El gato está en la gatera

El gato está en la gatera

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Al parecer los grandes sucesos de la historia ocurren repentinamente, como si fuesen rayos que se descargan sin aviso en el firmamento de las sociedades. Del mismo modo que un gato veloz se escurre entre nuestras piernas, así tienen lugar los acontecimientos políticos, los cambios sociales o económicos. Pero estos actos finales y sorprendentes son conclusión o epilogo de un lento proceso apenas perceptible. Las transformaciones sociales son el resultado de leves modificaciones de las actividades humanas – en las técnicas, la producción, el comercio, las finanzas -, de pequeños incrementos en la estimación publica de ciertas clases o grupos sociales. Estos cambios parecen brotar pero, en realidad, incuban durante largo tiempo.

El cambio más notable de los muchos operados en nuestro país en las ultimas décadas es él transito de lo rural a lo urbano. Antiguamente la población residía, principalmente, en las zonas rurales. Se decía que el 80% de los dominicanos vivía en el campo y que solo el 30% de los habitantes trabajaba en las ciudades. Ya no es así. Esos términos se han invertido y tienden a acentuarse en ambos extremos: mas gentes en las ciudades y menos en los campos. Algunos investigadores del pasado nacional afirmaban que nuestra historia había sido un proceso de ruralizacion. Desde hace muchos años estamos viviendo un clarísimo «proceso de urbanización». Este es un cambio visible, cuantificable, bien conocido por políticos, estadígrafos, sociólogos, periodistas. Podríamos decir que es ya un lugar común.

Pero hay otros cambios que han ido gestándose casi secretamente. Por ejemplo, las actividades económicas de la pequeña clase media y los hábitos – alimenticios y de otro tipo – de grandes masas populares. Los dueños de bancas de lotería y de apuestas deportivas no son, por lo general, los viejos oligarcas tradicionales. El volumen de negocios de estas bancas es enorme. Los economistas del Banco Central de la República Dominicana, de las escuelas de economía de las principales universidades, no han estudiado aún esta nueva fuente de enriquecimiento de grupos sociales emergentes. Se habla a menudo de productos agrícolas o industriales no tradicionales, esto es, que no sean café, cacao, tabaco, azúcar. Sin embargo, nada se dice de los nuevos ricos con negocios estables, no tradicionales, que ya participan activamente en nuestras luchas políticas y en las competencias de vanidad social.

El feudalismo europeo ha sido definido como un fenómeno colectivo de disgregación de poder. La monarquía absoluta se nos explica al revés: un fenómeno de concentración de poder. Los reyes y aristócratas fundaban su poder en la posesión de la tierra cultivable y de las armas para la guerra. El desarrollo del comercio y de la industria tornó más débil la aristocracia terrateniente del antiguo régimen monárquico. La creciente riqueza de los burgueses, en los siglos XVII y XVIII, socavó la autoridad tradicional de los reyes y de la Iglesia. Cuando se quebrantaron las instituciones monárquicas francesas, en 1789, todo el tinglado social y económico estaba ya carcomido por las nuevas realidades constitutivas. Las constituciones políticas consagran o documentan – declaran por escrito – la existencia de un orden «constituyente» previamente edificado.

El cañonazo político no puede estallar si el cañón no esta montado sobré una cureña, si los proyectiles y la pólvora no están disponibles, si el artillero no es consciente de su posición pública. Las distintas fases de las actividades ilícitas, cuasi ilícitas o francamente criminales, han creado una cadena de enriquecimiento en el seno de grupos sociales anteriormente marginados. El negocio inmobiliario – tanto la construcción como la venta – es hoy un negocio compartido entre viejos y nuevos empresarios. La expansión económica de los nuevos actores, y su conjugación con políticos, militares y hombres de negocios, ha producido un cóctel social inédito que debería ser estudiado por politólogos, educadores, historiólogos. Lentamente en el principio, rápidamente después, estas nuevas realidades sociales están alterando el balance del poder publico en la República Dominicana. La globalización del comercio, la contratación desterritorizada de mano de obra, nuestro propio crecimiento demográfico vegetativo, al que se añade la continua inmigración haitiana, provocarán que las cosas hagan montón. Un poco de polvo alque se agrega otro poquito de polvo, puede engendrar una polvareda y, si cae algo de lluvia, un lodazal. Los políticos y empresarios dominicanos de los próximos años – sin no toman las medidas pertinentes – verán correr el gato de la historia bajo sus piernas. El precio a pagar será la perdida de la preeminencia social y del poder político. El gato está en la gatera; en cualquier momento puede empezar la carrera rápida por el primer plano.

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