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La educación superior ha experimentado grandes transformaciones en casi todo el mundo. Vemos cómo se han venido registrando sucesivos aumentos en la matrícula estudiantil y aflorada una gran diversidad de instituciones con fines y funciones variadas. Nos he dado observar cómo se han multiplicado y diversificado los programas; y cómo han crecido las exigencias a las que se enfrentan las altas casas de estudios y demás instituciones de educación superior.
Julio Fermoso, ex rector de la Universidad de Salamanca, quien nos visitara a principios de los años ochenta del pasado siglo 20, expresaba en uno de sus textos sobre la situación de las universidades europeas, que pocas instituciones del mundo contemporáneo vivían mayores transformaciones y retos que aquellos que experimentaban las universidades, a tiempo en que otros calificados autores consideraban que la universidad había venido experimentando cambios en su estructura y composición, en su papel e imagen ante la sociedad, en los objetivos que se trazaba, y en la organización que se daba para alcanzarlos. Algunos de estos cambios, como el relativo a la presencia de la mujer, ocurrían a gran velocidad y eran claramente perceptibles otros, en cambio, se estaban gestando o apenas percibiendo.
En la actualidad, las sociedades modernas esperan que sus instituciones de educación superior les formen los profesionales calificados que requieren sus mercados de trabajo; las provean de estudiosos y practicantes de las letras y de las artes; les preparen los empresarios y los políticos que estimulen las transformaciones sociales; les formen y doten de los científicos y tecnólogos que las coloquen y mantengan en situación competitiva; les proporcionen los individuos que analicen y den respuesta a los múltiples y sofisticados problemas que les aquejan; y que formen a los académicos y maestros que pueblen sus diversas instituciones.
Varios de los objetivos más arriba señalados son divergentes y hasta contradictorios: las demandas de la investigación no son las mismas que las de la docencia y la preparación de un especialista difiere de aquella de un generalista por mencionar sólo dos ejemplos.
Lejos están los tiempos en que la misión de la universidad era clara y unívocamente percibida y aceptada por todos. La ampliación de las oportunidades educativas, la mayor cobertura de la educación preuniversitaria, la transformación del mercado de trabajo y la modificación de las conductas sociales, han cambiado el concepto mismo de educación universitaria hasta ampliarlo y dar lugar a la genéricamente denominada educación superior.
En estas primeras décadas del siglo 21, muchos son los factores que han contribuido para que la ciencia y la tecnología hayan alcanzado un lugar destacado en todos los países, tanto del mundo industrializado como en aquellos en proceso de desarrollo. Entre estos se mencionan los acelerados cambios en la economía internacional; la acumulación de conocimientos y la asombrosa disponibilidad de tecnologías y de procesos tecnológicos en los países industrializados; los avances en materia de comunicación; nuevos conceptos como el de “calidad total” que presentan serios desafíos a la gestión en gobiernos, empresas e instituciones; y la desaparición progresiva de recursos naturales sobre el cual se forjó la moderna sociedad industrial; los fenómenos de globalización e interdependencia que demandan decisiones audaces y precisas e ingentes esfuerzos de reflexión sobre los nuevos procesos y mecanismos que deberán sustentar las relaciones y cooperación internacional. Por todo ello, urge el ampliar y consolidar, los espacios de formación, investigación, experimentación, innovación y circulación del conocimiento, y, ante todo, encontrar articulaciones pertinentes, entre tales procesos y la vida económica.