El futuro del PRD y las tendencias

El futuro del PRD y las tendencias

El PRD puede reunir solo entre un 35 y un 40% del electorado nacional. Hay un 10% que necesita para ganar que se le resiste y usualmente no vota por ese partido. Cuando ha ido a las elecciones dividido su capacidad para penetrar al no perredeísmo se reduce, cuando llega a las elecciones más o menos unido y brinda un discurso que incluye la diversidad social del país, avanza e incluso gana.

Por eso es que pienso que propuestas como la de los jefes de tendencias que se oponen a Vargas y su grupo según la cual antes de reunir la Comisión Política (CP) los “líderes precandidatos” deben concertar un entendido, no resolvería nada, hundiendo más a la organización en el faccionalismo. Por ello, si la CP es el terreno institucional donde debe dirimirse el conflicto que allí se dirima.

El temor de quienes se oponen a Vargas Maldonado es el de que éste ha construido una mayoría mecánica que los aplastaría si asisten al organismo. Si Vargas Maldonado comete el error de creer que su mayoría pueda hacer eso se equivocaría, pues no cuenta con la fuerza como para llevar adelante en solitario la tarea de alcanzar el poder y si momentáneamente logra imponerse, la cultura faccionalista rápidamente haría de ese triunfo una victoria efímera. De allí que surja la necesidad del compromiso en el terreno donde debe trazarse: el institucional.

De los resultados electorales no hay sólo un responsable, ya que toda la dirigencia fue compromisoria de la situación interna que enfrentó el PRD. También es preciso no olvidar que la organización alcanzó una buena posición municipal, aumentó su espacio en la Cámara Baja del Congreso y obtuvo más votos individualmente que el PLD. Lo central es que la fragmentada dirigencia del PRD no le puede salir ahora a su base de masas con el juego de las exculpaciones personales. Tiene que dar una respuesta política que a mi juicio hasta ahora no se ha dado.

Naturalmente, corresponde a Vargas Maldonado crear las condiciones para una discusión seria de la derrota. Su respuesta ha sido defensiva. Si bien Vargas Maldonado cometió errores en la campaña, que de seguro en una discusión le serían señalados, la organización avanzó electoral y políticamente. En ese proceso el principal problema, a mi juicio, fue el de las sustituciones y designaciones de dedo de candidatos que agrietó la unidad de las bases. Si bien los jefes faccionales críticos de Vargas Maldonado tienen razón en muchos de sus reclamos, no pueden lavarse las manos en torno a los resultados electorales, pues su pasividad y criticismo interno en la campaña restó compactación a la organización en su conjunto. Es por ambas razones que la discusión se impone y nadie, ni los que están en el poder de la nomenclatura ni los que se le oponen, pueden pensar en un debate que persiga “liquidar” al otro y “exculparse” a si mismos.

Si los “caudillos” que controlan facciones en el PRD no entienden que su porvenir como líderes políticos es incierto y limitado en el marco de la lucha de facciones y no se acogen a un modelo institucional, pero también renovado en sus propuestas y capaz de lograr consensos sostenibles, entonces su papel más temprano que tarde los condena al fracaso y la desaparición.

En una situación así solo cabría esperar una suerte de rebelión del coro, cuyos resultados son inciertos, o la reducción de la organización como un todo a una maquinaria burocrático/electoral controlada por liderzuelos eventuales que periódicamente se turnan la representación de ese control. En una situación así estaríamos en un sistema de partido único con una oposición legitimadora, en la que PLD y PRD convivirían, el primero como partido hegemónico (¿único?), el segundo como ente subordinado, pero necesario al orden político. Pero realmente el PRD tiene en esta coyuntura una gran oportunidad que muchos esperamos sepa aprovechar.

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