El genio de Simón Bolívar

El genio de Simón Bolívar

GUSTAVO GUERRERO
Este hombre extraordinario comprendió la fuerza de las instituciones democráticas bien organizadas. También advirtió el peligro de Norteamérica para los países pequeños del continente. De ahí su ideal de la conformación de pueblos unidos por la raza, el idioma, la religión y las costumbres, en una sola nación que unificara los vínculos de hermandad hispanoamericana.

 Así se hubiera dado paso a la configuración de un estado fuerte con recursos coordinados que se opusieran a cualquier intento de opresión económica y política.

Pero todo este sueño tan beneficioso para los países latinoamericanos rodó por la borda de los apetitos desenfrenados.

Las pasiones incontenibles y el afán desmesurado de los apetitos ocultos del hombre hispanoamericano dieron al traste con el ideal bolivariano. Páez con sus hordas de jinetes desenfrenados separó a Venezuela para constituirla en un Estado diferente de los demás territorios del Cono Sur. Santander, con más luces que el caudillo de los llanos de Aragua, también separó el territorio colombiano a su modo y manera obedeciendo más que nada a sus intereses de mando personales. Y así se fueron separando las tierras iberoamericanas obedecientes a las inclinaciones muy particulares de los caudillos. El sueño de Bolívar se hizo trizas. De ahí que el Libertador, el final de sus días en Santa Marta, ya próximo a morir, exclamara con amargura infinita: «He arado en el mar». Y escribiera también «muero miserable, proscrito, detestado de los mismos que gozaron mis favores» en carta desgarrante a su prima y amante Fanny Du Villars. Con clara visión de su Destino también le dijo: «Me tocó la misión del relámpago, rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo para luego tornar a perderse en el vacío».

Pero en esta deprimente convicción del Libertador en los postreros latidos de su vida y en las últimas fulguraciones de su conciencia se impone de nuevo el sueño del idealista y surge de nuevo con el aliento titánico de su misión la frase lapidaria: «si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro».

Vano empeño. Ni su muerte sacudió las conciencias dormidas de los políticos. Sólo estaban pendientes a sus sórdidos apetitos de mando y a la separación de territorios que les permitieron un absolutismo particular distante del consorcio de los demás países iberoamericanos, sin tomar en cuenta el sueño, el ideal de consolidación de Bolívar.

Bolívar huérfano de padre y madre fue educado esmeradamente por su tío el marqués de Palacios, quien lo envió a París a perfeccionarse. Allí casó con María Teresa del Toro de la que enviudó pocos meses después en Venezuela.

Joven y sin hijos -tenía apenas veinte años- volvió a París en busca de consuelo, allí se encontró en 1804 cuando Napoleón Bonaparte se proclamó Emperador. Había existido una excelente amistad entre ambos. Bolívar admiraba la vehemencia y el genio militar del ilustre corso Napoleón se sentía cautivado por la nobleza y generosidad del joven venezolano y por su pureza romántica con que sentía sus ideales. Cuando Bolívar supo que Napoleón iba a convertirse en Emperador, se sintió defraudado y experimentó un sentimiento de lástima hacia su brillante amigo.

Bolívar pensaba mucho en su patria y en sus desventuras. En 1805 se hallaba en Roma, y fue allí en el Monte Aventino, donde al evocar la gloria de la república romana, hizo voto solemne ante su amigo y tutor Simón Rodríguez de consagrar su vida a la libertad de su amada Venezuela.

Este hombre de estatura universal que lo dio todo por la independencia de los países iberoamericanos, fue víctima de innumerables atentados contra su vida. Y no fue por sus reelecciones, ni tampoco por su dictadura. Sus reelecciones obedecieron a una necesidad nacional. Su dictadura fue una imperiosa decisión para salvar -paradójicamente- a las instituciones democráticas amenazadas.

¿Se realizará el ideal de Bolívar unificando a los países iberoamericanos?

Tal vez no esté lejano ese día…

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