El fukú de Fukuyama

El fukú de Fukuyama

Fukú o fucú, aunque no está registrada en el Diccionario de la Real Academia Española, es una palabra que en la República Dominicana viene a significar mala suerte y una persona que azara o azaroso. Según Carlos Esteban Deive, fukú se vincula con el término “fufú”, que significa hechizo, brujería. A uno le puede caer el fukú, una mala racha o, si uno es un azaroso, ser un fukú. Cuando hablamos del fukú de Fukuyama –en la línea de Guillermo Cabrera Infante y consciente de que “sin juegos de palabras me quedaría sin voz pero con voto, devoto”- no queremos decir que el reconocido cientista social estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama sea un fukú, sino que ha tenido la mala suerte de que su idea del “fin de la historia” ha sido incomprendida desde el momento en que la lanzó en un artículo que se convertiría después en su libro “El fin de la historia y el último hombre”. Dato curioso: en japonés, fuku significaría feliz y buena suerte, el antónimo del fukú dominicano. En todo caso, la palabra ha pasado a la literatura universal: el poeta ruso Evgueni Evtushenko intituló una obra suya “Fukú” y, en “La maravillosa vida breve de Oscar Wao” de Junot Díaz, el fukú es una maldición de la cual solo es posible librarse con un “zafa”.
¿Por qué Fukuyama ha tenido la mala suerte de que su tesis del fin de la historia ha sido incomprendida? Me explico. Fukuyama, inspirado en Hegel, tal como es interpretado por Alexander Kojève, afirma que, tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, solo queda como única opción legítima y viable la democracia liberal. Hemos llegado al fin de la historia, “el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas”, cuando “los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas».
Una década después, con los atentados del 11 de septiembre de 2001, parecería que la historia hubiese retornado y de muy mala manera. Samuel Huntington trata entonces de sustituir el paradigma recién instalado de Fukuyama por el de “choque de civilizaciones”. Más tarde, en 2012, Robert Kaplan llamaría la atención sobre el craso error cometido por las elites occidentales de pensar que sus “valores universales” (derechos humanos, mercados, Derecho internacional, internet, etc.) están triunfando sobre las “fuerzas de la reacción”, cuando, en realidad, estas están confundiendo su “autorreferencial mundo de cosmopolitas globales” con la pura y dura realidad de un mundo azotado por el nacionalismo, el sectarismo, el fundamentalismo y la violencia. Fukuyama se defiende y afirma: “La lucha que afrontamos no es el choque de varias culturas distintas y equivalentes luchando entre sí como las grandes potencias de la Europa del XIX. El choque se compone de una serie de acciones de retaguardia provenientes de sociedades cuya existencia tradicional sí está amenazada por la modernización. La fuerza de esta reacción refleja la seriedad de la amenaza. Pero el tiempo y los recursos están del lado de la modernidad”.
¿Cuál es el balance de este enfrentamiento de posiciones teóricas acerca del fin de la historia? Para responder esta pregunta, hay que resaltar algo que muchas veces es soslayado por los partidarios y los críticos de la tesis de Fukuyama del fin de la historia. Y es que Hegel casi nunca habla de “ende” (final) o “schluB” (conclusión), sino que se refiere a “ziel” (meta), “zweck” (finalidad) o “resultat” (resultado). Esto así por la sencilla razón de que en alemán no existe una palabra que combine los dos significados de la palabra “fin” o “end” -en inglés-, por un lado el de “final” y por otro el de “propósito”. En realidad, como bien explica Perry Anderson, a Hegel le interesaba fundamentalmente el fin como propósito más que como final. De manera que propiamente hablando solo cabe hablar del fin o del propósito de la historia. Para Marx el propósito de la historia y hacia el cual se movía indefectiblemente esta era la victoria de la verdadera clase universal, el proletariado, y la concreción de una sociedad comunista global que acabaría con la lucha de clases para siempre. Para Fukuyama, al igual que para Hegel, el fin de la historia es el Estado demo liberal y el sistema capitalista, una realidad tan incuestionable e incontestada hoy que al pobre Slavoj Zizek solo le queda afirmar, desalentado: “El sistema imperante ha jodido hasta la capacidad de soñar. Miren las películas que vemos todo el tiempo: es fácil imaginar el fin del mundo, o un asteroide destruyendo la vida, pero no podemos imaginar el fin del capitalismo”.
Ganó Fukuyama. ¿Significa esto que no hay nada por qué luchar y soñar? No. Como afirma Enrique Dussel, desde una América Latina que no está “fuera de la historia” como pretendía el eurocentrista Hegel y desde un Caribe que debe dejar de ser mera “frontera imperial” (Juan Bosch), es posible la “Transmodernidad”, es decir, «un proyecto mundial de liberación donde la Alteridad, que era co-esencial de la Modernidad, se realice igualmente». Esto implica: el gobierno político de la economía; el rediseño y globalización del Estado Social; el reino de la igualdad y la no discriminación; el control de los “poderes salvajes” (Luigi Ferrajoli); la realización de la “Carta Magna de la ecología integral” (Leonardo Boff); el diálogo interreligioso, pues «no habrá paz mundial sin paz entre las religiones” ni “paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones» (Hans Kung); y el reconocimiento de que los animales son seres, no solo vivos sino sintientes, que tienen derechos y merecen toda nuestra empatía (Jeremy Rifkin).

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