Durante casi todo el siglo XX los banilejos considerábamos las Dunas de Las Calderas como un regalo de la Naturaleza para el disfrute de la bahía y de las salinas que se habían preservado en su pie para beneficio de los comerciantes y el ayuntamiento de Bani.
Durante la II Guerra Mundial la bahía, protegida por las lomas de las dunas, era un apacible remanso de agua excelente para el amarizaje de los hidroaviones norteamericanos en su lucha antisubmarina en contra de los submarinos alemanes que al inicio de la contienda apostaban en la bahía para abastecerse de alimentos y combustibles. Desde ahí perseguían a los barcos enemigos para hundirlos.
Para esa década del 30 y siguientes del siglo XX no se había desatado el apetito para aprovechar las finas arenas de las dunas para la construcción y tan solo era utilizada la de su extremo oriental cerca de la comunidad de Matanzas donde se abastecían los escasos camiones de volteo de uso en esos tiempos.
Pero el país creció y se desarrolló despertando el apetito por las finas y limpias arenas de las dunas que se extienden por unos 23 kilómetros hasta la punta de las salinas y arropando la bahía de Las Calderas por el oeste y el sur protegiéndola de los vientos de los huracanes como comprobó Cristóbal Colón en uno de sus viajes que halló refugio en la bahía en uno de sus últimos viajes de comienzos de 1500.
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Siendo mi padre funcionario del Gobierno de la época del 40 o sea durante la dictadura de Trujillo, este comentaba a mi padre advirtiendo que las Dunas había que protegerlas ya que era la salvaguarda de la bahía por ser una barrera para los vientos y oleajes que pudieran afectar la seguridad de la bahía que luego se convirtió en una importante base naval donde decenas de banilejos se engancharon a la armada para vivir de una carrera naval que con los escasos y viejos buques de la marina pudieron conocer otros países antillanos.
En las década del 60 del siglo pasado, el auge de la construcción y por la calidad de la fina y limpia de la arena de las dunas, se le abrió el apetito a los comerciantes y contratistas que en decenas de camiones de volteo llegaban cada madrugada después de 1961 a las primeras estribaciones de las dunas cerca de Matanzas lejos de la base naval de Las Calderas. Los depredadores respetaban esas instalaciones. Era la única autoridad visible con poder para evitar el latrocinio en marcha.
Con tantos años de depredaciones, que se extienden durante los años del siglo XXI, el apetito por esa arena es creciente, y pese a los controles que tímidamente como un aguaje llevan a cabo las autoridades, se sigue extrayendo la arena fina para las terminaciones de paredes en los centenares de edificios que se construyen en la capital y en las ferreterías de los pueblos aledaños a Bani.
Ahora hay mas conciencia para el cuidado del medio ambiente pero aun así las depredaciones continúan bajo un consentimiento convenido con las autoridades compradas y sin mano dura para sellar esos caminos y carreteras. Los beneficios de un negocio que no tiene freno y acaba con la fauna y flora de esa región desde Matanzas hasta Calderas y Las Salinas.