El evangelio perdido de Judas

El evangelio perdido de Judas

M. DARÍO CONTRERAS
El pasado Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa cristiana, el canal televisivo de la National Geographic Society estrenó un documental de dos horas de duración sobre un códice gnóstico perdido, encontrado en Egipto hace unos 50 años. Este documento, escrito hace 1,700 años atrás, según una datación con carbono radioactivo, narra una versión distinta del papel jugado por Judas Iscariote en la pasión y muerte de Jesucristo, ya que la llamada “traición” de Jesús por Judas se presenta en este “evangelio” como un acto de obediencia del vilipendiado apóstol a una confidencia y pedido hecho por el propio Mesías de Galilea.

Mediante este acto, Judas ayuda a Jesús a cumplir su misión, la que consiste en poder despojarse de su envoltura corporal para liberar el espíritu divino del verdadero hombre que no muere. A su vez, Jesús le advierte a Judas el gran sufrimiento que ha de padecer por su acción, pero le promete que su sacrificio será recompensado porque su estrella brillará más que todas las demás en el Reino hacia el cual se dirige Jesús. Aun más, solamente a Judas entre los apóstoles se le permite tener una visión del Reino prometido por el Divino Redentor de la Humanidad.

El códice de Judas, en papiro y escrito en cóptico, lenguaje de los antiguos cristianos del Egipto, se reputa como una copia fiel de un documento mucho más antiguo, quizás contemporáneo de los cuatro evangelios canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, considerándose que el de Marcos precede a los otros cronológicamente. Antes de que fueran oficializados estos evangelios por San Irineo (130-200dc), obispo de Lyon, alrededor el año 180, existían más de 50 versiones evangélicas que pugnaban por reconocimiento, de las cuales fueron seriamente consideradas unas pocas para quedarse con las cuatro oficiales. De los evangelios descartados quizás los más famosos son el de Tomás, el de Judas y el de María Magdalena. Estos evangelios, llamados apócrifos, pertenecen al gnosticismo que prevaleció en el segundo siglo de nuestra era, que los Esenios del primer siglo antecedieron – los autores de los Rollos del Mar Muerto hallados en unas cuevas cerca de Qumran. Muchos estudiosos y eruditos religiosos consideran que Juan el Bautista y Jesús pertenecían a la secta Esenia que dio origen a lo que fueran las primeras enseñanzas cristianas. Esta secta se disolvió tras la conquista de Jerusalén por los romanos cerca del año 70dc. La irradiación del cristianismo desde la Palestina hacia las áreas cercanas, como el Egipto, dio lugar al surgimiento de las distintas escuelas de pensamiento cristiano, como lo es el rito cóptico. De esta tendencia religiosa salieron los escritos descubiertos en Nag Hammadi, Egipto (1945).

Estos escritos, al igual que los de Qumran, han vertido luz sobre las enseñanzas en los inicios de la cristiandad, especialmente porque confirman, aclaran y contrastan con los evangelios canónicos. La importancia de estos hallazgos, sin embargo, reviste una importancia especial porque la documentación rescatada ha sido minuciosamente estudiada, revisada y analizada por reconocidos expertos de las distintas denominaciones religiosas, de continentes distintos, que han puesto al servicio de las creencias religiosas todo el peso de la ciencia y de la tecnología modernas. Por supuesto, la Iglesia Establecida, que por siglos ha mantenido una determinada interpretación de las enseñanzas de Jesucristo, ve con mucho recelo cualquier cuestionamiento a sus dogmas, pues se considera que todo lo que se busca es desacreditarla por un afán de mentes ateas que no soportan el imperio de la Fe sobre la Razón. Todo esto nos parece infundado porque el ser humano, mientras se encuentre frente a la realidad de la muerte, seguirá aferrado a la esperanza de algo más allá, a lo religioso. Además, la búsqueda del conocimiento desde que Adán y Eva decidieron comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, no cesará mientras razonemos y continuemos buscando la Verdad.

Quizás para la mayoría de nosotros resulta mucho más cómodo seguir a la tradición y no cuestionarla. No podemos negar, tampoco, que la llamada Verdad tiene para nosotros un elemento que es muy particular, el cual experimentamos de manera individual. ¿Cómo negar lo que han sentido santos y mártires de la Iglesia, dispuestos a ofrendar sus vidas por una creencia vivida en grado sumo? La realidad tiene matices que dependen del cristal con que la miremos. La misma escena puede ser percibida e interpretada de distintas formas por diversos observadores. Nuestros sentidos y nuestras mentes matizan lo que experimentamos. Cada quien, en última instancia, debe buscar y encontrar aquello que le da significado y sentido a su vida. Lo verdaderamente importante, para los que celebran sus creencias religiosas con fervor auténtico, no es tanto si Jesús estuvo o no casado, o si hizo o no a Judas parte de un acuerdo secreto. Lo que debe primar es cumplir con el mensaje de amor y de solidaridad que ha llegado a nosotros de Aquel, que de acuerdo a la tradición, ofrendó su vida como ejemplo de expiación y de conmiseración por sus semejantes, incluyendo aquellos que lo maltrataron y lo condenaron.

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