Ecuador ha sido, para la región y el mundo, una inagotable fuente de lecciones económicas. Nos ha ofrecido gobernantes tan pintorescos como decepcionantes —caso de Abdalá Bucaram— y nos ha enseñado que la dolarización, aunque poderosa, no constituye por sí sola una fórmula mágica para alcanzar estabilidad de precios y crecimiento. También nos ha mostrado que, en la conducción pública, las sorpresas pueden ser alentadoras y convertir la decepción en inspiración, como empieza a insinuarse en la figura de Daniel Noboa.
De Bucaram se recuerda que su efímero mandato, de apenas cinco meses y veinticinco días —entre el 10 de agosto de 1996 y el 6 de febrero de 1997—, administró la economía como un circo y repartió cargos públicos como si fueran caramelos. La inflación rondó en 1996 el 25,5% y el crecimiento fue apenas del 2%. En 1997, la inflación trepó al 30,6%, aunque el plan oficial era llevarla a un dígito. Ecuador se encontraba entonces en la antesala de la tormenta: la crisis de 1998-1999, que desencadenó un colapso bancario generalizado y una acelerada depreciación del sucre —de cerca de 4.000 por dólar en 1998 a más de 25.000 en enero del 2000—. Ello derivó en hiperinflación, cercana al 60% en 1999, y en un incumplimiento parcial de la deuda pública.
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El terreno quedó así preparado para la dolarización, decretada en enero del 2000 por Jamil Mahuad, a quien, sin embargo, la crisis terminó desplazando en favor de Gustavo Noboa.
Los vaivenes posteriores en la conducción de la política económica dejaron una enseñanza clara: aunque la dolarización funciona como un ancla nominal poderosa, exige disciplina fiscal y prudencia bancaria, pues elimina la posibilidad de recurrir a la emisión monetaria para cubrir desequilibrios.
Al inicio, el compromiso del actual presidente con esta disciplina parecía vacilante. En noviembre de 2023 recogimos reportes según los cuales, en conversaciones con organismos internacionales para gestionar un préstamo puente, Noboa insistía en cumplir promesas de campaña: reducir impuestos a empresas que contraten talento nacional y rebajar el IVA de materiales de construcción del 12% al 5%. En un escenario de severos apremios fiscales, aquello fue interpretado como una señal riesgosa, y los mercados respondieron con un aumento del riesgo país.
No obstante, su actitud ha ido evolucionando hacia un ejercicio más responsable: elevó el IVA del 12% al 15%, estableció tributos temporales sobre utilidades de grandes empresas y bancos, y recortó el llamado “gasto tributario ineficiente” —exenciones y beneficios mal focalizados—, entre otras medidas. Más recientemente, expidió el Decreto 83, que redefine el cálculo del precio de los combustibles importados, tomando como referencia el mercado internacional, con ajustes de calidad, transporte, seguros, almacenamiento y distribución, y añadiendo un margen para la abastecedora. No elimina los subsidios, pero los reduce y los redirige.
La respuesta de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) no se hizo esperar: protestas encendieron varias ciudades, algunas con estallidos de violencia. Sin embargo, la reacción de Noboa fue distinta a la de sus predecesores.
Mientras Lenín Moreno y Guillermo Lasso retrocedieron frente a presiones similares, él declaró que prefería “morir” antes que revertir su decisión sobre el subsidio al diésel.
“Nosotros no retrocedemos, como ocurrió en 2019, como ocurrió en 2022. Tenemos que mostrar firmeza, pero también corazón hacia quienes verdaderamente lo necesitan”, enfatizó.
La pregunta queda en el aire: ¿Habrá comprendido Noboa que como enseña la historia reciente de su país, gobernar con responsabilidad en semejante a custodiar un fuego, donde la firmeza evita que se extinga en cenizas y, al mismo tiempo, que se desboque en incendio?