El futuro no es lo que era

El futuro no es lo que era

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
Todos añoramos aquellos tiempos en que la delincuencia no era parte de nuestra cotidianidad. Si no nos gana la nostalgia podemos ver el pasado desde otra perspectiva. Si volvemos la vista atrás es común que encontremos, quizá por razones bio-químicas en nuestro cerebro, que todo lo pasado fue mejor. Un pasado sin crimen ni violencia. Natural, ayer es un recuerdo, una imagen, un sentimiento que construimos para mantener el continuo de nuestras vidas.

Solemos valorar la historia con indulgencia y al glorificar la juventud como un valor, podemos desdibujar las circunstancias históricas de antes, confundiéndonos peligrosamente al interpretar nuestro ahora. Es decir, proyectamos en nuestra memoria lo que queremos recordar. Es un hecho científico que los seres humanos -en lo individual- borramos de nuestra memoria los hechos más traumáticos y en su lugar solemos construir un pasado idealizado. No me cabe duda que algo similar ocurre en lo social.

¿Quién recuerda primero el dolor en la infancia y en la juventud que la experiencia agradable? ¿Quién recuerda  antes la vergüenza de las  citas fallidas que la gloria del primer beso? No digo que las experiencias desagradables desaparezcan de nuestra memoria, y siendo rigurosos, puede que no sólo estén ahí imborrables, sino que además nos marcan mucho más y de forma muy profunda que esa idealización del pasado que solemos contar alegremente. Socialmente, sospecho, ocurre otro tanto. Recordamos lo que queremos recordar, pero estamos marcados por lo uno y lo otro.

Uno podría, a riesgo de ser señalados como cínico, hacer una larga relación histórica desde esta perspectiva. Baste una mención: callamos el primer crimen de Trujillo, para sobrecogernos con el último. En materia de violencia, muy acorde a la agenda prioritaria de hoy  siempre nos negamos esa vocación de nuestra sociedad.

Así, en su parte positiva, tanto en lo individual como en lo social, ese ejercicio inconsciente de recordar selectivamente, nos permite ir llevando la vida con cierta facilidad. En su lado aceptable, el olvido selectivo, permite tolerarnos; pero en su parte oscura, impide que veamos nuestra vida individual o histórica como la ilación de capítulos, no necesariamente determinantes, pero indiscutible, irremediable, intrínsicamente  consustanciales a nuestro ser. Somos, todos los seres humanos, una historia antes que una esencia. Hoy somos lo que hicimos. Y aún  nos sorprendemos al ver que el futuro no es lo que era.

Adrede evito el camino del detalle, pues es condición humana que no nos agrade que nos digan que lo que recordamos no es lo que fue. Me atrevo, sí, a decir que de vez en cuando y de cuando en vez valdría la pena que miráramos nuestro pasado sin nostalgia, como el que busca en la novela entender en el capítulo presente, el capítulo que está por venir.

Propongo que hagamos el ejercicio de ver el pasado de la violencia desde otra perspectiva: Pensemos qué soñábamos -hace 20, 10, 5 años- qué sería nuestro futuro. Vale la pena, también, que nos preguntemos las razones de por qué lo que esperábamos no es lo que tenemos. El futuro dejó de ser lo que era, y no fortuitamente.

¿Qué hicimos ayer que nos cambió el futuro? Al responder, quizá nos encaminemos sin intercambio de disparos, a evitar que, nueva vez, la realidad se nos escape por la puerta trasera sin haberla podido entender. Algo sucedió en la  historia de la violencia que nos robó nuestro futuro.

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