El futuro es ahora

El futuro es ahora

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
El Estado democrático sólo es posible si se entiende como un proyecto histórico. No entenderlo de esa forma, es no consolidar el proyecto de las ideas liberales y democráticas. Si la inteligencia dominicana persiste en la interpretación moral o en la mera condena de la realidad y de los partidos políticos, contribuirán, antes que acercarnos a una mejor democracia, a la consumación de un nuevo experimento autoritario y a la asfixia de las libertades. 

La historia define nuestro pasado mientras que la «razón histórica» (Ortega y Gasset) define lo que hoy, bueno o malo, vemos como cotidiano. La «razón histórica» define, limita y al mismo tiempo potencia lo que somos y lo que nos disponemos a ser (y a hacer) en el momento siguiente. Debemos pues tener respuestas racionales a las preguntas de cómo hemos devenido en lo que somos y qué queremos para nuestro futuro.

Lo que hoy vivimos, lo bueno y lo malo, es la continuación del capítulo que antes se escribió. El presente nos brinda como marco jurídico una Constitución conservadora con pocas concesiones liberales; como marco institucional, una estructura estatal centralizadora y mayormente ineficiente, y como marco social, un espacio público masivo complejo y en constante transformación. En ese entorno, por décadas, las prácticas políticas han ido degradando el Estado hasta el punto de hacerlo, no un Estado fallido, pero sí un «Estado fuñido», como diría Bernardo Vega ¿Qué nos traerá el devenir?.

La construcción de una nación organizada pasa por entender lo que la vida es. Debemos descubrir cuáles son las creencias del individuo a secas, de carne y hueso, desprovisto todavía de sus definiciones abstractas: consumidor, ciudadano, contribuyente, etc. En lo que nos ocupa, lo importante es poder describir las creencias políticas imperantes, sin que nos gane la tentación de valorarla con nuestros deseos.

El dominicano actual, como cómplice o como crítico, como anhelo o como pesadilla, entiende que la política es un mecanismo de movilidad social al tiempo que una vía para el enriquecimiento fácil. Lo que de esto se desprende, como consecuencia lógica, es el clientelismo como forma de participación política. En la teoría sociológica y política existe la conciencia de este fenómeno, no sólo en países como el nuestro, sino incluso en países más desarrollados. En el caso nuestro el clientelismo parece ser la única forma de movilización social.

El aspecto más negativo del clientelismo, desde una perspectiva normativa, es la tentación que sienten los partidos a abandonar la construcción de conciencia política en los ciudadanos, y como elementos menos negativos, explica décadas de estabilidad social y política, de gobernabilidad, al través -ya lo hemos dicho- de una efectiva, aunque costosa movilización de amplios sectores de la población, tocando todas las clases sociales.

Bienvenido Alvarez Vega define el sistema político imperante como la «industria política». Una «industria» -ocurre en todas partes del mundo- que propende de forma natural a hacerse autónoma en sus intereses. Siguiendo la metáfora empresarial: busca monopolizar la esfera de lo público. Así, el aparato estatal, fin último del accionar partidario, se vuelve en un objetivo en sí mismo.

Una consecuencia de tal monopolio es que la lucha por la administración del aparato estatal tiene más de privado (aunque en la esfera de lo colectivo) que de público, debilitando el discurso político y su futura legitimidad.

No obstante estas descripciones, el planteamiento pesimista y utópico de algunos discursos de la Sociedad Civil, el moralismo que sustituye el análisis al situarse en posición condenatoria de la realidad, aún en el caso más extremo de altruismo, son el anverso del clientelismo y no su superación, y todavía no ha logrado impactar (al menos no en la proporción que auto-referentemente plantean), como debería ser su objetivo, las políticas públicas y la cultura de participación y política. La miopía les impide a algunos ver dos elementos: la fortaleza de los partidos políticos a través del clientelismo y su propia debilidad estratégica frente a esa realidad.

El futuro es hoy. Y debemos entender por esta afirmación, no las prisas de las inteligencias que apremian su decepción del sistema al tratar el tema nacional, sino el punto de partida la razón histórica que hoy nos define. Sin dudas, para su propio mantenimiento, y para el bien de la democracia perfectible de la cual hoy gozamos, los partidos políticos deben consensuar cambios importantes en el quehacer político, y la Sociedad Civil, además de corregir sus errores estratégicos, debe disponerse a crear el todavía inexistente ciudadano.      

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