El eterno reinicio de la inquietud dogmática

El eterno reinicio de la inquietud dogmática

La sociedad dominicana continúa siendo idealista. Tiene grandes vínculos con el horizonte del futuro y con las experiencias pluralistas. Hoy tenemos la oportunidad de asistir y ser testigos de un comportamiento colectivo determinado por la articulación de distintos procesos políticos, cuya definición como tales depende del contexto donde se proyecten o realicen.

Hay muchas reacciones, percepciones, propósitos y opiniones de distintos sectores que relevantemente se contraen producto del factor transitorio del evento electoral.

Todo luce subordinado y perturbado por una ola de dictados de conciencia. Se intuye una cuestión de naturaleza social que ha inducido a que en la presentación dogmática de los problemas nacionales a la luz pública aparezca el Estado como el actor principal y el gobierno como el agente catalizador del bienestar y la seguridad ciudadana. Así, la sociedad en sí misma es, un gran foco de atención de todos con arreglo a su esencial subjetividad.

La idiosincrasia dominicana y el sistema político se han exteriorizado en los meses recientes con una extrema complejidad. Fluctúan entre el equilibrio y la vacilación, entre las luchas partidistas y las tensiones grupales que traen consigo la reafirmación o no de la organización vertical.

Al interior de los poderes del Estado coexisten núcleos de individuos con objetivos, mejor dicho con apetencias desbordantes; otros, teniendo en juego la supervivencia de múltiples interacciones, y otros, los más, apostando a la ambigüedad o a la pérdida de vigor de la democracia con el aniquilamiento de los intereses de la mayoría.

La organización social está influenciada por un inacabable debate que irá menguando en la medida en que logren aislarse sus actores en las respectivas élites que sancionaban o no sus compromisos de poder. Tal es el caso del empresariado nacional que siempre manifiesta estar preocupado por la gobernabilidad del país, así como por la situación fiscal, aún cuando no sabemos si habrá una polarización electoral.

En tal sentido, la comunidad nacional luce disfuncional. Cada individuo sólo avanza hacia la consecución de las utilidades que consume.

El comportamiento económico que notamos ha empujado a la clase media a una accidentada movilidad. No se percibe en los distintos grupos un modus vivendi de opresión política. Mientras que las clases más pudientes continúan autorizándose a ambicionar más valores de bienestar y prestigio.

Hay una serie de elementos y hechos (conocidos por todos, demás está reiterarlos) que, muestran las situaciones que dieron origen a los síntomas que hemos cualificado, así como a la abstención hacia un equilibrio social, así como al desplome de la manipulación de los oligopolios de los medios de comunicación.

Lo más desmesurado que hemos observado es el comportamiento de las clases bajas del pueblo. Estas se mantienen tranquilas, obedientes, ajustadas fidedignamente a ser racionales y obedientes a la institucionalidad.

Estas clases, no obstante, están muy intensas, exageradamente intensas en sus críticas. Son entes homogéneos (no heterogéneas como las de posición intermedia alta y alta), son tan juiciosas que sólo apilan sus vidas cotidianas.

La seguridad de la sociedad se mantiene, no obstante, el llamado a la armonía se percibe con hipocresía, y las contingencias sólo se reconocen como un hecho existencial, como actitudes de infección ideológica.

El status quo deriva de una atemperada realidad. Los arbitrajes de los grupos de participación ciudadana invaden a la nación. Hay una clara exaltación sobre la ilusión de perniciosas abstracciones que pretenden e insisten en reforzar una «predictibilidad» de ideas nocivas.

Estas ideas están influenciando y albergándose en la multitud actuante junto al péndulo que equipara el deseo de participación de todos con la mezcla de los dogmas en términos reales.

A propósito de esta cadena de inquietudes que no es sólo retórica o criterios vitales sobre las futuras propuestas programáticas de los políticos que pudiéramos escuchar, recuerdo una declaración de Su Eminencia, Monseñor Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, en un programa de Fe y Alegría de junio de 1996 donde advirtió que: «la República Dominicana está por encima de los intereses de cualquier persona, sobre todo los que han mantenido esas actitudes reptiles que no se compadece con la dignidad de una persona».

Lo que nos queda en el presente como asunto pendiente es colaborar con la Nación en la realización de una agenda de sus asuntos prioritarios, para que la vida nacional se desenvuelva sin trastornos, ya que la angustia moral abarca todo como una angustia peculiar que nos sacude y nos devora ante las vendettas de varias generaciones que se agrupan sin comprender las lecciones históricas.

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