El «fetichismo de las reformas»

El «fetichismo de las reformas»

POR MIGUEL CEARA-HATTON
A raíz del informe «La Democracia en América Latina» (www.democracia.pnud.org) publicado por el PNUD se escribieron varios trabajos, uno de ellos es de Jose Antonio Ocampo ex-secretario de la CEPAL y actual Sub-Secretario General de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones, cuyo trabajo intelectual le he dado seguimiento desde su época «post-keynesiana» a finales de los 70 hasta a las últimas contribuciones desde la CEPAL, sobre temas tales como macroeconomía, gobernabilidad, globalización y otros.

El trabajo que quiero comentar se llama «Economía y Democracia», y saldrá publicado próximamente.

Uno de los temas que trata el trabajo de Ocampo esta relacionado con el análisis de la diversidad en la democracia. La democracia implica diversidad y aún en una economía de mercado hay diversidad como lo muestra la historia, porque hay diferentes mezclas entre Estado y mercado así como en las formas de accionar del Estado.

Ocampo nos señala una serie de ejemplos sobre la diferencia de modelos como son el Estado de Bienestar limitado de los Estados Unidos, hasta los más elaborados Estados de Bienestar del continente europeo.  Hay diferentes modelos de privatización y modelos de seguridad social, entre otros ordenamientos.

La concepción de que no hay un solo modelo para organizar las instituciones, tiene su sustento en los trabajos (Rodrik, 2001), según el cual, «el desarrollo institucional tiene dos características esenciales: aun si las funciones básicas de las instituciones son las mismas, la forma particular que adoptan es variable; y una de las explicaciones básicas de ello es que todo desarrollo institucional implica un proceso activo de aprendizaje, que da lugar a trayectorias diferentes Para expresarlo en otros términos, esto implica que el desarrollo institucional («capital institucional»), así como la construcción de mecanismos de cohesión social («capital social») y la formación de capital humano y capacidad tecnológica («capital conocimiento»), son procesos esencialmente endógenos» El carácter endógeno de estos procesos de desarrollo implica que no estamos hablando de un sòlo «modelo de desarrollo», sino de muchas formas diferentes de hacer lo mismo.

Frente a esta concepción, nos dice el Sub-Secretario General de Naciones Unidas, milita el «fetichismo de las reformas» que ha implantado en la comunidad internacional el fundamentalismo de mercado, una de cuyas expresiones fue el «Consenso de Washington». «Detrás de ésta subyace la idea de que existe un modelo único de desarrollo, aplicable a todos los países en todas las circunstancias, y una visión de la «economía de mercado» como antagónica del intervencionismo estatal».

Esta visión de que existe un único modelo de desarrollo fue impulsado por el FMI y el Banco Mundial a partir de los años »80 a través de la «condicionalidad estructural», de la cual la República Dominicana y los demás países de América Latina han tenido que beber con resultados tan nefastos como el aumento generalizado de la pobreza, después de 20 y 15 años de aplicación de estas formulas.

Hay que reconocer, no obstante que esta visión empieza a moderarse, aunque mantiene en lo fundamental la línea de razonamiento, es por ello que ahora se habla -como señaló que Rodrik, citado por Ocampo- del «Consenso de Washington ampliado»- y de las «generaciones de reformas».

En efecto, «se dice -argumenta Ocampo- que para superar los problemas que han experimentado las economías en desarrollo con los procesos de liberalización se necesita complementar la primera generación de reformas con una segunda y, quizás más adelante, una tercera. Las fronteras entre las «generaciones» de reformas se han desperfilado progresivamente.» 

Las primeras estuvieron asociadas a la liberalización de la economía y a la disciplina macroeconómica. La segunda generación de reformas fue dirigida a generar cambios institucionales para fortalecer la economía de mercado y la tercer generación, pretende  resolver los problemas de desigualdad y equidad que las primeras dos generaciones de reforma han generado y profundizado. El concepto de «generaciones» de reforma «lleva implícita la visión de procesos lineales y universales, en que los logros de etapas anteriores permanecen inmodificables, como cimientos sobre los cuales se construyen los nuevos pisos del edificio. Sin embargo, esta afirmación resulta inapropiada cuando -como es el caso- la fragilidad de algunos de los cimientos da lugar a problemas que luego se trata de resolver en etapas posteriores. Este es el caso en el cual la liberalización da lugar a mayores niveles de inestabilidad macroeconómica, a la destrucción de encadenamientos productivos y tecnológicos que no son sustituidos por otros de nuevo corte, o a crecientes dualismos en las estructuras productivas. En este caso, será necesario, más bien, «reformar las reformas» (Ffrench-Davis, 1999; CEPAL, 2000a).

No obstante es necesario reconocer que hay consensos sobre algunos aspectos de las «primeras generaciones» de reformas: como por ejemplo la importancia de la estabilidad macroeconomica, (solidez fiscal y a la reducción de la inflación), las oportunidades que ofrece la economía internacional, la mayor participación del sector privado en el desarrollo, la necesidad de contar con Estados más eficientes, entre otros temas.

Hay sin embargo discrepancias profundas en «cuanto al contenido de estos términos». De hecho, puede haber equilibrio macro con un PIB bajo y con poca presión tributaria o lo contrario, la apertura puede convertirse en una pesadilla sino hay un conjunto de condiciones previas para ser competitivos; hay muchas combinaciones posibles entre los sectores público y privado. Estas diferencias se reflejan, en el desarrollo de los países industrializados y de la región, en el que la «diversidad de soluciones a los temas propuestos en este consenso mínimo pasan a ser más importantes que la inalcanzable homogeneidad del nuevo «modelo de desarrollo».

En realidad – concluye Ocampo –  la idea de que debe existir una especie de patrón, estilo o modelo único de desarrollo, aplicable a todos los países, no sólo es ahistórica, sino nociva y contraria a la democracia. El apoyo a la democracia está ligado al reconocimiento de que ella genera una diversidad de soluciones a los problemas de la gente. En definitiva, conceptos como el de «generaciones de reformas» o incluso el de «economía de mercado» pueden producir más confusión que claridad, e impiden reconocer la diversidad como un objetivo explícito y deseable.

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cearahatton@verizon.net.do

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