El futuro del libro, la lectura y las librerías. Diálogo con Gonzalo Castellanos

El futuro del libro,  la lectura y las librerías. Diálogo con Gonzalo Castellanos

Pregunta. Gonzalo, el mundo editorial está cambiando vertiginosamente, y las transformaciones tecnológicas, así como el paso del mundo análogo al digital están impactando en nuestras mentalidades, estilos de vida, hábitos y costumbres cotidianas. Usted que trabajó en la elaboración de la Ley del Libro y Bibliotecas del Ministerio de Cultura dominicano, además de otras leyes, como las de cine y patrimonio, ¿qué piensa de lo que está sucediendo en el presente? Como la misma Ley del Libro y Bibliotecas contempla su revisión cada cinco años, y su elaboración se inició en 2007, previo a un proceso de consultas y estudios ¿qué aspectos y elementos piensa deben ser revisados a la luz del presente?

Respuesta. Creo que hay que darle más tiempo al instrumento. En República Dominicana, a diferencia de otros países latinoamericanos y España, incluso, se hizo una ley que contempla su propia retroalimentación con el entorno digital. Quiero decir que todos los instrumentos de fomento, circulación y acceso que allí se contemplaron cobijan por igual al libro impreso que al libro en nuevos formatos y, en consecuencia, a la circulación de textos en diversidad de medios. No creo que por ahora sea necesaria una revisión de la ley que tome otros años de trabajo, de concertaciones, de decisiones políticas, sino más bien una política que enfatice en la aplicación del instrumento actual y su reglamentación o interpretación para que todos los nuevos medios y formatos reciban igualdad de trato.

P. ¿Usted piensa que el libro físico será desplazado por el libro digital? ¿Cuál sería pues el futuro del libro de papel?

R. No lo creo, en particular en el caso latinoamericano. La brecha digital por factores de exclusión social en nuestro continente es incluso más grande que la que hoy existe de acceso a la lectura. Mientras nuestros países no superen la estructura de exclusión (menos del 50% de la población tiene acceso a Internet, y menos de ese porcentaje tiene con qué comprar una tableta o un computador), no habrá un reemplazo del texto escrito por el texto digital. Adicionalmente, hay intereses de empresas editoriales, no nacionales, que hacen que el montaje de esa industria del libro impreso no sea fácilmente reemplazable. Allí hay intereses en empresas impresoras, gráficas, de extracción de madera, de transporte, en fin, un negocio de cadena que las grandes editoriales no van a dejar que se acabe pronto hasta haberle sacado el último centavo. Y aclaro que me refiero al caso latinoamericano, a la lectura hispanoparlante, no a la situación de Europa o Estados Unidos, que ya va en un nivel de avance y de transformación digital muy superior. Si el poder adquisitivo en América Latina no da para que la lectura sea parte de la canasta familiar, es decir, para que cada ciudadano compre un libro impreso, mucho menos da para que cada ciudadano tenga acceso a internet, y a la compra del aparato para leer el libro, ni para la compra misma del libro. Se unen entonces la exclusión y la gran brecha digital con el interés económico de la industria editorial hispanoparlante impresa.

P. Hasta hace poco yo pensaba que coexistirían el libro físico y el digital, pero ahora tengo mis dudas. ¿Piensa que las librerías sobrevivirán y se transformarán? ¿Podrían convivir con la práctica de la venta de libros por internet? ¿O se abriría una oportunidad para la implementación del negocio de las librerías de viejo, de libros usados? Las librerías tendrán que modernizarse, desde luego, y adaptarse a las nuevas tecnologías de un mundo competitivo, global y en constante transformación, en una sociedad del desecho, donde los dispositivos tecnológicos cambian repentinamente, son desplazados y reemplazados por otros más sofisticados, como ha sucedido con los celulares, las computadoras, los televisores, los discos compactos, etc. ¿Qué opina de mi reflexión?

R. Sí, creo que tendrá que depurarse la forma de producción y distribución para hacerlo más cercano al pedido personal. Será difícil que la industria, la distribución y las librerías sobrevivan bajo la forma actual en América Latina, con tan escasa demanda y acceso ciudadano a los libros. Solo una decidida e integral política de fomento de la lectura que, a decir verdad, no existe en el Continente y la Región, salvo en el caso argentino, chileno, brasileño o mexicano, puede hacer que sobreviva la cadena de valor del libro. De lo contrario, independientemente de que el libro esté en soporte digital o impreso, desaparecerán progresivamente más distribuidores y libreros.

 

P. Si los Gobiernos y los empresarios cumplieran con la Ley del Libro y Bibliotecas en nuestros países – usted que trabajó en la redacción de esta ley en otros países de la región-, ¿piensa que se prolongaría la vida del libro tradicional de papel, con la creación de bibliotecas municipales, la compra de libros y equipos para fortalecer y mantener actualizado el catálogo del sistema de bibliotecas, así como que las empresas privadas doten de bibliotecas de mil libros para sus empleados, como lo dice nuestra ley? ¿Piensa que sería una solución o, por el contrario, la crisis persistiría y terminaría desapareciendo la Era de Gutenberg?

R. Creo que los instrumentos de fomento (como la ley de Republica Dominicana) pueden hacer que sobreviva la política de lectura, con independencia del formato o soporte material del libro. Pero hay que movilizar los instrumentos con valentía, con honestidad, con decisión. Ninguna ley en el mundo, por buena que sea -y vaya que son escasas-, sirve en un contexto de desinterés gubernamental o de apatía ciudadana.

R. De lo mismo que ahora. De los casos más exitosos. Los autores viven o vivimos del relato, de la palabra. Y algunos viven realmente bien en el campo económico, cuando cambian, cuando sorprenden. Los editores seguirán viviendo de los mejores autores. El problema del ingreso para los autores es un asunto de siempre, no del futuro.

 P. Por otro lado, ¿cuál sería el futuro de las ferias del libro, cuando el libro es el objeto y el protagonista? ¿Sobrevivirán o se transformarán? ¿Y las bibliotecas, desaparecerán, se transformarán o se volverán museos bibliográficos?

R. Sobrevivirán y quizá hasta haya más ferias en nuevos formatos, de nuevas maneras, más lúdicas, menos intelectuales, más democráticas. Cuando llegó el tren mucha gente se sorprendió y anunció cataclismos. De pronto caemos en la trampa de ver el mundo digital de la lectura y el libro con esa noción apocalíptica.

P. ¿Usted piensa que con una política de promoción de lectura sostenida y dinámica de carácter oficial se podría enfrentar el déficit de lectura en los países que tienen tradicionalmente un bajo índice? ¿Cómo está esta situación en Colombia, país que tiene un alto índice de lectoría?

R. Sin duda eso es lo que falta. Ese es el déficit, esa es la trampa gubernamental. El caso colombiano no es distinto: hay una fuerte industria editorial y de impresión (no exenta de altibajos); pero hay déficit de lectura. Y lo hay porque hay exclusión social en todos los sectores de la vida nacional. Por supuesto, la lectura no es ajena a esa estructura oprobiosa. Las políticas de lectura tienen que ser políticas de reequilibro social.

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