El excremento del demonio

El excremento del demonio

R. A. FONT BERNARD
Desde los tiempos más remotos el petróleo ha delatado su presencia en el Próximo Oriente. En los desiertos, en los arenales y en los mares, los llamados “fuegos eternos del Irak” han ardido durante milenios, sin que los habitantes de esas regiones imaginasen que ese mineral se convertiría, en la actual etapa de la humanidad, en una especie de droga de la civilización.

Consta históricamente que los egipcios embalsamaban a sus faraones muertos, con el empleo de destilados del petróleo procedente del Mar Rojo y del desierto occidental. Y consta, además, que los jardines colgantes de Babilonia se sostenían gracias a la brea colocada entre los ladrillos con que fueron construidos. Y como es sabido, en la Biblia, en Plinio el Viejo, en Herodoto y en los relatos de los viajeros que transitaban por esas regiones hay abundantes noticias, de la presencia y del empleo del petróleo, en múltiples formas, ora como material de construcción, y ora para la iluminación, como medicamento, e inclusive como afrodisíaco.

En un capítulo del Diario de Colón figuran unos pasajes relativos a la existencia de ese mineral en las tierras del Nuevo Mundo. Muchas y muy variadas cosas traen a esta isla de otras tierras –escribió el Gran Almirante–, la principal y muy codiciada es como una brea o betún. “En vista de ello, los caciques de estas tierras invitan a los caciques de las tierras que producen ese betún, que son la tierra de los Macuto, y Tamanacos, Mayas y Aztecas”.

Y como dato investido de valor histórico, vale consignar que en un Manifiesto dirigido “Al País”, el año 1866, un grupo de dominicanos exiliados en Curazao expresó su protesta contra la disposición del Presidente Buenaventura Báez tendiente a entregarle a su hermano Fabián unos terrenos en la provincia de Azua, “en las que se da el petróleo”.

Para la suerte de nuestra integridad territorial, el empleo del carbón mineral como combustible para la flota de guerra de los Estados Unidos estuvo mucho tiempo amenazante a mediados del siglo 19. Como consta en numerosos documentos de aquella época, los gobiernos norteamericanos –en particular el del Presidente Grant– contemplaban el arrendamiento o venta de la bahía de Samaná con el propósito de convertirla en una estación carbonífera para su naves de guerra en el área del Mar Caribe.

Pero el valor comercial del petróleo como fuente de energía data de años relativamente recientes. El año 1910 el Secretario de la Marina de los Estados Unidos de América presentó un proyecto al Congreso tendiente a modernizar la construcción de seis barcos acorazados, los cuales serían impulsados por “máquinas diesel o petróleo”. Dos años después, el Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, solicitó, “como una decisión formidable”, la conversión de la flota británica de carbonífera a petrolífera.

Como el oro, el petróleo ha sido –y es– objeto de la codicia de los hombres, y de las sórdidas duplicidades existentes, tras el descubrimiento y la concesión de nuevas reservas del mineral. Su presencia en el Medio Oriente ha desfigurado la historia de esa región del mundo desde los años anteriores a la I Guerra Mundial. Pero precisa consignar que no obstante el predominio anglo-francés por aproximadamente cien años en esa región (Irak, Irán, Kuwait, Qatar, El Líbano y los Emiratos Arabes), no fueron los ingleses, los franceses y los holandeses los primeros concesionarios. Fueron los armenios o tártaros, quienes originalmente explotaban los grandes yacimientos del Cáucaso, situado bajo las orillas del mar Caspio. En la actualidad, los grandes yacimientos de Bakú los administran los rusos, y fue el petróleo juntamente con el trigo cultivable en las vastas llanuras de Ucrania el propósito que motorizó la invasión de Alemania a Rusia en la II Guerra Mundial.

El monopolio entre las empresas multinacionales y los países productores produce beneficios económicos millonarios. Pero es, además, un elemento básico en la estrategia político-militar de los grandes países industrializados. Ese monopolio justificó la presencia mancomunada de los ejércitos de dieciocho naciones, lidereadas por los Estados Unidos, con el alegado propósito de garantizar la libertad de Kuwait, un emirato gobernado pro un régimen absolutista. Otro tanto ha sucedido con la invasión de Irak por los Estados Unidos de América, con la inconcebible cooperación militar de varios países latinoamericanos, entre los cuales figuró el nuestro.

Bagdad, la ciudad capital de Irak, ha sido desde los tiempos más remotos el punto de convergencia de las rutas terrestres entre Asia Meridional y el Levante Mediterráneo. En esa ciudad se desarrollaron los episodios de “Las Mil y Una Noches”, con sus protagonistas “Alí Babá y los Cuarenta Ladrones”, “Simbad el Marino”, “El Sastre Jorobado” y otros. En la actualidad es una ciudad destruida por la confrontación bélica iniciada bajo el supuesto norteamericano de derrocar al tirano Hussein y establecer en aquel país la democracia. Pero, de hecho, es una acción militar, multinacional, para garantizar los privilegios petroleros de las “Siete Hermanas”.

Entre tanto, en un pequeño y pobre país, bautizado con el nombre de República Dominicana, su economía está en vilo ante la eventualidad de que los Barones del Petróleo, en una actitud irreflexiva, se arriesguen a provocar una catástrofe mundial. Un petróleo cuya venta en los mercados internacionales sobrepase sus precios actuales podría considerarse como un elemento desestabilizador de nuestra institucionalidad democrática.

En su libro titulado “El Diablo”, el escritor italiano Giovanni Papini calificó el petróleo como “el excremento del Demonio”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas