“El Gatopardismo del PRM”

“El Gatopardismo del PRM”

Manuel Cruz

El escritor y crítico italiano Giuseppe di Lampedusa en su novela titulada El Gatopardo, popularizó una contradicción aparente que consiste en que “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Por tal razón, ese aforismo paradójico fue extrapolado y bautizado en el campo de las ciencias políticas como el gatopardismo.

Desde esa perspectiva, dicho concepto se refiere a cuando un político inicia una transformación pero que, en la práctica, solo altera la parte superficial de las estructuras del poder; conservando intencionadamente el elemento esencial de estas estructuras las mismas que criticaba y calificaba como dañinas en su campaña.  

El Eslogan del Cambio.   

Increíblemente, todavía en pleno siglo XXI los pseudo-líderes siguen convencidos que el eslogan sigue siendo una simple frase empática que tiene como fin aterrizar el mensaje de una campaña electoral para que sea asumido por los electores. Sin embargo, son las coyunturas en las que se gana las que definirán en que se convertirá ese eslogan.

En virtud de ello, hay que tener bien en cuenta que cuando una gestión termina con su imagen lastimada ese eslogan inspirador de masas; casi siempre se convierte en la promesa transversal que estigmatiza tu futura gestión. Por eso, si decides tirarlo al zafacón debes estar preparado para verlo convertido en un boomerang más rápido que lo que canta un gallo.

En ese sentido, no recuerdo haber vivido ni leído de otro gobierno que en toda la historia de nuestro país haya generado tanta animadversión en menos de 100 días en el propio segmento electoral que le apoyó. Los partidos que olvidan las causas que lo llevaron al poder, terminan encontrando esas mismas causas en su epitafio.

Estoy seguro que los seguidores patológicos que gravitan en todos los partidos y, los tiralevitas que cambiaron de caballo seguro dirán; ese es un peledeista trasnochado que perdió su botella y que aspira a volver. Mi respuesta es un apotegma coloquial que utilizaban nuestros abuelos, “el buen esposo desde el noviazgo se conoce”.       

Lo Mismo y Mucho Más.

Hasta un advenedizo de la política sabe que una cosa es la guitarra retórica de campaña y otra es el violín del ejercicio del poder, máxime, en un momento tan engorroso como el presente. Pero, no hay que ser Dick Morris para saber que si en plena luna de miel un gobierno está generando tantas disyunciones es porque algo anda mal.

Además, nadie puede olvidar que fue el otrora candidato hoy presidente quien dijo 1ro, que la pandemia estaba mal gerenciada por el pasado gobierno y está repitiendo lo mismo. 2do, él mismo pregonó a los 4 vientos que solo eliminando las botellas, la corrupción y los gastos innecesarios no existía la necesidad de imponer más impuestos y ya convirtió el proyecto de presupuesto en una mini-reforma tributaria.

Asimismo, esgrimieron la idea hasta la saciedad que el pasado gobierno lo único que hacía era seguir alquilando el futuro de las próximas generaciones a través de los préstamos y, en tan solo 45 días ya han tomado prestado 4,300 MM de dólares. Con el agravante, de que esa fiesta solo está iniciando amparada en la excusa perfecta de la pandemia.

Cual, si fuera poco, todo ese perifoneo que se hizo durante años en contra de familias enteras nombradas en el gobierno hoy están a la luz del día. En esa misma dirección, está el gobierno lleno de empresarios y todavía no hemos visto al primer funcionario anunciar que se haya bajado los tan criticados elevados salarios de la gestión anterior.            

Quítate Tú Pa’ Ponerme Yo.

El periodista y escritor español Rafael Barrett sentenció, “que los partidos se parecen tanto unos a otros, que la única manera de distinguirlos es poniéndoles un color “. Ese axioma es tan real, que en las oclocracias como la nuestra los electores votan por aquellos a quienes consideran menos malos aun cuando sus propuestas solo sirvan para hacer un coprológico.

Al parecer, el PRM sigue siendo el displicente PRD que siempre ha visto el Estado como un opíparo banquete al que hay que devorar y no como un instrumento para cambiar la vida de la gente. En esencia dirían en el argot popular, que hasta el momento hemos visto la misma ñeca concentrada con distinto hedor.