El gobierno de Leonel

El gobierno de Leonel

ÁNGELA PEÑA
El presidente Leonel Fernández y su equipo de gobierno se sentirán sumamente complacidos con los resultados de la encuesta de la Dirección de Información, Análisis y Programación Estratégica de la Presidencia que afirman que un ochenta y cinco por ciento de la población considera que esta administración es mejor que la de Hipólito Mejía. La alegría debe ser mayor porque, según la consulta, si se parte del cincuenta y siete por ciento de simpatías que el actual mandatario obtuvo en las elecciones, el apoyo popular a su gestión se ha incrementado en 28 puntos.

El inquieto y acucioso sociólogo Carlos Dore, director de la institución oficial que realizó la indagatoria, comenta en un informe que estos datos demuestran “que un número casi igual al de aquellos que votaron por el PRD considera hoy que la administración del PLD lo hace mejor que la del PRD”. Significa, en un párrafo desbordante de regocijo: “Es muy difícil que en el país se haya registrado en algún momento de su historia política un proceso de crecimiento de simpatía tan alto y universal como el conseguido por Fernández en sus primeros cien días”.

Es alentador saber que un considerable porcentaje de dominicanos ha mejorado. Pero al leer las cifras y los alborozados comentarios del diligente secretario de Estado, dos pensamientos asaltan la mente: la situación del país cuando Hipólito llegó a tal grado de descalabro, en todos los sentidos, que cuando ni se pensaba en campaña electoral el pueblo decía que si el chinero de la esquina se postulaba, ganaba. Por otro lado, surge el temor de que funcionarios y jefe de Estado, basados en estas revelaciones de la Diape, se duerman en el placer de creer que todo está resuelto y que la sociedad pasa por su mejor momento, cuando en realidad, aquí falta todo por enderezarse.

El propio doctor Fernández enfatizó en su discurso del pasado lunes que encontró “un país desecho y destrozado” y no tiene que jurarlo ni es probable que ningún ex ministro del pasado cuatrienio ni el propio Hipólito se atreva a desmentirlo, por muy arraigado que pueda ser el orgullo personal.

Hoy, sin embargo, muchos entienden que las cosas no han cambiado tanto y si no lo habían denunciado es porque consideraban que es muy temprano para comenzar una campaña de críticas. Se ha dado un respiro a las tandas diarias de boches que caracterizaron el estilo del anterior Presidente. Se descansa de la prepotencia de funcionarios a los que el excremento se les subió al cerebro. Felizmente no hay que ver en la televisión, la prensa escrita o los semáforos a la asociación de todopoderosos incumbentes que pasaron de peatones, motoconchistas o pasolistas a dueños del mundo con sus yipetas flamantes y un ejército de guardaespaldas interrumpiendo el tránsito e inspirando náuseas con sus ínfulas de nuevos ricos. Las denuncias de corrupción se acabaron y ahora sólo son discurso diario de una comunidad burlada que espera y pide justicia.

Pero los precios de los alimentos y medicamentos esenciales siguen elevándose pese a que la tasa del cambio del dólar, tan cacareada, haya caído de “forma espectacular”. Los apagones continúan como un dolor de cabeza aunque es justo reconocer que se han programado y reducido. La delincuencia, la violencia, el desempleo, han aumentado tanto como la basura esparcida por montones atentando contra la salud y el ornato.

Los encuestados de la Diape tienen sobradas razones para decir que la administración de Leonel es mejor que la de Hipólito. Hay un adecentamiento en la conducta pública. En pocos días se avizoran cambios en la salud, la educación, la propia economía. Pero esto es sólo el arranque. Al margen de esta consulta, el sentimiento que se percibe en la colectividad todavía está en el ámbito de la esperanza.

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