El fantasma de Franco y de Al Qaeda en comicios España

El fantasma de Franco y de Al Qaeda en comicios España

MADRID. «íPásalo, pásalo!» Después de los ataques terroristas en Madrid del 11 de marzo, en el que murieron más de 200 personas, esta simple exclamación se convirtió en grito de batalla contra el gobierno de centro-derecha del presidente de gobierno José María Aznar. Se difundió como reguero de pólvora por toda España, no mediante gritos y susurros, sino como mensajes de texto por teléfonos celulares e Internet.

Esa llamada ofrece una clave para entender unas elecciones celebradas tres días después de los atentados, en el que se sacó del poder al partido gobernante, se sacudió a la coalición encabezada por Estados Unidos en Irak y, en forma sorprendente, puso de manifiesto la fuerza de la democracia española.

En las primeras horas después de los bombazos, el gobierno de Aznar lanzó una intensa campaña para persuadir al pueblo español de que los atentados habían sido realizados por los terroristas vascos de la ETA, enemigo conocido desde hace mucho tiempo por los españoles. Los dos principales partidos, el Popular y el Socialista Obrero Español, estaban prácticamente empatados en los sondeos internos finales y los dirigentes de ambas formaciones coincidieron en que para los votantes sería más fácil seguir apoyando a Aznar si los atentados resultaran obra de terroristas locales y no de Al Qaida.

Aun cuando ya se empezaba a acumular la evidencia de que era una conjura del exterior en la que había participado al Qaeda, el gobierno español se mantuvo en su posición fija acerca de los terroristas vascos. Al mismo tiempo se difundió la sensación de que el gobierno estaba manipulando los datos. El día de las elecciones, la gran sorpresa fue la amplitud con que esto había irritado tanto a jóvenes como a viejos.

Algunos españoles sintieron que la crisis de confianza desencadenó demonios que acechaban en la historia del país. Hace apenas 29 años murió el general Francisco Franco, poniendo fin a caso 40 años de dictadura.

«Seguimos oyendo los ecos de Franco», dijo José Antonio Martínez Soler, editor del periódico madrileño 20 Minutos, que fue secuestrado, torturado y sometido a una falsa ejecución por un artículo que escribió en la era franquista. «Con cada acto, con cada gesto, con cada frase, Aznar le decía al pueblo que él tenía razón, que era dueño de la verdad y que quien estaba en desacuerdo con él era su enemigo.»

Su análisis está lejos de tener aceptación general y decir que el fantasma de Franco aún acecha al país es exagerar las cosas. Empero, la mano pesada del gobierno de Aznar suscitó recuerdos de casos de distorsión de los hechos, de la censura y de la propaganda que prevalecían en tiempos de la dictadura.

Fernando Savater, uno de los más renombrados escritores y filósofos de España, sostiene otro punto de vista. Para él, la rabia que se acumuló en contra del gobierno desde hace un año tiene sus raíces en la participación de España en la guerra contra Irak. «El franquismo es el comodín que sacamos de la baraja cuando no hay otro argumento», afirmó.

De hecho, el 90 por ciento del país se opuso a la guerra, de acuerdo con las encuestas más aceptadas, lo que en parte refleja un actitud antibélica cuyo origen podría localizarse en los sentimientos producidos por la guerra civil que llevó a Franco al poder.

De pronto, la historia y los eventos actuales se combinan para producir un remolino de resentimiento. La sensación de que el gobierno engañó al pueblo acerca de las armas de destrucción masiva en Irak, mezclada con las engañosas declaraciones públicas acerca de la investigación en torno del atentado en Madrid, alimentó el recuerdo de la manipulación de la verdad durante la dictadura, hace más de cuarenta años.

La votación, pues, se convirtió en un referendo acerca del compromiso del gobierno con un manejo democrático. Y en ese sentido, Aznar era vulnerable. En los últimos cuatro años, cuando gozó de mayoría absoluta en el parlamento, él gobernó con un estilo duro e incluso arrogante. Se negó a aceptar el llamado de los socialistas para que explicara ante el congreso su decisión de participar en la guerra en Irak. Y al final, se decidió por Mariano Rajoy como sucesor designado, sin siquiera realizar consultas amplias en el seno de su propio partido.

Aznar impulsó la ley para volver obligatoria la educación religiosa en las escuelas, lo que irritó a muchos españoles que se sentían orgullosos de una constitución que había acabado con el abrumador poder que la iglesia católica disfrutó durante la dictadura de Franco. Asmismo, Aznar se opuso a un ambicioso movimiento de base, que trataba de localizar y excavar las fosas colectivas en las que están enterrados los opositores de Franco; ese rechazo fue visto por los oponentes del presidente de gobierno como un intento de suprimir la memoria histórica.

En esa atmósfera, aun antes de que se emitieran los votos, por Internet circuló el rumor de que el gobernante Partido Popular había tratado infructuosamente de convencer al rey Juan Carlos de posponer las elecciones. Según esto, el rey rechazó la propuesta, diciendo que constituiría un golpe de estado de facto.

Poca gente se tomó en serio este rumor. Pero el Partido Popular estaba tan preocupado que, cuando Pedro Almodóvar, el cineasta más célebre del país, acusó públicamente al gobierno de tratar de perpetrar un golpe de estado el día anterior a las elecciones, le reviró con una demanda legal.

Lo que triunfó a final de cuentas fue la democracia española. El resultado de las elecciones fue producto de la numerosa participación de los votantes, el entusiasmo de los jóvenes y la migración del voto de oposición, de los partidos pequeños hacia el socialista, por la posibilidad de triunfo que éste ofrecía. Estas personas votaron «para derrotar a un enemigo común», señaló Manuel Núñez, encuestador de Ipsos Eco Consulting en Madrid, que realizó una encuesta a boca de urna, que representó a 500,000 votantes.

Cerca del 40 por ciento de los 40 millones de habitantes de España no habían nacido cuando gobernaba Franco o estaban demasiado pequeños para recordarlo; por lo demás, los partidos de derecha dedicados a la memoria de Franco obtuvieron muy poco apoyo el día de las elecciones.

Pero esto no significa que los españoles ignoren su pasado. De hecho, ha habido un espectacular resurgimiento del interés por el pasado entre los adultos jóvenes. Una avalancha de libros, una gran exhibición en un museo el año pasado y un documental trasmitido en enero por televisión han ayudado a que el país rexamine el terror de la sublevación del ejército en 1936 y de la guerra civil que llevó a Franco al poder.

Todo esto desmpeñó un papel en las elecciones. Y fue una derrota que el gobierno se vio muy presionado para explicar. «El gobierno se va con muy buen historial y con las manos limpias», declaró en una entrevista la ministra saliente de relaciones exteriores, Ana Palacio. «íSer la víctima de una campaña de difamación! No se puede culpar a nuestra honestidad y nuestros logros. Nosotros no mentimos. Ése no es nuestro carácter.»

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