El falso problema de la mayoría congresual

El falso problema de la mayoría congresual

CÉSAR PÉREZ
El presidente Fernández, ante la difícil circunstancia de ejercer sus dos mandatos siendo su partido minoritario en las instancias de los poderes legislativo y municipal, ha cometido excesos tanto verbales como de hechos contra esos dos poderes. En su primer mandato cercó militarmente la Liga Municipal Dominicana para imponer su hoy Secretario General, cercó el Congreso y en un acto insólito, firmó, junto a Balaguer, un documento donde pedía la renuncia del entonces presidente de la Junta Central Electoral.

En su actual gestión, a pesar de tener un congreso, más que complaciente, cómplice en la aprobación del presente Presupuesto y Ley de Gasto Público, que recorta los recursos de las carteras que más directamente manejan los recursos destinados a las políticas sociales, se ha referido de manera despectiva a ese poder del estado. Como acción de campaña electoral, ha recurrido a socorrido y no menos ambiguo discurso de que al país le conviene un congreso “equilibrado” y no con una aplastante mayoría de un partido, como el tenemos, a la cual en un exceso verbal, le ha llamado “tiranía”.

El origen de la esencia de ese discurso, que también mucha gente, ingenua o aviesamente lo enarbola, hay que buscarla en esa idea de la conveniencia de limitar el ejercicio de soberanía del poder legislativo. De ahí la existencia en muchos países de dos cámaras de representantes, la de diputados y la de senadores, esta última como forma de control de la primera.

Sin entrar en detalles, ni en la discusión de esa concepción, que no es más que una de las tantas expresiones de las contradicciones y limitaciones de la llamada democracia representativa, la idea de que es conveniente un Congreso “equilibrado” refleja la dificultad de muchos de ser demócratas hasta las últimas consecuencias. El libre ejercicio de las reglas de la democracia, supone que no sólo la mayoría debe respetar a la minoría, sino que también esta última tiene que respetar a la primera.

Cuando el presidente Fernández fue elegido, sabía que su partido era extremadamente minoritario en el Congreso, por eso se manejó con prudencia y logró que los legisladores le aprobaran la mayorías de sus iniciativas. Reconoció que la población había elegido la mayoritaria que quería y no le quedó otra alternativa que avenirse a esa realidad y gobernar de acuerdo a ella con todo lo que eso implica.

El presidente ahora sataniza esa mayoría, que fue condescendiente con él, porque se está ante un proceso electoral. Recurre al argumento de la conveniencia de un Congreso “equilibrado”, reavivando la discusión sobre un tema importante, pero por la forma en que lo trata, impide que establezca una discusión seria sobre el mismo y como es costumbre en nuestra clase política, orienta el debate hacia lo coyuntural, lo banaliza y recurre a los falsos dilemas de la inmediatez de la política.

El carácter democrático de un congreso no lo determina el tipo de correlación de fuerza que resulte de un certamen electoral, no lo es más, ni tampoco menos, por el hecho de que un partido tenga o uno una abrumadora mayoría sobre los demás. Tampoco que esa mayoría sea favorable o contraria al poder ejecutivo, el carácter democrático de esta instancia del poder lo determina el grado de legitimidad, de seriedad y de apego a los intereses generales de la nación que tengan sus representantes.

De igual modo, la clave para que se tenga un Congreso que con sentido de responsabilidad y que sea un instrumento que haga viable la gobernabilidad del sistema político dominicano radica en posibilidad de que se presenten al electorado una lista de candidatos de la cual surja una mayoría de representantes cuya representatividad sea legítima y no meros representantes de las facciones partidarias, ni de potenciales tránsfugas inscritos en las boletas de los partidos en un proceso electoral que como el presente se caracteriza por la conformación de alianzas y coaliciones con el único propósito de mantener o cambiar la mayoría en el Congreso.

Que el síndico de la capital o de las ciudades más importantes sean no del partido oficial no es lo que determinará la buena o mala gestión de este funcionario, lo que determinará su buena gestión será la voluntad que este y su partido tengan de aplicar un programa municipal serio, racional y técnicamente bien formulado conjuntamente con la comunidad.

Desafortunadamente, de las nuevas alianzas y coaliciones formadas por los principales partidos de oposición y de gobierno no se puede esperar una sustancial mejoría de la forma en que discurren las actividades y funciones del Congreso y de los ayuntamientos. Nada bueno se puede esperar de unas listas electorales y/o comandos de campañas conformados por muchos actuales y potenciales tránsfugas, algunos con asuntos pendientes con la justicia.

La guerrita entre el presidente y el Congreso podrá seguir luego del 16 de agosto próximo, también puede suceder que esta se transforme en una guerrita entre tres, el gobierno, y los rosados, cuando éstos vuelvan a ser dos: blancos y colorados nuevamente. El problema de fondo que debería preocupar tanto al presidente como a todo el país, no es el color que tendría la mayoría del próximo Congreso, sino de la calidad de esta en término de honestidad, competencia y vocación de servicio. Esa es la cuestión.

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