El gas y el petróleo no ligan en el caótico mundo de la política energética

El gas y el petróleo no ligan en el caótico mundo de la política energética

POR DAVID VICTOR 
El sistema de la energía mundial parece haberse desarticulado. El petróleo se comercia con precios en alturas récord porque la demanda sigue subiendo aún cuando los suministros son poco confiables. Los exportadores desde Irán hasta Rusia y Venezuela están usando sus petrodólares para seguir programas que debilitan la seguridad y los intereses occidentales. Los suministros de gas natural también parecen estar menos seguros que nunca.

La raíz de estos problemas es la política energética atrofiada. Los países con incentivos más fuertes para reducir su vulnerabilidad a los mercados volátiles de la energía -en especial, Estados Unidos- son incapaces de actuar porque políticos influyentes ven todas las políticas serias como políticamente radioactivas. Los esfuerzos por aumentar el suministro tienen poco potencial porque las riquezas geológicamente más atractivas se encuentran principalmente en países donde las compañías estatales controlan los recursos y los extranjeros tienen poca fuerza. De ahí que los actuales debates sobre la energía estén generando un volcán de proposiciones que carecen de impacto positivo en mercados muy tensos.

Sin embargo, estas barreras estructurales a una política seria siguen ocultas porque el debate se produce bajo el paraguas sin sentido de la “seguridad energética”. Una política adecuada para el petróleo y el gas tienen que empezar con los distintos usos de estos combustibles, y cada uno requiere su propia estrategia política.

El esfuerzo con el petróleo debe enfocarse en la transportación. Los vehículos y naces aéreas trabajan mejor con combustibles líquidos que pueden almacenar grandes cantidades de energía en un espacio compacto y que fluye fácilmente por los conductos hasta los motores. Buscar un sustituto mejor vale la pena, pero el esfuerzo se realiza cuesta arriba. Con las tecnología de hoy, ninguna otra energía líquida puede superar, con confianza, al petróleo. Se pueden hacer líquidos del carbón, como lo están haciendo África del Sur y China. Pero esa perspectiva es costosa y tiene además costosas implicaciones medioambientales. Brasil y EEUU se han concentrado en el etanol, que pueden destilar a partir de la caña de azúcar o cereales.

Sin embargo, esos programas que representan menos de 0.5% de los líquidos energéticos del mundo, tienen un impacto despreciable en el mercado del petróleo. Sin embargo, EEUU está redoblando sus esfuerzos con el etanol porque es políticamente invencible como recompensa a los cosechadores de maíz y comerciantes de granos que tienen una fuerza formidable en la política norteamericana. En realidad, la demanda de etanol en EEUU han creado un sistema de suministro de combustible más rígido que actualmente eleva el precio de los productos del petróleo, aunque los partidarios del etanol alegaran al principio que reducirían los costos de la energía.

Esa misma fuerza política también bloquea las importaciones del etanol más barato proveniente de Brasil. En principio, se le llama “etanol celulósico” a un enfoque mejor que promete bajar los costos, puesto que convierte las plantas enteras en etanol, y no solo los granos. Pero como la mayoría de los Mesías, su atractivo está en el futuro. Hasta ahora, nadie ha hecho que el sistema funcione  en la escala de una refinería comercial.

La mejor forma de reducir la demanda de pertróleo hoy es elevando la eficiencia. Y hasta este vencedor económico es políticamente difícil de implementar. EEUU, que consume una cuarta parte del petróleo mundial, no ha cambiado las normas de eficiencia energética para vehículos nuevos en 16 años. Todas las grandes economías, incluyendo China, tiene reglas para el combustible más estrictas que EEUU. El entramado político ha asfixiado hasta modestas propuestas para otorgar créditos comerciales por eficiencia. Sin embargo, la política no es conveniente, pues un programa comercial pudiera obligar a los fabricantes de autos de EEUU (que generalmente producen carros poco eficientes) a comprar créditos valiosos a las marcas extranjeras. Ningún político quiere multiplicar los problemas de Detroit.

Y hasta ideas mejores -como un impuesto más duro a la gasolina- siguen trabadas en las páginas de opinión de los diarios y de las publicaciones académicas. A pesar de lo que cada vez se considera más la “crisis energética” de hoy en día, estas ideas apenas salen de los labios de los políticos que quieren seguir siendo viables en el bosque de conservadores anti-impuestos y los cabilderos pro-Detroit.

Los enfoques necesarios para el gas natural son muy diferentes. En Europa Occidental, que ha dependido durante mucho tiempo del gas importado de Rusia, Argelia y otros pequeños suministradores, la vulnerabilidad es particularmente severa. En principio, sin embargo, la dependencia del gas es más fácil de manejar que la del petróleo porque el gas tiene rivales en cada uno de los usos más importantes. En la generación de energía eléctrica, los países tienen que preservar la diversidad -asegurando, por ejemplo, que la tecnología avanzada para el carbón y la tecnología nuclear sigan siendo viables.

Mientras que la “diversidad” es la maternidad en política energética, en la realidad necesita tener opciones difíciles. En Europa, por ejemplo, los políticos no han enfrentado seriamente el conflicto entre la necesidad de diversificar, mientas que al mismo tiempo, abren el sector de la energía a una mayor competencia. Históricamente, las compañías en los mercados de energía competitivos han invertido fuertemente en el gas porque las plantas de gas son más pequeñas y requieren menos capital que las de carbón, o las plantas nucleares. Los suplidores de gas que sueñan con extender sus poderes olvidan que es más difícil arrinconar los mercados del gas cuando los usuarios tienen una opción. Argelia aprendió esa lección en 1981, cuando dejó vaciar un gasoducto clave en una disputa de precios con Italia -para sacar un precio mejor en ese momento, pero con la pérdida de miles de millones de dólares en el futuro, al destruir su reputación de suministrador confiable.  

Esa lección debería servirle hoy a Rusia. En diciembre, Gazprom, el gigante estatal del gas ruso le cortó el suministro a Ucrania, que entonces extrajo del gas que fluye hacia Europa. La compañía hizo sonar de nuevos sus conductos el mes pasado, amenazando con una represalia si Europa se atrevía a dejar de consumir gas de Rusia. Mientras que la gerencia de Gazprom tiene que complacer el nacionalismo ruso (donde se aplaude este tipo de alcahuetería), la viabilidad a largo plazo de la compañía descansa en su confiabilidad como suministrador a los lucrativos mercados de Europa Occidental.

De manera similar, la decisión reciente de Evo Morales, el presidente de Bolivia, de nacionalizar los yacimientos de gas de su país le aportará un fuerte respaldo interno y pudiera generar algún ingreso adicional instantáneo, pero también estimulará a sus clientes de Brasil y Argentina a buscar energía en otros sitios. “El nacionalismo con los recursos” vuelve a estar de moda, pero para los que suministran gas suele terminar mal, en particular, porque la infraestructura a construir es costosa y los que compran gas se pueden dar el lujo de escoger. La diversidad en el suministro también va a ayudar a apaciguar la altanería de Rusia. Los consumidores de gas pueden multiplicar sus opciones estimulando un fuerte mercado de gas natural licuado (GNL).

La tendencia a trabar la política energética significa que los políticos tienen que concentrarse allí donde las decisiones difíciles son más importantes, como la eficiencia en el uso del petróleo y la diversidad en las aplicaciones del gas. Sin embargo, las perspectivas de una política seria son escasas, y no lo son menos porque EEUU, que debiera ser un líder, es el más recalcitrante. Afortunadamente, los mercados están respondiendo por sí mismos, si bien lentamente, y de manera irregular. El petróleo caro está estimulando la conservación y nuevos suministros; se está acelerando el GNL, y los que compran gas están más preocupados ahora con el gas ruso que hace una década, cuando Rusia se consideraba su suplidor confiable. Si la estructura política sigue siendo disfuncional en temas de energía, entonces la segundo mejor opción es que no haya política.

*El autor es director del progama de energía y desarrollo sostenible de la Universidad de Stanford.

VERSION: IVAN PEREZ CARRION

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