El golpe de Estado de 1963 (1 de 3)

El golpe de Estado de 1963 (1 de 3)

HÉCTOR LACHAPELLE DÍAZ
El golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963 ha sido uno de los capítulos más negativos de la historia de la República Dominicana. Tan negativo fue que desembocó posteriormente en la intervención armada de los Estados Unidos de América del 28 de abril de 1965. También, de no haber golpe de Estado, no se desangraría el pueblo dominicano durante la gloriosa Revolución de Abril de ese año, contragolpe dado a las fuerzas retrógradas del país, que devino en Guerra Patria empuñando las armas el pueblo contra el invasor.

De un libro que el autor de este artículo publicará, hemos extraído algunos datos interesantes con la finalidad de coadyuvar al conocimiento de este hecho histórico. El Movimiento Constitucionalista que se desarrolla en las Fuerzas Armadas de la nación, el que en primer lugar trata en un «Plan A» evitar el golpe de Estado contra el presidente Juan Bosch y en un «Plan B» reponerlo en el poder si era derrocado, fue producto de un proceso, de una serie de acontecimientos. No fue coyuntural. Tuvo sus fases bien definidas. Este movimiento tendría como desenlace la Revolución de Abril de 1965.

Aunque hay raíces más tempranas, cosas que se pueden catalogar como parte de ese proceso -donde se podría mencionar los hechos ocurridos el 18 de enero de 1962- me referiré directamente a cuando en el invierno de 1962, a principios de diciembre, retorna de Panamá al país el teniente coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, del Ejército Nacional. Había finalizado en Fort Gulick, Zona del Canal, en la Escuela de Las Américas, el curso de Comando y Plana Mayor, graduándose con excelentes notas.

Al llegar, el teniente coronel Fernández Domínguez invitó a cenar en el restaurante El Dragón a sus amigos capitán Fernando Cabral Ortega, del Ejército Nacional y al primer teniente Héctor Lachapelle Díaz, de la Fuerza Aérea Dominicana. Allí les dijo que el curso realizado le ocupaba casi todo el tiempo y la tardanza en llegar a sus manos periódicos dominicanos, le habían afectado para tener una cabal información de lo que acontecía en el país. Cabral Ortega y el autor, lo pusimos en situación, informándole que las elecciones presidenciales para efectuarse el 20 de diciembre de ese año, lucían, en acuerdo a los analistas políticos y reportes de prensa, favorables al Partido Revolucionario Dominicano. Su candidato, decían, el profesor Juan Bosch, un liberal recién llegado al país luego de estar exiliado durante la dictadura de Trujillo, por su forma de comunicarse con el pueblo, parecía tener la aceptación de las mayorías. El otro candidato lo era el doctor Viriato Fiallo, antitrujillista connotado, de gran reputación y amplio respaldo en la sociedad. Además le enteramos de que en sectores muy importantes de las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica y el empresariado, había animadversión hacia Bosch, al cual tildaban de comunista. La respuesta del teniente coronel Fernández fue inmediata: «Para bien del país y las Fuerzas Armadas, debe respetarse el resultado de las elecciones, gane quien gane». De inmediato exteriorizó su criterio de cual era el rol que tocaba jugar en esa situación a los militares que propugnaban por la profesionalización de las Fuerzas Armadas, que era apoyar el gobierno que resultare de esas elecciones.

La campaña sucia contra el candidato Bosch se desarrollaba fuertemente con las llamadas Manifestaciones de Reafirmación Cristiana y otros métodos deplorables. La conspiración que llevó al golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963 había comenzado contra don Juan Bosch durante la campaña electoral, antes de llegar al día decisivo de las elecciones, las cuales finalmente ganó con el Partido Revolucionario Dominicano y se juramentó como presidente de la República el 27 de febrero de 1963.

El teniente coronel Fernández Domínguez, al retornar de Panamá en diciembre de 1962, fue designado Oficial Ejecutivo del Campamento «27 de Febrero», sito en Sans Soucí, Santo Domingo, donde tenía su asiento la Jefatura de Estado Mayor del Ejército Nacional. Su don de mando y sus actuaciones, así como las conversaciones sostenidas con muchos oficiales de este recinto, como el Campamento Militar «16 de Agosto», al lado del primero, a quienes manifestaba sus puntos de vista con franqueza y elegancia, avalados por su conocimiento de la situación imperante, fueron semillas sembradas en terreno fértil, pues en estamentos bajos y medios de la oficialidad destacada en esos recintos militares, bullía la idea de unas mejores fuerzas armadas, lo que no podía verse si no era dentro del contexto de lo que pasara en el país. Son muchos estos oficiales, de los cuales haré mención en el libro citado al inicio del artículo, del cual este texto es parte de uno de sus capítulos. Pero es bueno significar, que ellos, los oficiales, no tenían predilección política. Pensábamos y ambicionábamos un ejército mejor, donde se respetara el escalafón militar y se hicieran los cursos de capacitación. Tal vez sea más adecuado utilizar en esta etapa, en vez de profesionalización, la palabra capacitación, la cual para el tiempo tratado era más usual. La semilla germinó: muchos oficiales pusieron gran atención a las ideas de Fernández Domínguez, a quien, junto a otros, lo veían como instrumento para lograr sus aspiraciones profesionales.

Repito, que éstos y otros oficiales no tenían tendencia política, procurando la capacitación de las Fuerzas Armadas y desenvolverse en un mejor ambiente dentro de la sociedad, ya que la llamada Era de Trujillo, para provecho político del dictador, había distanciado a militares y ciudadanos civiles.

Es importante señalar que en el mencionado Campamento Militar «16 de Agosto» funcionaba la Escuela de Oficiales del Ejército Nacional y el Centro de Enseñanza de esa misma institución, lo que habla de la calidad de los oficiales destacados allí.

En la Marina de Guerra y en la Fuerza Aérea Dominicana se desarrollaba un proceso parecido desde 1962. Ya para el 18 de enero de este año el entonces mayor Fernández Domínguez había dado un ejemplo de institucionalidad a todo el país, al liderar el movimiento que liberó al Consejo de Estado, gobierno colegiado de la República que estaba prisionero en San Isidro, y lo repuso en el poder.

En la Academia de las Fuerzas Armadas Batalla de Las Carreras, sita en San Isidro, entonces Distrito Nacional, el concepto de casi toda la oficialidad giraba en torno a lo mismo: apoliticidad, capacitación, en la brega diaria por unas mejores Fuerzas Armadas, en no ser utilizados para fines no contemplados en los reglamentos. En privado se trataba los actos deshonestos de oficiales de las Fuerzas Armadas. Se hablaba de temas para la mejoría de las mismas y su adecentamiento.

También había ardientes deseos de profesionalización en el Batallón Blindado, dependencia del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA).

¿Qué pasaba con la oficialidad? Nos habíamos liberado de Trujillo y esto nos permitió pensar en unas Fuerzas Armadas que sirvieran mejor al país y dejar atrás el lastre de la dictadura. Fernández Domínguez palpó esa situación e hizo uso de ella, despacio, a veces abruptamente, pero siempre con coherencia.

Cuando el teniente coronel Fernández Domínguez es transferido del Ejército Nacional a la Fuerza Aérea Dominicana, para junio de 1963, y es nombrado director de la Academia de las Fuerzas Armadas Batalla de Las Carreras, trazó planes concretos y los llevó a cabo para aglutinar en torno a sus ideales constitucionalistas y profesionales a un valioso grupo de oficiales. El recibo de información, los contactos con otros oficiales, los planes para evitar el derrocamiento del presidente Bosch y/o reponerlo en el poder si se consumaba el golpe de Estado, los hacía Fernández con los oficiales que junto a él, hicieron de la Academia Batalla de Las Carreras el germen de lo que sería posteriormente la Revolución de Abril de 1965. Esos oficiales, los de la «Batalla de Las Carreras», fueron mencionados anteriormente. Allí también concurrieron con sus inquietudes oficiales de otros recintos militares.

Como el capitán Lachapelle Díaz era para junio de 1963 comandante del Cuerpo de Cadetes de la Academia Batalla de Las Carreras, Fernández lo utilizó como enlace con el grupo de oficiales del Ejército Nacional del cual estaba a la cabeza el capitán Cabral Ortega en el campamento «16 de Agosto». Lachapelle Díaz había sido cadete del Ejército Nacional y había ingresado en ese mismo recinto militar en 1957, lugar que siempre visitó aunque fuera transferido a la «Batalla de Las Carreras» y luego hiciera carrera como oficial de infantería de la Fuerza Aérea Dominicana. Su presencia allí no era por lo tanto extraña. Pero fueron tantas las visitas de Lachapelle Díaz a Cabral Ortega, que éste llegó a decirle a Fernández Domínguez a través de Cabrera Luna, que «no enviara por un tiempo a Sans Soucí a Lachapelle Díaz, para no «quemarse todos» (testimonio del mayor (r) Roberto A. Cabrera Luna al autor, el 24 de abril del año 2000).

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