El Gatopardo: “Hacer que cambie
algo para que no cambie nada”

El Gatopardo: “Hacer que cambie <BR>algo para que no cambie nada”

POR GRACIELA AZCÁRATE
Si “El príncipe” es la forma en que Nicolás Maquiavelo devela las tramas del poder y cómo usarlo, hablar de maquiavelismo implica el ejercicio y las trampas del mismo; el gatopardismo implica ese hacer una pirueta de circo para escapar al cambio y mantener el statu quo.

En el Festival de Cine de Santo Domingo pasado conmemoraron el genio de Luchino Visconti incluyendo la película El gatopardo.

El periódico Hoy hizo una reseña de la misma.

Pienso que es una película muy a propósito del momento político y social que estamos viviendo y que es un desperdicio no trazar un paralelo entre la sociedad reflejada por Visconti y lo que nos toca vivir. No por las similitudes históricas sino por el paralelo ético y moral entre los personajes que encarnan una aristocracia en decadencia, y una burguesía cínica, arribista y dispuesta a cualquier cosa en su carrera por el dinero..

Nunca como ahora tiene tanta vigencia ese comentario cínico de Tancredi: ”hacer que cambie algo para que no cambie nada”.

Y como la historia del cine no es solo para contar la trayectoria del director, de sus actores, la trama de la película y los estresijos de su producción, aunque haya pasado el festival creo pertinente recordar lo que Visconti y el príncipe Giuseppe de Lampedusa, el escritor de la novela quisieron retratar.

La película tiene como telón de fondo la llegada de las tropas de Garibaldi, en 1860. Acaban de desembarcar en Sicilia y el príncipe Fabrizio de Salina interpretado por Burt Lancaster, ve alterada la tranquilidad de la isla, de su familia y del círculo de la aristocracia por la llegada de los revolucionarios. Su sobrino Tancredi Falconieri interpretado por Alain Delon, de manera oportunista se une a los rebeldes para que la familia no quede a la deriva y pueda beneficiarse de la nueva situación que se perfila en la sociedad italiana con el triunfo de Garibaldi.

Es verano y según la costumbre de siglos el príncipe y su familia van a pasar la tradicional estancia en el palacio de Donnafugata, y cuya ciudad ha sido tomada por los rebeldes.

 El príncipe Fabrizio Salina da una cena a la que acude el alcalde Don Calogero, representante de la burguesía adinerada.

Sin clase ni elegancia, él pertenece a un grupo que empieza a dominar el país, y a imponerse a las decadentes aristocracias que han ido perdiendo el poder económico y que sobreviven con los sueños del antiguo fulgor. Calogero llega acompañado de su bella hija Angélica interpretada por Claudia Cardinale.

Angélica y Tancredi se gustan y empiezan una relación no exenta de los intereses de Calogero por añadir “nobleza” a su cargo, y de parte de Tancredi por aumentar su patrimonio. El príncipe aprueba el noviazgo y celebra una magnífica cena en el palacio de Pantaleone, a la que asiste toda esa nueva clase social burguesa tan alejada de la nobleza secular del príncipe.

Son los nuevos ricos de esa Italia de 1860.

El príncipe se siente como su clase, en decadencia, viejo y cansado en ese nuevo ambiente. Acepta un baile con Angélica y ante la mirada de los asistentes ambos se mecen al ritmo de un vals mientras se refleja el mundo que se derrumba y el nuevo que llega a caballo del dinero y los negocios.

Al amanecer el príncipe Salina abandona el palacio, y su pensamiento recorre el mundo de su niñez, la juventud, el mundo de sus ancestros aristocráticos y encuentra que el mundo ha cambiado, y que alguien como él, representante de una sociedad extinta, ya no tiene sitio en él.

“Si queremos que todo quede como está, es preciso que todo cambie”, le dice Tancredi al príncipe para justificar su unión al ejército de Garibaldi.

Con El gatopardo, Luchino Visconti confirmó que los tiempos del neorrealismo estaban muy lejos y llegan de este modo las grandes producciones de ambiente histórico, óperas cinematográficas en las que repasa la historia de su país preferentemente el Risorgimiento italiano de finales del XIX, cruzándola con los dramas de sus personajes, en un ambiente ampuloso muy alejado de la sordidez que recogían sus primeras obras neorrealistas. Este proceso de cambio empezó con la desgarradora Senso de 1954.

En El gatopardo, Visconti combina de forma magistral la minuciosa descripción histórica de las invasiones de Garibaldi, la victoria final de los monárquicos, con la influencia de esta en sus personajes.

Tancredi y Angélica, con su matrimonio interesado, representan lo más cínico y corrupto de la nueva sociedad.

“Cambiemos algo para que no cambie nada”.

El príncipe Salina soporta todo el peso del cambio social, y a medida que el film avanza va sintiéndose más apesadumbrado, “náufrago entre dos sociedades, de las que se siente igualmente extraño”.

La culminación de esta fusión entre lo histórico y lo personal es la fiesta final en el palacio de Pantaleone. El príncipe baila con Angélica, representante de la nueva burguesía rica y poderosa, y se sobreponen, en una escena maravillosa, la vieja nobleza, y esa nueva savia burguesa. Lo viejo y lo nuevo. Mientras bailan un vals de Verdi, la cámara acentúa lo magnífico del momento y los demás asistentes dejan de bailar, mientras el viejo príncipe mira a esa bellísima Angélica tan alejada de lo que él representa. Es una escena larga, subyugante, la más recordada de El gatopardo.

La otra de gran significado es cuando después de la cena, el príncipe se aleja del palacio en su carruaje, solo, y se escuchan los disparos del ejército monárquico fusilando a los rebeldes de Garibaldi. Finalmente, todo cambió para que todo siguiera igual.

Visconti decía en referencia al personaje del príncipe: “La experiencia me ha enseñado que sobre todo el peso del ser humano, su presencia, es la única cosa que llena verdaderamente el fotograma, que el ambiente lo crea él, su presencia viva, y que es por las pasiones que lo agitan que adquiere realidad y relieve, hasta el punto que su ausencia momentánea del rectángulo luminoso reduce todas las cosas a una apariencia de naturaleza muerta”.

Cualquier plano en el que aparezca ese rostro envejecido de Burt Lancaster, y toda la profundidad del discurso sobre el cambio de una sociedad a otra, la desubicación del personaje en el mundo, su carga existencial, todo, sale a la superficie. En cada gesto, en cada mirada en cada giro de la danza o en sonido de un carruaje por las calles de Palermo.

El Gatopardo es considerada como una de las mejores películas de la historia del cine.

Burt Lancaster, que protagonizó otro film de Visconti, Confidencias de 1974, pasó gracias al director italiano, de interpretar a los saltarines de Trapecio en las películas de aventuras de Hollywood, a adquirir un fondo en la mirada y una sapiencia en su gesto que posiblemente nadie esperaba. Luchino Visconti descubrió a un nuevo Burt Lancaster, de la misma manera que presentó al mundo el talento del joven Alain Delon, que se consagraría en Rocco y sus hermanos de 1960.

Claudia Cardinale, atrapará para siempre la memoria y será imposible apartar la mirada, de esa primera aparición en la cena de Donnafugata y los giros de la danza en un palacio crepuscular con un príncipe moribundo.

El gatopardo es la historia de un país, y la crónica de un hombre y su entorno sometido a los dictados de los nuevos tiempos. La nobleza no es eterna, como tampoco lo será esa clase que la sustituyó, encarnada en la burguesía de Don Calogero y su hija Angélica.

Eso lo sabe el príncipe Salina cuando se aleja por un callejón, solo, con los primeros rayos de luz matinal atravesando la negra noche siciliana.

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