El evangelio y la mujer

El evangelio y la mujer

LEO BEATO
«Es un hecho innegable que en la Iglesia hay tres veces más mujeres que hombres comprometidos con el Evangelio». Estas son palabras del teólogo católico holandés Fray Eduardo Shillebeeckx. En otras palabras, que ha habido discriminación contra la mujer desde el principio. E inmediatamente afirma: «Esta discriminación se debe a razones puramente culturales que en el momento actual no tienen sentido».

Juan Pablo II en su encíclica «Dignitatis Mulieris» propuso el argumento de que Jesús no llamó a ninguna mujer a ser apóstol. Sin embargo, en Mateo 25:55-56; Mc 15:40-41 y en Lucas 23:49-55 constatamos que entre los seguidores de Jesús había también un grupo de mujeres. Los doce Apóstoles representan a las 12 tribus de Israel y, por lo tanto, tenían que ser judíos circuncisos, símbolo por antonomasia de una cultura patriarcal y androcéntrica, tal como lo afirma la teóloga Margarita Pintos en su estudio «El Ministerio de Las Mujeres Ordenadas en la Iglesia». Después de todo fue una mujer la que   proclamó por primera vez la divinidad de Jesucristo (Isabel); fue también una mujer (su madre) la que proporcionó el milagro de Canà dando principio al ministerio de su Hijo. Fue también otra mujer  la que dio testimonio y proclamó su resurrección (María Magdalena); y fueron las cuatro Marías las que tuvieron la valentía de acompañarlos en el Calvario mientras los machos se escondían en el Cenàculo (con exepción de Juan).

La primera misionera de Galilea fue tambien mujer (La Samaritana, Juan 4:3-4); la primera profesión de fe salió también de labios de una mujer, Marta de Betania, poco antes de la resurrección de su hermano Lázaro y ante la declaración de Jesús: «Yo soy la resurrección y la Vida?»  A su hermana María la tradición cristiana la nombró «Apostola Apostolorum» (la Apóstola de los Apóstoles) debido a su liderazgo antes, durante y después de la Resurrección. Existe un evangelio deuterocanónico adjudicado a Tomás el Dídimo (aquel que dudó de la resurrección del Señor) donde se presenta a María Magdalena como parte integral de los Apóstoles.  Además, en Romanos 16:7 San Pablo escribe: «Saludadme a Andrónico y a Junías, mis parientes y compañeros en prisiones los cuales son altamente amados entre los Apóstoles».

Es decir, que había una Apóstol entre los Apóstoles de nombre Junías a la que luego trataron de cambiarle el nombre llamàndola «Junio» como si se tratara del sexto mes del año dedicado a la diosa romana Juno, la reina de los dioses por ser la hermana-esposa de Júpiter equivalente a la diosa griega Hera. Pero, como diría San Agustín años después: «No se puede mentir intencionalmente aún en el nombre de Dios». Esta actitud misógina (anti-femenina) ha llegado hasta nuestros días basada en la interpretación equivocada del Génesis 2:7 donde se dice que “Dios sopló aliento de vida en el hombre” (no en la mujer). Basàndose en esta premisa algunos padres de la iglesia consideraron que las mujeres, como los esclavos y los animales, no poseían alma. Hasta el año 1922 esa premisa primaba hasta en el Congreso Norteamericano prohibiéndole a la mujer el derecho al voto hasta que se enmendó la Constitución. Sin embargo, en el mismo Génesis aparece una versión mas clara de la realidad. En Génesis 1:27 se lee: «Y creó Dios al hombre a su imagen y semejanza; varón y hembra los creó».

En otras palabras, que, contrariamente al paradigma (modelo arquetipal) que ha reinado hasta nuestros días de que la mujer es inferior al hombre porque, después de todo, Dios es «varón» (¡tremendo disparate!), la realidad es otra. El ser humano tiene dos polaridades o manifestaciones igualitarias y complementarias una a la otra que, comprendidas en su sentido integral, balancean la realidad de nuestro universo. Hasta en Dios hay dos manifestaciones complementarias: Padre-Madre. Las dos se complementan en lugar de segregarse. Una està incompleta sin la otra. En otras palabras, que sin la mujer no hay iglesia.

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