El fuego, factor ecológico

El fuego, factor ecológico

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
Un trabajo de Jacobo Ruiz del Castillo, doctor en Ciencias Geológicas del Departamento de Uso Sostenible del Medio Natural, en Madrid, España, nos ilustra sobre los efectos de los fuegos en los ecosistemas forestales.

      «El fuego, como elemento natural, es un factor más entre los que definen la estación y ha contribuido, desde siempre, a la repartición y selección de las especies, a la composición de las formaciones vegetales y a la estabilidad, alternancia o sucesión de sus etapas, hasta tal punto que, en muchos casos, es necesario para la multiplicación de ciertas especies y la regeneración de sus formaciones. En todo el mundo hay evidencias biológicas y paleontológicas de esta relación, si bien ésta es más estrecha en regiones climáticas en las que existe un período seco, más si éste coincide con la estación cálida, como ocurre en los climas de tipo mediterráneo.

      «La existencia de especies que, como muchas de los géneros Cistus, Eucalyptus o Pinus, sólo diseminan eficazmente tras el paso del fuego, o el caso de la Proteácea australiana Banskia, cuyos frutos leñosos no sólo retienen semillas viables durante años, sino que acumulan grandes cantidades de nutrientes hasta que unas y otros son liberados tras el incendio, son ejemplos notables de esta dependencia que, en diversos grados, presentan muchos otros vegetales, llamados por ello pirofitos.

      «Los registros polínicos obtenidos en diversos tipos de yacimientos sugieren cambios de vegetación que, en muchos casos, puede relacionarse con vestigios de incendios representados por capas carbonizadas. Muchos árboles multicentenarios, especialmente algunos Pinus aristata y ejemplares de Sequoia en California, han conservado en sus anillos de crecimiento huellas de incendios más o menos periódicos y perfectamente datables, que también constituyen una fuente evidente de información sobre características y efectos de incendios pretéritos.

      «Hay también indicios de asociación de ciertas especies a zonas en las que, de siempre y de forma permanente, han existido causas naturales de incendio. La progresión de los pinos desde el Plioceno y las áreas de algunos de ellos en Siberia y en América del Norte se han relacionado con la influencia del fuego. Seguramente no es casualidad que un pino insólito por su capacidad de rebrote tras el fuego, Pinus canariensis, sea la única especie del género que aparece en las islas Canarias, archipiélago de historia y origen volcánicos. Asimismo pueden relacionarse áreas conocidas por la frecuencia de as tormentas secas con la persistencia en ellas de formaciones más o menos pirófilas».

EFECTOS EN EL SUELO

«La eliminación de la cubierta vegetal, la combustión de la materia orgánica y la temperatura desarrollada por el fuego producen en el suelo cambios de sus propiedades físicas, químicas y biológicas, cuya magnitud depende, por un lado, de la intensidad y duración del incendio y, por otro, de la disposición, estructura y grado de humedad del propio suelo. El calor consume parte de la materia orgánica y destruye los agregados, que acaban dispersando los impactos de las gotas de lluvia. En el suelo descubierto tras el incendio, y frecuentemente ennegrecido por las partículas de carbón, con un albedo o poder de reflexión generalmente muy inferior al de una superficie cubierta de vegetación, aumentan la temperatura y la evaporación, al tiempo que disminuyen la absorción y retención de agua, la porosidad, la aireación y la capacidad de infiltración superficial. El balance suele ser una reducción de las disponibilidades de agua y un aumento de la escorrentía y del peligro de erosión.

      «Otra alteración frecuente e importante en muchos suelos calcinados es la formación de capas impermeables al agua. Las sustancias hidrófobas presentes en el tejido esponjoso que forma el mantillo, al arder éste se condensan bajo la zona recalentada del suelo, a varios centímetros de la superficie, formando una capa que puede impedir el paso del agua. Este fenómeno, descrito en principio para ciertos suelos arenosos, lo hemos observado en otros tipos de suelo; sus efectos pueden prolongarse durante algunos años, contribuyendo al aumento de la escorrentía, con el peligro de erosión subsiguiente. El grado de erosión previo puede hacer que el proceso se autoacelere».

EL TRABAJO VOLUNTARIO

En 1993 iniciamos un proyecto que rápidamente creció por la acogida que tuvo entre los jóvenes. Se trató de la formación del Cuerpo Nacional de Guardaparques Voluntarios, formado por estudiantes de distintas universidades y colegios, y que había sido convocado por el Espeleogrupo de Santo Domingo, Inc., contando con los auspicios de varias entidades locales e internacionales.

      El Cuerpo Nacional de Guardaparques Voluntarios instruía a sus miembros en montañismo, espeleología, cuidado de animales, combate de incendios forestales, primeros auxilios, cocina de campo, conducción de motos todo-terreno, conducción de botes con motor fuera borda y muchas otras disciplinas, para lo que contaba con los mejores técnicos de la República Dominicana que se encontraban en la Dirección de Foresta, la Cruz Roja Dominicana, la Dirección Nacional de Parques, el Proyecto Propescar Sur y muchas otras instituciones.

      La proyección de crecimiento del CNGV era aproximadamente de cien miembros por año, lo que incluía unidades en Santo Domingo, San Cristóbal, San Rafael del Yuma, San Pedro de Macorís, Santiago y otras ciudades. A la fecha -de haberse mantenido- tuviéramos un pequeño ejército de poco más de mil guardaparques voluntarios, que en materia de incendios forestales nos hubieran servido muy eficazmente en estos días.

      Pero ocurrió que la Dirección Nacional de Parques del 1997 decidió que no necesitaba esta ayuda, y que, por lo tanto, desautorizaba a los jóvenes a trabajar voluntariamente en los parques nacionales. Naturalmente, con semejante actitud, el proyecto de guardaparques voluntarios se disolvió con toda la pena del mundo, tanto por los esfuerzos empleados como por la imbecilidad del entonces director de parques.

QUE A NADIE SE LE OCURRA

Que a nadie se le ocurra ahora, a raíz de los incendios forestales que nos azotan, inventar con proyectos de reforestación o cosas parecidas. Peor que los incendios que actualmente diezman los pinares de la Cordillera Central sería cualquier proyecto de reforestación, porque de seguro éstos implicarían remover todos los troncos de pinos, «limpiar» la zona, construir senderos y otras «medidas» más que solamente empeorarían la situación.

     El bosque quemado, principalmente cuando se trata de pinares, es preferible que se quede como está. Los pinares tienen su respuesta natural para los incendios, brotarán millones de pinos nuevos, muchos más que cualquier número que se intente plantar.

     Según José Manuel Moreno y Alberto Cruz, especialistas de la Facultad de ciencias del Medio Ambiente de la Universidad de Castilla, España, «tras el incendio, el restablecimiento de la cobertura vegetal se produce por dos vías: mediante regeneración de las plantas a partir de las partes subterráneas (raíces, cepas, rizomas, bulbos), que sobreviven al fuego (especies rebrotadoras) o mediante la formación de nuevas plantas a partir de semillas (especies semilladoras) que germinan cuando las condiciones son favorables. Las semillas pueden proceder de áreas vecinas no quemadas o, más frecuentemente, sobre todo en lo que concierne a las especies leñosas, del propio sitio quemado, que ha sobrevivido al fuego».

 

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