desde hace 19 años cuando le detectaron un carcinoide, en 1988. En él no hubo alarmas ni angustias. Siguió las indicaciones y los tratamientos médicos y continuó con normalidad su vida de docente, escritor, economista, sacerdote. En el 2004 otra área de su cuerpo era invadida por el terrible mal: el colon. Y el año que pasó, un nuevo tumor maligno se alojó en su hígado. Hace apenas tres semanas que el padre José Luis Alemán regresó de La Florida donde fue sometido a un “cateterismo quimioterapéutico hepático”. Un breve retiro de recuperación a la ciudad de Santiago hizo correr el rumor de que el eminente catedrático universitario estaba “muy mal”.

No era tan grave pese al triple embate. Pasaba en aquel pueblo lo que él, con humor increíble a pesar de tantas y tan reiteradas pruebas describe como los síntomas del embarazo: las náuseas, jaquecas y mareos de la quimio, que fue muy considerada con él porque no lo ha dejado calvo. “El cabello que he perdido es por el proceso natural de la viejitis”, comenta sonriente.

Se le encuentra frente a su computadora haciendo las revisiones finales a dos conferencias sobre el área de su especialidad. Con 78 años, tres cánceres, las secuelas de una accidentada caída que le fracturó ambas piernas, una hepatitis C y una embolia pulmonar, dirige eficientemente la facultad de Economía de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra en su Recinto Santo Tomás de Aquino, es el Superior de la Casa de los Jesuitas de la Correa & Cidrón, escribe sus artículos semanales en HOY, ejerce labores pastorales y conduce su vehículo. Regresó a la capital guiando desde La Hidalga.

Luce completamente saludable aunque una gruesa faja cubre su abdomen para evitar que vuelva a abrirse la herida en el vientre que explotó tras un estornudo cuando sufrió la embolia. Esa piel quedó muy quebradiza. Pero la disimulan el saco y la corbata. Quien lo ve y escucha, rozagante, lógico, lúcido, no supone remotamente que está frente a un convaleciente.

¿Es un milagro andante, un hombre de fortaleza superior a sus afecciones que las enfrenta ignorándolas?

“No, no, no es ningún milagro, es que no tengo los papeles en regla, soy un emigrante indeseado y estoy cultivando esa calidad”, contesta ocurrente.

Es de familia, agrega. “Tengo una educación muy estoica, el estoicismo es que tú aceptas lo que te viene y no pierdes tu tiempo en preguntarte por qué viene eso ni qué efecto tiene, tú aguantas, no quiere decir que no experimentes, porque morir no es una cosa agradable, y yo, en varias ocasiones, he estado muy cerca del otro lado”.

Ciertamente, quienes le visitaron en Manresa Loyola cuando se le complicó la vida después de la caída, con problemas de coagulación, cardíacos, inapetencia, inmovilidad, pensaban que ese era su final. El padre Alemán estaba consumido, los ojos hundidos y casi se podían ver sus huesos. Estaba esquelético, siempre acostado y visitado sólo por allegados muy especiales, debido a su condición.

“Yo también creí que me moriría, pero eso vino de otro problema”, significa, y explica su más reciente adversidad. “En el tratamiento del primer cáncer tuvieron que hacer transfusiones de sangre, en 1988, y entonces no se examinaba hepatitis C, y yo tengo hepatitis C. Me decía un doctor que generalmente la hepatitis C no es muy seria, que lo que te hace es que te desanima, te quita actividad, pero a la larga suele terminar en cirrosis o en cáncer. Yo no tengo cirrosis”.

Cuenta de su gravedad como si disfrutara de un helado. Porque estos cánceres, manifiesta, “son originales todos, no son metastáticos, uno no ha pasado a otro, eso es lo que es grave”, explica, “porque es una infección generalizada, cuando de una parte de un órgano se pasa a otro, sería metástasis, cuando es original, es que empieza otro”.

Los repetidos internamientos y consultas han agregado al léxico del economista el vocabulario de un galeno. Está consciente de cada intervención, los posibles resultados, los procedimientos y peligros.

“Me falta la mitad de la barriguita, la mitad del colon”, significa y explica la más reciente operación en Miami. “Te introducen un émbolo por la femoral, pasa la aorta y al final, al hígado. Es muy bonito porque tú estás consciente totalmente, no hay anestesia de ninguna clase y tú estás viendo una pantalla, como si fueran hojas de árboles y sus ramificaciones, entonces ellos van por allí conduciendo el émbolo hasta el lugar donde está el cáncer y entonces le dejan un regalito de unas capsulitas que son quimioterapia, de un ataque químico al cáncer”.

¿Cómo es que anda tan despreocupado y chistoso y en vez de descansar trabaja y no para de estudiar, de estar al día en su profesión?

 Responde que no es verdad que se maneja la enfermedad, “uno no la maneja, uno aguanta, soporta, pero esa actitud no es religiosa, es estoica, de aceptar lo que viene, uno la puede sublimar. ¿Decir que uno aguanta la voluntad de Dios en la vida? Es cierto, pero yo creo que la base es la actitud psicológica de aceptar primero y de no perder tiempo ni criticando ni pensando en qué va a venir. Aguanta, no es carencia de dificultades ni que nada sea agradable, no, no, uno experimenta lo desagradable, experimenta angustia: la muerte es cosa seria, el alma como que no quiere separarse de este cuerpo”.

“Yo leo mucho”

José Luis nació el 16 de septiembre de 1928 en México, Distrito Federal, hijo de José Braulio Alemán Urquía y María Ivonne Dupuy, francesa. Hizo sus estudios universitarios en España y Alemania donde alcanzó los grados de licenciado en Estudios Greco-Latinos, Filosofía y Teología. En la Universidad de Frankfurt am Main estuvo durante diez años haciendo carrera de Sociología y Economía. Obtuvo el doctorado en Economía.

Vino al país en los años 60 después de haber vivido largos años en Cuba. Ha presidido diferentes instituciones sociales, comunitarias y centros de investigación de la Compañía de Jesús, a la que pertenece. Ha sido editor de varias publicaciones periódicas de la Orden y fue secretario de la Comisión Episcopal “Justicia y Paz” del Episcopado Dominicano. Es autor de más de cinco libros y de miles de artículos sobre economía dominicana y de un volumen sobre esa rama escrito en alemán.

La única actividad que ha suspendido por la enfermedad es la docencia porque teme que no podría soportar todo el semestre, dice, la dejó “por un elemental sentido de responsabilidad: tú no debes empezar cosas que no tengas la seguridad de acabar”, expresa.

Hay otro punto, agrega: existe una enorme cantidad de dominicanos muy preparados que están regresando a la República Dominicana a los que hay que abrir paso. “Hay carreras que son científicas y otras que son profesionales, la economía es más profesional que científica, a no ser que tú dediques tiempo completo a la enseñanza, o algo así, entonces la vida innovadora de una persona que se dedique a la profesión está limitada, cuatro, cinco años, poco a poco, sin darse cuenta, si uno no hace un esfuerzo enorme por actualizarse, pues pierde”.

Él se mantiene al día leyendo, mucho, “todo el tiempo que pueda, pero mucho”. Ha repasado todos los autores clásicos, porque debió impartir la materia “Análisis del Pensamiento Económico” y él encuentra en los clásicos lo que no ve en los libros de texto, que lo que hacen es “recoger lo que otros han probado, digamos probado, porque no hay nada probado para siempre que no sea una revelación divina”.

“Los grandes autores son los que crearon cosas, entonces lo importante es experimentar, porque se experimenta en la lectura la creación de nuevas maneras de concebir la economía, eso en un libro de texto no aparece, aparecen tres líneas ¿y dónde está dicho esto? Se te va lo importante”, declara.

Alemán, que tiene tantos años de experiencia docente, asegura que la mejor asignatura que impartió el año pasado fue a estudiantes de doctorado para darles una Introducción a la Macroeconomía. Cuenta que tomó el libro de John M. Keynes, “La teoría general del empleo”, “que no es muy fácil, y eso fue lo que trabajamos, leyendo, en el mismo texto, en inglés”.

“¡Óyeme, exclama entusiasmado, y esa gente aprendió a pensar económicamente! Si tú le das un libro de texto a lo mejor se aprenden 54 fórmulas, pero no saben pensar. Estoy convencido de que la clave para una formación básica, no digo para la especialidad, obviamente es estar al día en estas cosas, es leer los autores fundamentales de una carrera”.

Es el mismo bondadoso, carismático, tierno y gentil profesor, aunque no esté en las aulas. La oficina se le llena de estudiantes a los que recibe con un cariñoso: ¿Y ahora, qué te pasó? ¿Qué haces aquí?”. Los manda a pasar y les orienta como el maestro que no dejará de ser, como el economista razonable y calculador, con reciedumbre, vigor y alegría que no han disminuido con los años, que no han podido aniquilar sus cánceres, uno de ellos tan viejo que es ya parte de la familia.

“¿Decían que estaba muy mal? Ya me ves, estoy bien, hago mi trabajo normal. Me fui a Santiago porque me sentía cansado”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas