El gobierno ya no tiene discurso ni excusas

El gobierno ya no tiene discurso ni excusas

Como los funcionarios del gobierno ya no tienen argumentos para hacerle frente al descontento generalizado en la población, están  recurriendo nuevamente a  sus viejos métodos de arreglar números y acomodar situaciones macro-económicas,  tratando  de echarles la culpa de sus errores  a otros; pero como los lanzadores explotados, con esos lanzamientos no ponchan a nadie.

No importa cuántos alegatos distorsionados del pasado  pretendan hacer, ni cuantas fantasías  inventen. Ya el pueblo sabe quiénes son los verdaderos responsables de la situación de deterioro en el manejo de la cosa pública. Los que  prometieron y prometieron, discurso tras discurso, que todo estaría solucionado en poco tiempo.

El  pueblo está sintiendo en carne propia lo que ocurre en sus hogares, en los centros de trabajo, en las escuelas, hospitales, en las calles. Pero igualmente conoce los precios de las cosas que consume o utiliza, ya sea combustibles, comida, ropa, transporte o electricidad.

Un gobierno puede tener éxito al  hablar de crecimiento económico, cuando la gente siente la bonanza.

Cuando quincenalmente o a final de mes recibe más dinero.

Cuando  al pagar o comprar nota que las cosas están más baratas y el dinero les rinde más; pero la realidad del encarecimiento choca con los discursos políticos de quienes están despertado del sueño de su abundancia personal, sin percatarse de que han llevado la gente a la miseria.

Al gobierno le está ocurriendo como a quienes se van de parranda y llegan a sus casas tarde y con tufo, pretendiendo  culpar al bodeguero, al dueño del negocio o a sus amigos, sin tener la sinceridad o la valentía de decir  la verdad, admitir sus culpas y prometer que van a reflexionar y corregir sus errores.

Al principio, es posible que  las familias les soporten y hasta les crean los cuentos; pero  cuando continúan llegando tarde y pasados de tragos  dos o tres veces por semana, y peor aún  todos los días, y además  con los bolsillos vacíos, ni les creen los cuentos ni mucho menos tienen  esperanzas de que van a cambiar.

Lo mismo sucede con el gobierno. Cuando hace ya dos períodos  retornaron  y   hablaban de  progreso, crecimiento y  bonanzas,  una buena parte del   pueblo  les creyó o tuvo alguna esperanza; pero al cabo del tiempo,  sintiendo los efectos negativos de la situación de pobreza, encarecimiento, violencia, corrupción y podredumbre en medio de apagones, pretenden que les sigan  creyendo, pero ese discurso ya no convence.

No solo olvidaron  sus promesas, sino  que el anterior fue su propio gobierno.

 El  que prometió villas y castillos. El que se  presentó como la panacea frente al hambre,  desempleo y  corrupción; sin embargo,  la realidad que vive el país es la peor y ha enseñado al pueblo a distinguir entre realidades,  promesas y fábulas.  

Cuando el gobierno y  sus funcionarios anunciaban cosas bonitas y  utilizaban las tradicionales argucias de culpar al antecesor, confundieron a muchos; pero eso, ya se acabó.

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