El galope de la nieta

El galope de la nieta

En ocasiones he hablado de mi nietecita. No tan nietecita, porque ya cuenta ocho años. Tiene la costumbre de no caminar en la casa. Cada traslado lo hace corriendo.

Le he dicho tantas veces: No corras dentro de la casa; pero continúa haciéndolo. Y cada vez que me pasa por al lado, me grita con mucho cariño: Adiós, abuelo.

Es una de las tantas formas de mantener su dominio y  voluntad. Un hermano de dieciséis años solo dice que ella quiere dominar a todo el mundo en la casa. Y tiene razón. ¿Ella? No, el hermano.

Fue en su tiempo buena muchachita y aún lo sigue siendo. Nadie podía atender las llamadas telefónicas. Sólo ella. Si llegaba alguna visita, ella estaba en el medio. Sabía movilizar un mueble para que la visita se sentara. Si pedía algo, ella quería resolverlo. En fin, un dechado de servicios y atenciones. Siempre quiere estar en la cama de nosotros y recoge un plato de alimentos. ¿Y qué hace? me pregunto. Se va a comer en la cama. Quiero decir que no se pierde un capítulo de “Nickelodeon” ni de “Discovery Kid” de la tele.

Come con los ojos. A veces ni siquiera mira bien un refresco ni un bocado que se le ofrezca. Sólo le basta mirar y no prueba nada que ella rechace, ni un sorbito, ni la más pequeña porción.

Recuerdo cuando tenía unos cuatro años, que intenté que probara un poco de de leche condensada  con cerveza malta. No hubo forma. Sin embargo, hoy no solamente la pide, sino que la exige. No sé por qué misterioso camino encontró el néctar de esa mezcla.

Eso sí. Si usted no desea una bronca, no le ofrezca un helado “Bon”, porque ahí se paran las aguas, y lo pide en un vaso bien grande, de varios sabores y, en el tope, su gourmet de mermelada.

Cuando quiere algo nos llena de besos en los brazos, como para que el recorrido represente una interminable fila de besuqueos; también en las mejillas.

Le gusta el empleo de los aumentativos y diminutivos. Se acerca a la cama, desde donde escuchamos noticias y comienza a mecer la cama mientras me dice: “abuelito” “amorcito”, abuelón, abuelote”.

Me lleva hasta el delirio, diciéndome: “Yo te amo”; y me reclama un calificativo, que de alguna manera vaya con amor. Le digo y “yo te quiero”. Me responde: “yo te adoro” y siento que se me van agotando los sinónimos en esa área. Después logró asimilar “idolatro”. Ella me pregunta ¿Qué es eso? Le explico en seguida. Dos días después vuelve a la alternativa y en un momento recuerda “idolatría”, pero aun es difícil la palabra y pronuncia algo así como un trabalenguas: “yo te itrolatro”.

Me echo a reír y, por el momento, el juego se pospone.

En estos días comienza: abuelín, abuelón, abuelote; amplía su vocabulario de aumentativos: abuelotote.

Yo le hago el juego: Nietecín, nietecita, nietesón, niete…

Ahí me corta el aumentativo:

-Así no, abuelo, cuida mejor tus palabras…

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