El celebérrimo Juan Antonio Alix narró el caso. En aquella época fue un escándalo, ya que el pudor público no se había acostumbrado aún a hablar esas cosas por escrito. Fue todo un pedo literario, algo que los hogares de clase media no se permitían hablar sin sonrojo. Por eso, sabiamente Alix, situó el evento en Yamasá, una comunidad lejana para los cibaeños.
Pero el caso era leve, apenas un hecho indecoroso cometido por un anciano enfermizo en una iglesia, bajo circunstancias muy controladas, donde la estructura de autoridad eclesial estaba fuera de toda duda. Bastó, pues, una reprimenda del cura para que a nadie jamás se le ocurriera tal desfachatez dentro de un templo sagrado.
Confieso cierto pudor consignar aquí lo que la propia gobernadora de Santiago relató a Beras-Goico (ver youtube). Ante una protesta que se hacía inmanejable, ella hizo pasar al grupo de manifestantes sindicalistas a su despacho, y para aislarlos de los demás manifestantes, cerró la puerta; y cuando la situación se hacía más tensa ella, soltando un gas intestinal silencioso y pestilente, se irguió indignada y acusándolos de ¡rastreros insolentes!, los echó fuera. Así quedó disuelta la protesta debido a la confusión ocasionada por el meteoro. Ciertamente, un caso de increíble creatividad e ingenio de los que son necesarios en circunstancias en las que las normas ni los procedimientos establecidos ofrecen salidas apropiadas. Y, como suele ocurrir en nuestro subdesarrollo globalizado, los manuales copiados de otros países se deslíen frustrados ante realidades tercermundistas para las que estos textos legales y técnicos no fueron diseñados.
En la Justicia, en la Administración Pública, una forma bastante común de “desempeño institucional”, consiste en la creación, voluntaria o no, del caos. Esto que solemos llamar corrupción no es siempre inmoralidad o poca vergüenza, sino que con frecuencia, la única solución posible a determinadas situaciones.
Muchos procesos sociales de transformación se llevan a cabo a partir del caos. Ciencia, la palabra preclara, expresando ordenamiento, normas, valores, suelen organizar los procesos cancelando el caos. La Biblia consigna que la palabra ordenó el universo que hasta entonces estaba en estado caótico.
El caos difícilmente es institucionalmente manejable, pues es su opuesto dialéctico, precisamente. A menudo se necesitan mutuamente.
Las instituciones son sistemas de roles y normas, definiciones, procedimientos y leyes en base a valores y normas técnicas y éticas.
Lo discrecional, lo arbitrario, la improvisación, lo espontáneo, la violencia no legal son la otra cara de la ineficacia institucional.
Caos equivale a situación carente de definición y de estructura. La sola definición introduce orden. La definición es en sí un principio ordenador fundamental.
A la carencia o falta de estructura normativa le sigue la perplejidad y el desorden (caos). Y, comúnmente, la paralización.
La palabra de Dios es luz, justicia y verdad. No hay sustituto para la palabra revelada, los estatutos y mandamientos de Dios, para organizar la sociedad humana; menos aún comunidades atrasadas, semi-analfabetas, atrapadas entre la dominación del tecno-capitalismo y el relajo y la francachela tropicalistas.