Todos –por lo menos aquellos que tienen que ir regularmente al colmado, al supermercado, a la farmacia, a la ferretería, que echan gasolina… Bueno, eso, todos- tienen una idea bastante acabada de lo que es la inflación. Dicen los economistas que es el aumento generalizado y sistemático de precios. Generalizado, porque si es un solo producto el que sube de precio, más si es un producto lejano y extraño –las alcachofas-, el efecto sobre el promedio será imperceptible. Sistemático, porque si el aumento de precios es temporal, debido, por ejemplo, a un ciclón, o al aumento en los precios internacionales del petróleo, un evento que sucede una vez y ya, no se puede hablar propiamente de inflación.
Pero no nos perdamos en nomenclaturas. Si los precios aumentaron una vez, y ya, no es que no pasó nada. Usted perdió capacidad de compra en ese momento, a veces en una medida considerable (recordemos los “rescates” bancarios) En estos casos lo que sucede es que la pérdida de capacidad de compra -y con ello de utilidad- no es continua en el tiempo, como en los períodos de hiperinflación. Pero obviamente hay un daño, un perjuicio al bienestar de la colectividad.
Parece haber una brecha entre los registros oficiales de inflación y la economía de los compradores. No la “percepción” de los compradores, como quieren ponerlo los propagandistas oficiales. Por ejemplo, según el Banco Central (BC), el IPC a diciembre del 2012 es de 111.97, y a agosto del presente año de 121.29, una variación (en prácticamente 4 años) de 8.32%. Esto quiere decir –y no hay interpretación alternativa- que lo que usted compraba con 100 pesos en diciembre del 2012, hoy usted lo puede comprar con 108.32 pesos. ¿Sí? ¿Qué? Porque cuando usted calcula la variación en el valor de su consumo habitual –y el consumo doméstico es muy estable-, la variación es muchísimo mayor. Por ejemplo, el precio del litro de leche entera aumentó en ese mismo período de 52.95 a 62.00 pesos, es decir, el 17.09%. Este mismo autor demostró, con lo que denominó el Índice de la Bandera Dominicana (Ibd), que la inflación entre el año 2000 y el 2013 no puede ser inferior al 7% anual, como alega el BC (por demás, fuera de jurisdicción).
Confrontados con esta evidencia, los “técnicos de la inflación” argumentan que el IPC se calcula a partir de una “muestra”, la muestra más misteriosa de la bolita del mundo porque nunca se puede contrastar y verificar. ¿Cuáles son los artículos específicos de la muestra? ¿Cuáles los precios en cada momento y lugar? Así cualquiera puede ir y confirmar. No, los componentes del del IPC son de esos secretos de Estado de los que sólo se jacta el subdesarrollo.
Nos queda pendiente el punto más importante. Según la perspectiva convencional, el aumento de precios es asunto del mercado buscando su equilibrio. El mercado es un lugar abstracto en que compradores y vendedores buscan anónimamente maximizar su bienestar mediante la puja de precios. Los compradores siempre quieren comprar más barato y los vendedores vender más caro. Eventualmente se pondrán de acuerdo y en ese punto realizarán las transacciones. Se supone que nadie controla el mercado, ni siquiera los monopolios. Consecuentemente, la inflación será en cada momento resultado de esas transacciones numerosísimas, continuas y, lo más importante, anónimas. Todos buscan lo mismo con los recursos que tienen a la mano. De la inflación nadie tiene la culpa.
A esta perspectiva miope ha contribuido la mala teoría. Los libros de macroeconomía típicamente explican el nivel de precios como la relación de la cantidad de dinero a la cantidad de bienes, lo que se conoce como la ecuación cuantitativa del dinero. La consigna final es: si aumenta la cantidad de dinero en la economía (ceteris paribus, es decir, sin que nada más cambie), los precios (todos) aumentarán proporcionalmente. Si la cantidad de dinero se duplica, los precios se multiplicarán por dos, etc. Sin embargo no dice nada de la traslación de bienestar que induce desde los pierden capacidad de compra por los precios más altos hacia los que crean dicha capacidad de compra mediante la emisión monetaria.
Veamos esto con un ejemplo sencillo. Imaginemos una economía muy simple en que el agente A le vende al agente B 100 unidades arroz. A la inversa, el agente B le vende al agente A 100 libras de habichuelas. Ambas mercancías tienen un precio de 10 pesos la libra, de manera que las ventas mutuas son por 1,000. Estas transacciones, que suceden una vez por período, se pueden repetir indefinidamente: A le vende arroz a B por un montante de 1,000 que, a la vez, le compra en habichuelas.
La cantidad de dinero en circulación es de 2,000 pesos, que basta para financiar el intercambio comercial entre A y B. Ahora, en un segundo momento, el BC aumenta la cantidad de dinero hasta 2,500 pesos. Como aumenta la demanda total -es decir, la demanda por arroz y por habichuelas- mientras la oferta se mantiene igual, los precios suben hasta igualar una y otra. Esto sucede al precio de 12.50 la libra para cada mercancía. Pero ahora el BC tiene capacidad de compra por 500 en sus manos, con la que puede comprar 20 libras de arroz y 20 de habichuelas. A la inversa, tanto A como B han visto mermadas sus capacidades de compra respectivas. Ahora A sólo puede comprar 80 libras de habichuelas de B, y B sólo puede comprar 80 libras de arroz de A. El movimiento redistributivo es evidente: el Banco Central ha trasladado hacia sí parte de la capacidad de compra de A y de B por vía de la inflación. Por supuesto, el BC puede trasladar al Gobierno en su totalidad o en parte esa capacidad de compra arrebatada al sector privado. Es claro, pues, que la inflación quita en la esfera privada lo que otorga al sector público.
En el ejemplo, por facilidad, planteamos que A –que puede ser cualquier agente- pierde la misma capacidad de compra que B. Esto no es necesariamente cierto. Hay agentes que tienen recursos para trasladar los aumentos de sus costos al precio de las mercancías que venden. Con ello son bastante inmunes a la inflación. Otros se encuentran en la posición contraria. Son perceptores de ingresos fijos, asalariados o comerciantes en pequeña escala que no pueden subir el precio de las mercancías que venden puesto que se les derrumban las ventas. Quedan, pues, atrapados entre los precios de las mercancías que consumen, que suben, y el precio de las mercancías que venden, que no pueden aumentar.
En resumidas cuentas, de la inflación sólo se pueden beneficiar el Banco Central y el Gobierno. En el resto de la economía, unos pocos cuentan con los recursos de defensa, de inmunizarse a la pérdida de bienestar resultante. Los demás no ganan ni pueden empatar. Sólo les queda perder. Y no podía ser de otra forma cuando la ganancia del Gobierno es exactamente la pérdida de la sociedad.