El fantasma de la vejez

El fantasma de la vejez

SONIA VARGAS
El tiempo le importaba un carajo. Hasta ese día. Cuando preguntas la hora a un joven, en la parada de buses, y te  mira con un recóndito respeto que no entiendes al principio, y contesta: las once. Y después de una pausa, como si hubiera olvidado algo, añadió, señor. Fue la primera vez que aquel hombre que se creía todavía, fuerte, joven y, viril le dicen  señor en la cara. Algunos condescendientes le habían dicho maestro por, sus artículos. Uno que otro sirviente le, habían titulado doctor.

Pero nunca le habían dicho señor así, a boca de jarro. Fue una revelación.

Entonces comenzó a contar el tiempo. Y comenzó a darse cuenta de la cosecha de las canas que algunos comparan con torpeza con las medallas del mérito. Pero cuando se comenzó a ver desnudo en el espejo y vio que cada día se parecía mas al esqueleto de su padre a, y a ver que las cosas no estaban tan justas como estaban hace dos o tres décadas atrás, el hombre flaqueo y comenzó a ver defectos en su pareja para poder sobre llevar los de el.

Algunos le han encontrado ventajas a la vejez. Los retóricos de la Roma clásica la asociaron con la serenidad y la sabiduría. Se afirmó que el diablo sabe más por viejo que por diablo. En este sentido, la vejez es una forma de la malicia.

Comienza el deterioro físico, los achaques del envejecimiento que no son nada, seductores. Es cierto: hay gente que envejece mejor que otra, que hasta se embellece en cierto sentido, pero no es la norma. En general, el cuerpo se inclina, hacia la tumba, dicen los chistosos, la luz se cansa del ojo, y el oído se endurece por el deterioro, o el desinterés por ciertas cosas El crepúsculo parece bello. No es más que la combustión de los residuos del día antes de la aparición de la noche.

Cuando se reúnen viejos amigos. Siempre sales consternado. Todos llevan bajo el brazo un juego de radiografías. Una historia clínica. A veces se cansan de contar males. Y brillan un instante unos sueños postreros sobre un montón de propósitos abortados, en pañales, sobre la mesa de los ancianos. Como si todavía ignoraran que soñar es una pérdida de tiempo.

Un fantasma de la vejez, Cuando comienzas a dormir en el cine, porque ya has visto muchas veces la misma película, o porque ya sabes los que va a pasar en la próxima escena por sabiduría acumulada, los chistes de los comediantes se repiten, es inevitable el sentimiento del desgaste de un resorte interior. Cansado de reaccionar, de vanos asombros. Y cuando, comienzas a querer más sus pantuflas que sus zapatos de baile.

Hay una gracia en envejecer. La reconsideración del gusto.

Muchas escrituras, pinturas, músicas, filosofías que nos deslumbraron, que parecían sostenibles y hermosas, se ablandan. Y uno se pregunta con vergüenza cómo pudo adherir a tantos empeños bárbaros, a tantas militancias deshechas en inanidad: recuerdos, humos, fantasmagorías.

Existen montones de libros de dietas para una vejez placentera. De ejercicios para volverla una segunda juventud. Impuras falsedades para sacarles dinero a los viejos incautos. Ante la opaca realidad; solo queda el silencio de la dignidad resignada, y los consuelos de la filosofía. Nadie se le esconde al fantasma de la vejez, detrás de las vitaminas, de unas lechugas. Nadie la espanta batiendo un jugo de pepino. Es imposible pedalear una bicicleta o montar unos patines te ha agarrado las que todos le temen las que todos le huyen la  vejez.

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