El fraude de la izquierda: dinero para invasores, migajas para los ciudadanos

El fraude de la izquierda: dinero para invasores, migajas para los ciudadanos

Mientras millones de estadounidenses que han trabajado toda su vida enfrentan retrasos, confusiones burocráticas y excusas interminables para recibir sus beneficios del Seguro Social, el gobierno federal —bajo políticas progresistas heredadas del Partido Demócrata— ha facilitado una vía rápida y eficiente para que inmigrantes ilegales accedan a recursos financiados por los contribuyentes. ¿Ironía? No. Es traición.

Según datos recientes revelados por Elon Musk y confirmados por fuentes oficiales, más de 20 millones de personas “centenarias” estarían recibiendo beneficios del Seguro Social. Y no hablamos de abuelitas saludables en sillas de ruedas. Hablamos de registros falsificados, identidades duplicadas, y redes completas de corrupción que permiten que fondos destinados a los jubilados estadounidenses terminen en manos de personas inexistentes… o de extranjeros ilegales.

La Comisionada de la Administración del Seguro Social, Michelle King, renunció en medio de este escándalo. Aunque los medios de siempre tratan de suavizar la noticia, sabemos que fue el resultado de una auditoría que reveló una red de beneficiarios supuestamente mayores de 130, 140 y hasta 150 años de edad. ¿Qué es esto, la lista de pensionados del Olimpo? Musk ironizó en su cuenta de X: “Tal vez la película Crepúsculo sea real y haya vampiros cobrando la Seguridad Social”.

Lo más indignante no es solo el fraude, sino el contraste: los ciudadanos legales que han trabajado durante décadas deben suplicar, llenar formularios interminables, agendar citas y esperar meses, mientras desconocidos que cruzan la frontera sin documentos ni historial laboral reciben recursos médicos, legales y hasta asistencia de vivienda —todo pagado por nosotros.

El presidente Trump ha iniciado una ofensiva para detener esta locura. La nueva administración está desmantelando “el pantano de privilegios ilegales” y ha logrado, en tan solo unas semanas, recortar más de 55 mil millones de dólares en contratos absurdos, fraudes burocráticos y despilfarros demócratas. Pero la pregunta es: ¿cómo permitimos que llegáramos a este punto?

La respuesta es simple: una izquierda hipócrita y destructiva que dice defender a los pobres mientras destruye la clase trabajadora americana. Bajo la bandera de la “inclusión” y la “justicia social”, los demócratas han construido un sistema donde los delincuentes son protegidos, y los patriotas son perseguidos.

Recordemos: la Enmienda 14 jamás fue escrita para premiar a mujeres que cruzan la frontera embarazadas y dan a luz en suelo americano para obtener ciudadanía automática para sus hijos. Fue una provisión histórica, nacida del dolor de la Guerra Civil, para proteger a los esclavos liberados. Usarla hoy como excusa para inundar al país con millones de “ciudadanos ancla” es una aberración legal y moral.

Mientras tanto, la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU), en su eterna cruzada contra el sentido común, demanda al presidente Trump por intentar eliminar este abuso. ¡Como si proteger la Constitución fuera un crimen!

Pero hay esperanza. Los patriotas estamos despertando. La administración Trump no solo está tomando medidas, sino que las está haciendo públicas. Las listas de ahorro, contratos cancelados, gastos eliminados, están en línea. No es retórica: es acción, con transparencia y resultados.

Desde la Agencia de Desarrollo Internacional hasta el Departamento de Agricultura, pasando por la Oficina Ejecutiva del Presidente, se están cortando privilegios, cerrando fugas y reordenando prioridades: primero el ciudadano americano. Primero el que trabaja. Primero el que cumple.

Esta batalla no es solo política: es moral. Es espiritual. La Palabra de Dios enseña que el obrero es digno de su salario (Lucas 10:7). Robarle al trabajador para premiar al vago o al usurpador no es misericordia: es pecado.

Y aquí es donde entra el gran misterio sociológico, económico y, por qué no, espiritual de nuestro tiempo: ¿Por qué los votantes demócratas —aquellos que aseguran querer ver al país prosperar— se enfurecen cuando un presidente toma decisiones que salvan dinero, reducen el despilfarro y limpian la casa?

¿Será que están más comprometidos con odiar a Donald Trump que con amar a Estados Unidos? ¿Será que prefieren ver la economía colapsar con tal de no darle crédito a quien la está salvando? ¿Será que confunden justicia con resentimiento, y equidad con dependencia? ¿O será simplemente que una generación mal educada y sobreprotegida prefiere la comodidad del subsidio a la dignidad del esfuerzo?

La izquierda exige soluciones… pero se opone a toda medida real que implique orden, disciplina y recortes. Dicen amar la Constitución… pero odian cuando alguien la aplica con rigor. Quieren una economía fuerte… pero atacan al único presidente en décadas que ha demostrado saber cómo fortalecerla, sin pedir permiso a Wall Street ni a Pekín.

No se trata de sarcasmo. Se trata de lógica. ¿Qué clase de locura es esta? Trump no está quitando beneficios a los ciudadanos. Está eliminando fantasmas del sistema. No está perjudicando al pueblo, está desenmascarando al ladrón. No está dañando al gobierno: lo está reparando.

Pero claro, eso molesta. Cuando el pantano se seca, las ranas croan más fuerte.

Más leídas