El G-20 ¿ganar, perder o negociar?

El G-20 ¿ganar, perder o negociar?

El G-8 es un grupo de países con cierta homogeneidad cuando se trata de medir sus economías aunque guardando las distancias. Todos son industrializados pero no todos tienen el mismo nivel de bienestar o de ingresos per cápita. Hay inclusive países fuera de ese grupo que tienen mejores indicadores de desarrollo humano que los del G-8, como es el caso de los nórdicos.  

Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Rusia, Francia, Alemania, Canadá e Italia (G-8), poseen lo que se dice, poder económico, militar y político, que no tienen otros países desarrollados.

Pero ya ese grupo controla menos del 50% del PIB mundial y por lo tanto su influencia no es la que tenía hace dos décadas. China, La India, Brasil y México, son ahora potencias económicas, algunas con gran poder militar y fuertes influencias políticas que superan las de algunos países del G-8.

Por eso, los G-8 decidieron crear el G-20, que incluye 11 países emergentes y la Unión Europea y cuya existencia se formalizó en el 1999. A partir de la crisis financiera mundial en el 2008, que arremetió contra las economías más desarrolladas, el G-20 desplazó al G-8 como el foro mundial de mayor relevancia.

Los países que forman el G-20 en adición a los G-8, son Brasil, la India, China, Arabia Saudita, Sudáfrica, México, Indonesia, Corea del Sur, Argentina, Australia y Turquía. El número 20 es la Unión Europea.   

¿Pero cuál es el problema con este grupo ampliado de países? Que los acuerdos son mucho más difíciles de alcanzar por la diversidad de intereses. Por ejemplo, los países del G-8 subsidian a sus productores agropecuarios mientras que los países emergentes luchan por el desmonte de esos subsidios, lo cual crea grandes distorsiones en los mercados. Un largo conflicto pendiente de solución. 

En la reciente reunión del G-20 en Toronto, Canadá, surgió de nuevo la diferencia.  Los europeos propugnan por una reducción drástica del déficit fiscal mediante fuertes programas de ajustes. Es una actitud razonable ante los desafíos de hacer sostenible su deuda soberana y no reproducir la crisis griega.

Sin embargo, esa no es una prioridad para todos los países emergentes, ya que la crisis no los afectó tanto como a los industrializados. Estados Unidos, el más afectado por la crisis, se unió en este punto a los emergentes porque teme alargar la recuperación económica mundial contrayendo la demanda, pero Gran Bretaña, tradicional aliada de los norteamericanos, se unió al resto de Europa y se apretó los cinturones.

Para salir del embrollo, todos reafirmaron su voluntad de reducir el déficit fiscal pero con plazos diferentes. Europa quiere hacerlo para el 2013 (bajar del 10% al 3% del PIB) mientras que Estados Unidos habla del 2015. Otros emergentes harán lo mismo, pero con menos prisa, ya que sus déficits son relativamente bajos aunque sus deudas son altas. 

Con las nuevas regulaciones bancarias pasa lo mismo. Todos coinciden dentro G-8 y de hecho trabajan en la misma dirección, pero algunos emergentes ni hablan del tema. O sea, piensan que sus sistemas financieros funcionan bien. Sin embargo, todos abogan por los mismos resultados, como es tener una banca más sana y transparente, menos especulativa y mejor regulada (reducir riesgo sistémico). De manera que las medidas que adopte el G-8 sobre esta materia se adoptaran en el G-20, con sus diferentes dimensiones y características.

En fin, en vez de imposición al resto del mundo desde el G-8, hay que negociar en el G-20. Ya no se trata de ganar o perder sino de buscar un equilibrio entre las partes.

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