No hay lugar a dudas, cuando se piensa que se trata de hacer un país, lo que nos hace falta son constructores realistas, y esto resulta ahora más valedero, porque ya no sucede como a principio de este siglo XX, cuando la explotación obrera o el vasallaje social, eran evidentes. Recordemos que en los primeros treinta años de este siglo ya la conciencia social era una obligación para todos los ciudadanos a lacual hizo su contribución el socialismo y el sindicalismo. Esa fue la época del proletariado, pero ahora el trabajo es otra cosa, aunque queda un mínimo de un proletariado enquistado en el pasado, sobre todo si somos conscientes que la utopía nunca puede estar alojada en un sindicato, puesto que este tiene la obligación de un pragmatismo por convicción y también de presión con los gobiernos de turno y con el empresariado, siempre tratando de conseguir aquello que es posible, pero jamás la utopía de lo imposible, puesto que las utopías no desarrollan otra cosa que no sea la imaginación para lo sublime o la locura. Y esto es así, porque sabemos de memoria, que en una sociedad democrática, si existe un verdadero Estado de Derecho y un orden constitucional, no estará en condiciones de alejar las utopías, ya que los sueños nunca podrán formar parte de las constituciones. Porque desde el poder solo se pueden hacer las obras y los servicios, se hace poco o no se hace nada.
El poder lo hemos señalado otras veces, es una droga, el que no lo quiera reconocer, que revise nuestra historia reciente. Tres presidentes en el gobierno, y todos fueron arropados, secuestrados por el poder, voluntariamente en el palacio nacional. Desgraciadamente el poder es algo que tenemos que aceptar.