El fuego de las monedas

El fuego de las monedas

¿Puede afirmarse que Judas el Iscariote no sabía lo que habrían de hacerle a Jesús? Él lleva a quienes tienen la encomienda de apresar a Jesús, hasta el monte de Getsemaní. Con dolor ha orado Jesús en el lugar, puesto que reconoce que llegó la hora del sacrificio. “Padre mío, si es posible retira de ante mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”.

Ahora, para fortalecer el ánimo de los suyos, se vuelve a ellos para hablarles. Todavía no entenderán su misión, mas luego recordarán estas palabras.

Poco después llega el contingente. Enardecidos esperan el señalamiento de Judas, que pretende ser un beso de paz. San Mateo, que recoge esta parte de aquellos acontecimientos narra no solamente lo del apresamiento, sino el súbito cargo de conciencia del que lo ha entregado.

Trata de pactar con quienes le entregaron el dinero. Las treinta monedas arden en sus manos, pues el arrepentimiento lo enardece. Los compradores de la sangre del justo se muestran inconmovibles. ¿Para qué recibir este dinero si marchan en pos de la consumación de sus objetivos?

Como muchos otros seres humanos antes y después que él, a Judas lo sedujo el afán de riquezas fáciles. ¡Tantos han procurado este otro oro, cuyo brillo es más reluciente que todo el resto del oro del mundo! Uno que otro de los que procuró esta piedra dorada ha sufrido lo indecible. Como Judas, ha sentido remordimiento. Otros, en cambio, decidieron que la brillantez cura el reclamo de la conciencia. Ese oro refulgente, además,  aparta del señalamiento y la crítica sociales.

Estos últimos se regodean en el contentamiento de los soldados que fueron a presencia de los sacerdotes para comunicarles de la resurrección. Los ancianos llenan sus manos de oro. “A nadie digan que ese hombre ha resucitado.

A quién pregunte, díganles que durante la noche se han dormido. Los seguidores de ese hombre se aprovecharon de ello, removieron la piedra y se llevaron el cuerpo”. A cambio del dinero, aceptan los guardianes, callar lo que saben. ¿Cómo hablar de sueño cuando las tensiones les impidieron el merecido descanso? Pero si con la banal explicación se satisface la curiosidad y se llenan los talegos, ¡venga por ella la riqueza!

Es Judas, mucho antes de que estos soldados reciban este soborno, quien no ha resistido el peso de la conciencia. “¡He entregado a un justo!”, se repite una y otra vez. Y por último, se ahorca. De este modo zanja su pelea interior. Los ancianos, en cambio, dilucidan el destino de estas monedas. No es posible restituirlas al cofre de las ofrendas, pues es dinero manchado. Es dinero, sin embargo, Ajenos al pesar de Judas, deciden la compra de un terreno que sirva como camposanto para los apátridas y renegados.

Después de todo, el oro se torna más dúctil en el fuego.

Publicaciones Relacionadas