El ánomo puede ser tanto satanás como el anticristo. En todo caso se trata de cualquier hacedor de maldad (Mateo 7:23), es decir de todo enemigo del orden y la justicia.
Ánomo proviene de anomia, un término que puso en boga Emile Durkheim en su libro sobre el suicidio, donde destaca que la conducta desordenada y egoísta muchas veces proviene de una sociedad en descomposición, o en rápida transformación, en la cual determinadas presiones por la obtención de determinados bienes o beneficios, no proveen los mecanismos de acceso a esos bienes u objetivos.
La anomia es, así, una falta relativa de normas o de reglas de juego, o lo que es más o menos lo mismo un exceso relativo de cambio social, de ruptura con los valores y normas tradicionales. Durkheim conceptualizó el suicidio egoísta como ese que proviene de la ruptura del individuo con el orden establecido, (o parte de este) esto es, cuando el individuo se decide a ser egoísta en su proyecto de buscárselas, e inventar conductas, violar o “innovar” las conductas aceptadas, y que al fallar se vuelve primeramente contra otras personas, y finalmente contra sí mismo. En algunos países los llaman “un amargado” o “un aburrido de la vida”.
El tema es el mismo del rechazo de lo establecido, de la tradición y las normas religiosas, el de la rebeldía y del pecado. Satanás es un innovador egoísta, carente de un proyecto, excepto destruir lo que Dios y los hombres construyen.
La conducta delictiva, anárquica o simplemente desviada es cada vez mayor en nuestras sociedades, se ha hecho estadísticamente normal: Corrupción en las alturas, delincuencia de cuello blanco en clases medias, y criminalidad común entre los pobres. Es decir, la delincuencia se hace cada vez más normal. Los estados y sociedades del tercer mundo tienen serias dificultades para entenderlas y mantenerlas a raya; especialmente porque el espejismo del marketing globalizado empujando al consumo con violencia a la población. Las instituciones de justicia y policía no cuentan con presupuestos ni elementos profesionales y técnicos para manjar el gran volumen de conducta dispersa, y a menudo son parte del problema más que de la solución. Pero no son los principales responsables de la situación. Los estados más pobres no tienen otro recurso que la violencia, entre lo cual se encuentra y persistirá el “intercambio de disparos”. Algunos gobiernos intentan, con patrocinio y asistencia de organismos internacionales, cooptar con ayuda social a buena parte de la población, con programas asistencialistas, que no resuelven el problema de fondo o estructural.
En resumen: “pagas o pegas”, como dijo un anterior presidente, y que es parte del sistema capitalista mundial de mantenimiento del orden interno; y que las clases medias aceptan a regañadientes, pero dudan de su legitimidad moral y de su eficacia.
Particularmente, porque a menudo la clase media es victimada por los delincuentes, por los ricos, por los políticos y por el propio aparato burocrático recaudador del Estado. Y de la inseguridad general y de la ineficiencia de los servicios públicos básicos.