Los seres humanos tenemos cada quien la capacidad muy variable para afrontar las adversidades de la vida. Reaccionamos cada uno de manera muy particular frente al estrés, condición de la que se habla hace más de 40 años y todavía no hay una definición fisiológica que pueda ser “absoluta”. Todos tenemos nuestras propias definiciones, que van desde: un pánico, una aprensión, un sobresalto. Nada que decir de las sensaciones por los retos en el trabajo, los conflictos de la cotidianidad, el tránsito, los pagos, los horarios y las frustraciones por metas no alcanzadas. El ignominioso estrés, se hará más severo en la medida que cumpla con estos cuatro elementos que son: la novedad, lo impredecible, la sensación de que perdemos el control de su manejo y la cuarta que el asunto represente una amenaza para nuestra personalidad.
Al hombre moderno no lo persigue el Sipnosaurus, el dinosaurio que se comía al hombre prehistórico en las cavernas, pero tenemos otros “monstruos” estresantes. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, se predice que para el año 2020, la depresión, como consecuencia del estrés crónico, será la segunda causa de invalidez en el mundo. Son hoy numerosas las investigaciones, que se refieren a los daños neuronales que se producen en el cerebro por esas demandas estresantes que rebasan nuestra capacidad cerebral de armonizar con los retos del buen convivir y nuestro equilibrio emocional. Una de las autoridades mundiales en el estudio del estrés crónico, es la doctora Sonia Lupien, psiquiatra de la Universidad de Mcgill en Montreal, quien señala que: nadie sabe cuándo empieza a generarse el estrés crónico, que es el verdaderamente dañino, ella lo ha dividido en tres fases: las primeras manifestaciones son digestivas, la digestión cambia, hay gastritis, diarreas, etc., luego dolores migratorios en numerosas partes del cuerpo y por último, es el mismo cerebro muy abrumado quien nos pide “un descanso”.
Las hormonas y los neurotransmisores, que se producen en situaciones de estrés liberan finalmente el cortisol, hormona estimulante que nos prepara para la “guerra o la huida”, pero que cuando estas situaciones estresantes se convierten en crónicas, está demostrado que su exceso nos conduce a la disminución de la memoria y a la depresión. Las neuronas se dañan, reduciendo el tamaño de la masa cerebral y nos arrastran a padecer más fácilmente depresiones, Alzheimer y Parkinson. Esa alteración emocional, negativa y sostenida provoca la pérdida de conexiones neuronales. De esos enlaces cerebrales es que depende nuestra razón de ser. Produciendo daños estructurales a las neuronas del aprendizaje, la memoria y la alegría.
Las neuronas, se afectan mediante la acción de un interruptor genético (proteína que altera la expresión de los genes). La acción de las sustancias estresoras, producen una inhibición funcional de las conexiones de las células nerviosas, dañando los enlaces neuronales, las llamadas sinapsis y los receptores donde actúan algunos neurotransmisores como: el glutamato, la dopamina y la serotonina, que tienen que ver con la memoria, el ánimo y la felicidad, como consecuencia de desgastes en áreas vitales del cerebro humano. Las más afectadas, la corteza prefrontal y el núcleo acumbens cerebral, el cual desempeña el papel principal en nuestra capacidad para luchar contra el estrés y hacernos resistentes a padecer depresión. Recientemente se confirma que todo está mediado por una proteína, la beta-catenina, que es la que daña las células cerebrales, principalmente las neuronas ricas en receptores de dopamina del tipo D2, es lo más actual en este campo. Esto surge en ocasión de una investigación dirigida por Liam Davenport, con un grupo de neurocientistas estadounidenses, se publicó en Nature, en noviembre del año recién pasado.
De acuerdo al psiquiatra español José López Rodríguez, vicepresidente de la Asociación Española de Psiquiatría, las personas desmotivadas, que no realizan ninguna actividad tienen también con frecuencia los mismos síntomas nocivos que las personas estresadas. Casi siempre asociamos el estrés a situaciones relacionadas con los excesos de trabajo, a las cargas familiares, etc. Sin embargo, hoy sabemos que ese holgazán se estresa igual que aquellos que tienen gran hiperactividad. El estrés severo está demostrado que altera: la memoria, la alegría, el sueño y el apetito sexual. Lo peor, es que nos afecta iniciando tristes sentimientos depresivos. Cuidémonos de ese severo y crónico estrés. ¡Nos daña el cerebro!