El extranjero, de Albert Camus

El extranjero, de Albert Camus

La novela “El extranjero” es, de Albert Camus, la obra maestra de ficción por antonomasia. Ella condensa, como un mapa abierto, las tesis de la filosofía del Absurdo, pero simbólicamente, con lo cual el escritor eludió las trampas de la reproducción de una ideología en su texto y le agregó un valor que es una forma-sentido.

¿En qué consiste esa forma-sentido? Un lenguaje nuevo, la forma pasado compuesto a lo largo de El extranjero, equivalente a un presente perpetuo de la escritura, es inseparable de un sentido nuevo consistente en una crítica radical al mundo de la rutina en que viven los sujetos del planeta Tierra, quienes no se interrogan acerca de las ideologías y discursos místicos y míticos que le impiden plantearse las preguntas que les llevarían a reconocer la filosofía del Absurdo como única capaz de iluminarle el camino cerrado de las ilusiones en que viven.

Estas ilusiones y esperanzas en que viven profundamente aferrados los seres humanos, ya que no tienen ninguna forma de realizarse porque los sujetos no las controlan, y al contrario les conducen al conformismo de vegetar dentro de unas ideas y prácticas “radicalmente falsas del vivir”, (p. 558) según lo recuerda Segundo Serrano Poncela.

En el mundo real en que vivimos, el 99.99 por ciento de los sujetos desconoce que  van y vienen, “por él, como extranjeros” y que “todos los sistemas filosóficos han tratado de falsear esta verdad elemental y de aquí su temporalidad y su fracaso.” (Ibíd.)

Meursault [Mersó, a la francesa] es el personaje de la novela “El extranjero” y él asume la lucidez que acabo de sintetizar acerca de la filosofía del Absurdo, la única que le impide vivir del auto engaño que a partir de las ilusiones y esperanzas falsas acerca de este mundo material le ofrecen las demás filosofías. Mersó vivía antes en ese universo de auto engaño, cuando se planteó realizar su vocación de intelectual, pero sucesos que le sobrevinieron y que no pudo controlar, le obligaron a “convertirse en un empleado de cualquier empresa.

Dificultades materiales constantes e ininterrumpidos anhelos y ensueños ajenos a su realidad, han ido produciendo en él una especie de tedio inconsciente. Ese contorno extraño, sinuoso, enemigo y constantemente indiferente, conforme adensa su atmósfera tediosa le provoca una especie de lucidez. (…) Así Mersó se convence poco a poco de que conservar la más ligera esperanza; descansar sobre el supuesto de unas esperanzas cuyas probabilidades de realizarse le son por completo ajenas, significa abrir paso a una concepción radicalmente falsa del vivir.” (Ibíd.)

Este proceso de concienciación al que llega Mersó obedece a dos actitudes: firmeza de carácter para cuestionar el sistema filosófico que nos ofrece a todos una historia edificante del origen del orden social y religioso y voluntad de llevar a la práctica su determinación. Cuando el personaje de la novela está ya convencido del carácter absurdo y arbitrario del universo y de los hechos históricos generados por los seres humanos, los actos de Mersó, “desprovistos así de falsas perspectivas, (…) se tornan sencillos y fríos, necesarios en virtud de su propia mecánica, pero prescindibles en cuanto a su ulterior trascendencia. Sus amigos, sus relaciones amorosas, sus propias actividades ordinarias, operan sobre él como en tercera persona: gratuitamente, sin pasado ni porvenir.” (Ibíd.)  De ahí la importancia, insisto de nuevo, del pasado compuesto de la novela, equivalente a un presente perpetuo, tiempo verbal y espacial donde los sujetos vivimos obligatoriamente.

Pero Mersó vive en un mundo donde el 99.99 por ciento de la gente cree en ilusiones y esperanzas que les suministran los sistemas filosóficos que racionalizan y justifican el universo como no arbitrario y donde los acontecimientos suceden de acuerdo a nuestras previsiones, de las cuales tenemos absoluto control. En esta mentira reside la desdicha de los seres humanos cuando no logran alcanzar los objetivos y deseos que han planificado.

El mundo de relaciones de Mersó, colocado en el Argel de aquellos años de 1940, está conformado por este tipo de gente común que nunca se ha interrogado acerca de lo absurdo del universo. María Cardoza, la novia de Mersó, los amigos Masson y su esposa y Raymond se encuentran de día de playa, invitados por Masson, quien tiene una casita en el litoral.

Como los acontecimientos humanos ocurren sin arreglo previo, o sea que son arbitrarios, Raymond tenía una amante árabe de la cual se separó luego de golpearla al sospechar que le engañaba. Esta tenía un hermano que quiso vengar la afrenta. Junto a otros amigos árabes, persiguió a Raymond hasta la playa y luego de una primera tentativa de ataque.  Raymond salió herido de cuchillo. Mersó y Masson repelieron la agresión y los árabes huyeron. Pero más tarde, Mersó salió solo a dar un paseo por la playa y se encontró con el grupo. El hermano de la agraviada atacó con el mismo cuchillo a Mersó y este se defendió con un revolver que Raymond le había dado a guardar y que el protagonista no tuvo tiempo de devolvérselo, ya que Raymond fue llevado a un hospital a curarse.

Ante el ataque del árabe es que Mersó saca el arma. Le hace un primer disparo y quizá segundos después dos tiros más.

A partir de aquí es que se arma el meollo de la novela. Todo girará entre la oposición de dos sistemas filosóficos antagónicos: la concepción de la justicia del mundo de las ilusiones y esperanzas y la concepción del mundo de la filosofía del Absurdo. Los jueces, fiscales y abogados de la defensa y la acusación se enfrascarán en probar la culpabilidad de Mersó, basados en que es ateo y no tiene sentimientos, puesto que deducen de ese silogismo que no amaba a su madre, a la cual internó en un asilo, no lloró el día de su muerte, fumó en el velatorio, no quiso ver el cadáver y agravó si situación al tomarse una taza de café con leche y apenas regresó a Argel, luego del funeral, fue a la playa y al cine con su novia María a ver una película cómica de Fernandel y rio en la sala.

Para ese primer tipo de justicia, todas las acciones realizadas por Mersó son pruebas de culpabilidad y el tribunal le sentencia a muerte, sin examinar para nada el sistema filosófico del Absurdo en que se basaban las respuestas del personaje principal a las preguntas del juez, del fiscal y de los abogados de la acusación y la defensa. Los miembros de ese tribunal, incluido el abogado defensor de Mersó, estaban en contra del procesado. En esto “El extranjero” guarda una impresionante estrategia significante con “El proceso”, de Kafka, novela donde el protagonista, Josef K., sufre el mismo tipo de juicio: la sordera de la justicia basada en un mundo de ilusiones y esperanzas. Mundo de ilusiones cuya ideología destruyen y sitúan políticamente  Mersó y “El extranjero”  para fundar  la escritura de Camus como valor rítmico.

Los críticos y comentaristas de las obras de ficción de Camus disocian, erróneamente y por conveniencia política, el ateísmo de su filosofía del Absurdo de la práctica que de tal ateísmo realiza simbólicamente su escritura.

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