El golpe de Estado cambió la vida de dos jóvenes sobrinos de Bosch (1)

El golpe de Estado cambió la vida de dos jóvenes sobrinos de Bosch (1)

El País.- Entrevista a la candidato Senadora por el Partido Revolucionario Dominicano, Milagros Ortíz Bosch, en la redacción del periódico Hoy. Distrito Nacional. República Dominicana. Hoy 03-05-2010. Juan Faña.

A esa hora, Fernando Ortíz Bosch se encontraba en el bar del Hotel Paz (después Hispaniola) en compañía del ministro de Educación, Buenaventura Sánchez Féliz. Ese era su lugar habitual de reunión y nada de extraño tuvo que su madre, Ángela Bosch de Ortíz, hermana del mandatario, le llamara allí para informarle de “un movimiento raro” en el Palacio.

Sin pérdida de tiempo, Fernando condujo su Chevy Nova modelo 1962 hasta allí y subió rápidamente las escaleras logrando entrar al despacho presidencial.

Permanecería unas dos horas en el lugar, ocupando su tiempo con entradas y salidas del despacho. La atmósfera se tornaba tensa a medida que llegaban los ministros convocados por Bosch y los jefes militares, portando estos últimos armas largas. Cuando los oficiales ordenaron la brusca salida de los civiles del despacho, Fernando Ortíz Bosch decidió que era tiempo de irse también para su casa.

Bajó por un ascensor y al disponerse abordar su automóvil lo detuvo el coronel Manuel Ramón Pagán Montás.
Haciendo acopio de sangre fría, el joven le espetó:
-¡El general Viñas Román me dice que me vaya y usted me detiene! ¿Qué hago dígame?
–¡Váyase!, le respondió autoritariamente.

Fernando no se hizo repetir la orden y abandonó el recinto del Palacio Nacional, dejando allí a su tío, el Presidente de la República, a merced de los militares.
Se dirigió entonces a su casa, en la calle Polvorín, a poca distancia del Parque Independencia, para informar a su madre del golpe.

En el trayecto alcanzó a ver, pese a la oscuridad, a Rafael Faxas (Pipe), un alto dirigente del 14 de Junio, que subía a pasos acelerados por la calle Estrelleta, abotonándose la camisa, Fernando detuvo su marcha solo por unos instantes, frente al restaurante de Meng, el chino, en la esquina de la Arzobispo Nouel, para advertir a su amigo Pipe de cuanto estaba ocurriendo.

Ya en su casa, Fernando le contó a su madre lo que había presenciado. Como testigo ocular de los hechos, él sabía la identidad de los golpistas. Si algo le ocurría a Bosch, Fernando sería un testigo excepcional. Por tanto, debía ponerse a resguardo. Su madre, que ejercía gran autoridad sobre él, le ordenó que se asilara. En tanto, ella tomó el teléfono y consiguió después de algunas dificultades, entablar comunicación con Luis Amiama Tió.

Mientras su madre trataba de comunicarse con Amiama, Fernando fue en busca de su amigo Ángelo Porcella, un abogado y hacendado simpatizante del Gobierno. Porcella vivía en la número uno de la calle Duarte, en la Zona Colonial, ante un pequeño parque situado frente a la iglesia del convento, donde Fernando dejó su auto al cuidado de su amigo y en el vehículo de éste, un Fiat blanco, fueron a la sede de la Embajada de México.

Eran las 7:30 a.m. del día 25 cuando llegaron allí y la ciudad, ajena en gran parte todavía ajena al golpe de Estado, empezaba a cobrar su ritmo habitual.

Estaba Fernando en la galería, tocando la puerta de la embajada, cuando el chirrido brusco de neumáticos, le hizo volver la cara. Del automóvil de los hermanos Gianni y Liliana Cavagliano se apeó Manuel Tavárez Justo (Manolo), quien de inmediato saltó la pequeña verja del inmueble y se les unió. El embajador Ernesto Soto Reyes les recibió de inmediato y les permitió entrar al ser informado del golpe.

En la residencia del frente, donde vivía el coronel piloto Guarién Cabrera, se había doblado la custodia militar.

Fernando Ortíz pasaría varios días junto con Manolo Tavárez en la embajada de México. Más tarde, ese mismo miércoles 25, se refugiaron allí otros tres jóvenes, alegando persecución política. Manolo y Fernando tenían la sospecha de que se trataba de policías enviados para vigilar al primero.

Así lo dijeron al embajador, quien aisló a los “sospechosos” en una habitación. En los días siguientes al golpe, las autoridades creían que era Máximo López Molina, el líder del Movimiento Popular Dominicano (MPD) y no Manolo quien estaba oculto en la embajada. Tavárez y Ortíz llevaban pistolas al cinto cuando llegaron a la sede diplomática.

El embajador Soto Reyes se las quitó pero las puso en un lugar accesible en la eventualidad de que ambos las necesitaran. Esa noche, Manolo se puso melancólico mientras tumbaban cocos en el patio de la embajada. Hablaron del futuro.

El líder del 14 de Junio le contó a Fernando que no tenía más camino que las guerrillas. Fernando trató de disuadirle explicándole que no existían condiciones para un alzamiento. Manolo admitió que lo entendía, pero que carecía de opciones.

–Yo he empeñado mi palabra y no puedo ser menos que Minerva (su esposa asesinada por esbirros de Trujillo), ni ante mis hijos, ni ante mi país. Fernando notó que Manolo tenía húmedos los ojos.

El líder izquierdista salió voluntariamente de la embajada días después, en horas de la madrugada, tal y como había llegado, saltando por la verja. Fernando, en cambio, lo hizo con un salvoconducto a México, junto con otros cinco asilados, el 4 de octubre.

En síntesis

(*) El autor, Miguel Guerrero, es periodista y escritor, Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia.

(**) Este relato está basado en varias entrevistas realizadas a Fernándo Ortiz Bosch en la investigación de mi libro «El golpe de Estado. Historia del derrocamiento de Juan Bosch».

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