El gobierno de Hipólito

El gobierno de Hipólito

FERNANDO INFANTE
Sobre el señor Hipólito Mejía y su pasada administración del Estado se han soltado todos los demonios. Su estrafalaria forma de conducirse en el cargo y sus ejecutorias tachonadas de desatinos ha sido motivo de señalamientos como modelo de ramplonería y actuaciones malas y desdorosas. Parece que de repente, una gran cantidad de dominicanos con poder político, social y de comunicación, han despertado de un sueño cataléptico durante el cual el señor Mejía, procedente de un mundo exterior, nos llegó y se impuso para practicar un ejercicio gubernamental medalaganario y de mal hacer, en cuyo balance la moderación y el ben juicio en las funciones de Estado no fue el mejor legado que le dejó a la Nación.

Desde mucho antes de Hipólito Mejía se escogido candidato presidencial por el Partido Revolucionario Dominicano, ese señor había dado sobradas muestras de un temperamento más bien dispuesto para la controversia. Su irreflexión lo vetaba claramente para la cuidadosa tarea de dirigir el Estado. Basta recordar el puñetazo que propinó a alguien y sus encontronazos verbales cuando ejerció el cargo de Secretario de Agricultura en el gobierno de Don Antonio Guzmán. Por algo el mismo se definió entonces como «el guapo de Gurabo».

Solo el poco respeto de que se ha hecho merecedora la sociedad dominicana de parte de esas entidades de ayuda mutua que llamamos partidos políticos, hizo posible que su partido decidiera auspiciar la candidatura para el más alto cargo de la República a una persona, aunque con fama de capacitado y gran vocación de trabajo en su área de conocimientos, presentaba, en cambio, evidentes pruebas de carencia de sobriedad en su conducta y el comedimiento tan necesario en el ejercicio presidencial. Pero, la responsabilidad de esa irresponsabilidad política no fue nada más de su partido; a esa incongruencia de elección partidista se adhirieron con entusiasmo importantes segmentos de la vida nacional, además, por supuesto, que para fines de votos cuentan, las legiones de mercenarios y los grupos de oportunistas que se forman a última hora para elecciones y le son inminentes a ese quehacer en nuestra democracia.

Ahora, al cabo de cuatro años, azotados unos, con gran dosis de hipocresía otros, todos exponen los males que se escaparon de la mitológica caja de pandora encontrada en el deslustrado ejercicio gubernamental concluido hace unos tres meses. Voces vibrantes de la sociedad se levantan intensas y airadas denunciando los desaciertos de ese período de gobierno. Se resalta la forma atropellante y desenfadada de un Poder Ejecutivo ejercido con mala fe y felonía.

La sociedad dominicana debe sentirse muy aliviada ante esos ataques y denuncias personales que lleven sobre el señor Mejía, porque, si bien es cierto que el presidente de la República «es responsable de todo lo que acontece en su entorno, salvo en los detalles», como sentenció alguien, al enfocar a éste como el único culpable se desvía o se diluye la cuota de responsabilidad de esa sociedad en todo cuanto ahora se expone como prueba de mal gobierno por el silencio o la tibieza que mantuvo en cuanto a la necesidad de movilizarse con robuztez contra las supuestas inconductas en ese momento.

En cuanto a sus extravagancias orales y de imagen; periodistas, articulistas y directores de programas de radio y televisión calificaban a menudo el proceder gubernamental destemplado del señor Mejía con expresiones que dejaban entender cierto asentimiento cuando lo consideraban un presidente «atípico», vocablo que adquirió vigencia para por lo menos ser piadosos con sus atropellamientos verbales y sus respuestas airadas o fuera de tono. Incluso algunos llegaron a considerar sus excesos con su condición de ser un presidente «humano» cuyo proceder era refrescante después de tantos años acostumbrados a la adusta personalidad de Joaquín Balaguer. Faltó, obviamente, lo que no tiene la sociedad dominicana: cohesión social o aquello que Pedro Henríquez Ureña llamó, cuando se disponía a abandonar el país: «cohesión moral», lo que debió resultar imprescindible para enfrentar los desafueros oficiales que ahora tanto se quieren denunciar.

Los desaguisados cometidos durante el gobierno del señor Hipólito Mejía, pueden haber sido tan grandes como parece mostrar la difusión que se ha estado haciendo de ellos. Pero no por eso serían menos graves para la salud moral de la República y la traición a la confianza ciudadana que elige sus gobernantes para que le administren el bien común, que otras aberraciones gubernamentales que se encuentren bien frescas en la memoria de todos los que aquí hemos estado. La serenidad, la actitud mental desapasionada que requiere el análisis de los hechos cometidos en los gobiernos que han sido tipificados como delictivos; bien tamizados, deben llevar a conclusiones que tanto en el gobierno recién pasado como en otros todavía bajo el alcance de las leyes, han sido cuestión de grado;  uno más, otro menos, pero todos pasibles de sanción. Y en esas inconductas la sociedad, en sus distintos sectores de influencia tienen su parte de responsabilidad, muy importante, por cierto.

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