WASHINGTON.- La carnicería de 100 muertos en un solo día en Irak seguía apareciendo en las pantallas de televisión la semana pasada cuando el hombre a punto de asumir el poco envidiabl cargo de comandante militar estadounidense ahí, el general George W. Casey Jr., resumió secamente la situación al senador John McCain: «Ciertamente no es como imaginé que sería, senador. Pienso que la insurgencia es mucho más fuerte de lo que yo ciertamente había anticipado».
No es el único en Washington que insinúa que el fracaso es una opción cuando Irak sea regresado a los iraquíes. Es tentador concluir, mientras los residentes locales arrojan piedras a los restos de los vehículos blindados de sus liberadores, que Irak será un desastre durante varios años. La realidad bien podría ser más complicada.
Del miércoles en adelante, cuando la soberanía formal pase a manos iraquíes, Estados Unidos podría enfrentar un paisaje estratégico definido por un iraquí atrapado en el infierno: entre la democracia y la anarquía, ni un estado de terrori ni el ejemplo brillante de una nueva democracia en Oriente Medio, un estado independiente que no es verdaderamente soberano, estable o unificado.
Quiz¬a, como argumentan algunos en el gobierno estadounidense, el caos y derramamiento de sangre que todos esperan se desarrollen simplemente son un feo rito de transición. «)Pueden unos mil terroristas dedicados derribar a una sociedad?», preguntó la tarde del viernes uno de los principales asesores del Presidente George W. Bush. «Es un experimento de laboratorio».
Entonces, )cuáles son las implicaciones estratégicas para Washington si ese experimento se vuelve humo? Es algo que la mayoría de los altos funcionarios del gobierno estadounidense no discutirán. Ya se habla en Washington del «síndrome de Irak», una renuencia comprensible a enfrentar las próximas amenazas a la seguridad estadounidense porque el primer ejercicio de política de prevención del Presidente Bush costó tanta sangre y miles de millones de dólares a las arcas públicas.
Pero ese es sólo el primer renglón de la lista. En privado, incluso algunos de los socios ideológicos y aliados políticos de Bush admiten que algo que no fuera un éxito claro haría descarrilar la misión más grande que Bush dijo en febrero del 2003 era la justificación real para la guerra: «iniciar una nueva fase para la paz de Oriente Medio».
Otro costo estratégico ya es evidente: el fracaso de Bush para encontrar laboratorios biológicos móviles, un programa nuclear activo o cualquier evidencia firme de coordinación entre Saddam Hussein y Al Qaeda ha hecho a algunas naciones desconfiar de enfrentar a los otros dos miembros del «Eje del Mal, Irán y Corea del Norte. En ambos países la evidencia de ambiciones nucleares es mucho más clara de lo que era en Irak. Pero ya los chinos están arrojando las fallas del espionaje estadounidense all rostro de Bush, por ejemplo, cuestionando algunas de sus denuncias sobre el supuesto programa nuclear de Corea del Norte.
Pero el mayor costo estratégico del fracaso en Irak -o incluso años de confusión, lo cual algunos consideran la posibilidad más probable- pudiera ser la pérdida de influencia para una superpotencia única que hace apenas un año era descrit como un imperio benevolente.
Edward P. Djerejian, quien fungió como principal diplomático estadounidense en Oriente Medio para muchos gobiernos republicanos, y quien encabezó un estudio para el gobierno de Bush sobre las fallas de la diplomacia pública estadounidense en los mundos árabe y musulmán, describió dos posibles resultados: «La imagen a largo plazo es ésta: Aun cuando Irak luce confuso y violento, si al final hay un gobierno que comparta poder con grupos importantes en el país, el resultado puede ser positivo. Pero si toma la dirección contraria, será visto en la historia como un acontecimiento desestabilizador que no sólo no llevó seguridad sino causó inestabilidad, e hizo retroceder los objetivos clave que dijimos estábamos tratando de lograr en el frente árabe-israelí, en la seguridad energética y ciertamente en la democratización de la región».
En suma, la apuesta de la presidencia de George W. Bush realmente empieza la noche del miércoles. Será entonces cuando la bandera estadounidense sea arriada sobre el cuartel de ocupación en uno de los grandiosos palacios de Saddam, y L. Paul Bremer, quien ha sido el delegado estadounidense durante la ocupación, aborde su avión. En ese momento, dijo Condoleezza Rice, la asesora de seguridad nacional del Presidente Bush, «tendremos que retroceder y dejar que los iraquíes determinen muchos de estos asuntos ellos mismos».
Lo esencial del dilema de Rice es que Estados Unidos está retrocediendo antes de que haya logrado sus propias metas estratégicas para un Irak posterior a Saddam. Ella y Bush no tuvieron opción: La misma Casa Blanca que antes de la guerra se negó a usar la palabra «ocupación» (la frase aprobada era «liberación») ahora admite que Irak llegó a detestar a los ocupantes, socavando la agenda estratégica estadounidense. Pero después del miércoles, no hay garantía de que el nuevo gobierno no tomará una dirección muy diferente.
La profundidad del desafío se refleja mejor en los propios objetivos del gobierno estadounidense para Irak, descritos en un «informe de antecedentes» elaborado por funcionarios de la Casa Blanca el Día de Año Nuevo de 2003, dos meses y medio antes de que se disparara el primer tiro.
«El objetivo es desarmar al país, desmantelar la infraestructura terrorista y liberar al pueblo iraquí», empezaba el informe. Las metas específicas incluían: «proporcionar seguridad para evitar el caos y los ataques de represalia», crear un «espacio político para la democratización iraquí» y «preservar a Irak como un estado unitario, con su integridad territorial intacta».
La lista de la Casa Blanca continuaba. «Evitar una interferencia externa inútil, militar o no militar», decía. «Iniciar rápidamente la reconstrucción, especialmente en el sector petrolero, de manera que sus utilidades puedan ser usadas para beneficiar al pueblo iraquí». Concluía con la afirmación de que «Estados Unidos no buscará dar órdenes desde lejos».
Lo que preocupaba a la Casa Blanca en enero del 2003 aún le preocupa en junio del 2004. La red terrorista es más vigorosa ahora de lo que era entonces. Aunque funcionarios de la Casa Blanca se molestan con la sugerencia de que el país está convirtiéndose en un programa de empleo para los jihadistas -estos tipos no estaban jugando canasta dos días antes» de que invadieramos Irak, respondió uno el otro día- el hecho sigue siendo que los jovenes graduados de las madrassas desde Arabia Saudita hasta Pakistán e Indonesia ven a Irak como el lugar para protagonizar su batalla. Eso podría forzar al nuevo Primer Ministro iraquí, Iyad Allawi, alguna vez colaborador pagado de la CIA, a declarar la ley marcial.
Pero )pueden los estadounidenses, aún sacudidos por las fotos de los abusos en prisiones, volverse los ejecutores de una acción represiva, quizá una que incluso disuelva mítines antigubernamentales? «No es un papel que nos podamos dar el lujo de desempeñar», admitió un funcionario de seguridad nacional.
Ni está claro que una vez que Estados Unidos se retire, otras potencias no traten de intervenir, empezando con Irán. «El interrogante sigue siendo si es un aguafiestas o un simpatizante de la transición», escribió este mes Judith S. Yaphe, experta de la Universidad de Defensa Nacional. Hasta ahora hay poca evidencia de que Irán esté ejerciendo mucha influencia, y Washington está apostando que los iraquíes sospechan aún más de los motivos iraníes que de los de Bremer.
Hay otras pruebas estratégicas: si los curdos permanecerán dentro del redil nacional, si los estadounidenses tendrán acceso al petróleo iraquí que pudieran necesitar si Arabia Saudita se vuelve inestable, si los líderes moderados en otros estados mediorientales se sentirán envalentonados por la experiencia de Irak o si les preocupará que el caos se propague.
Pero en los próximos cinco años, la prueba real del éxito o fracaso estratégico quizá no radique en las elecciones democráticas; a Filipinas y Corea del Sur les llevó décadas llegar a ese momento, incluso con tropas estadounidenses basadas en su territorio. La prueba real podría ser Starbucks.
)Bagdad -o Fallujah o Najaf- será lo suficientemente pacífico y próspero un día para que los iraquíes beban un capuchino en la acera sin temer perder un miembro o algo peor? Starbucks prospera en muchos lugares que no gozan de libertades estilo estadounidense. Pero depende de la seguridad y de una creciente clase media que quiera un sitio de conexión inalámbrica de Internet más de lo que quiera una guerra religiosa. Ahora hay 10 en Beirut, el Bagdad de los años 80. Al final, el gobierno de Bush tomaría ese resultado, felizmente.