El golpe de Estado que yo viví

El golpe de Estado que yo viví

Para la fecha del golpe de Estado en contra del profesor Juan Bosch, 25 de setiembre del 1963, yo era diputado por el Distrito Nacional. El licenciado Antinoe Fiallo Rodríguez me había apadrinado -sin mi conocimiento- para encabezar la lista de nueve representantes de Unión Cívica Nacional (UCN) que  era entonces la cuota legal para el distrito cabecera del país. Pero esto no tuvo resultados. Para complacerlo, dada su gran influencia en el grupo político fui colocado en el mismo primer turno, pero como suplente del primer diputado.

No me hizo la menor «roncha». Soy una persona de bajo perfil y buen dominio del carácter. Tomo las cosas como son.

Ya para el 1962, el propio Antinoe presentó mi candidatura como regidor y apenas duré allí unos tres meses. Renuncié por insatisfacción con el comportamiento del Consejo de Estado. Titulares de los ministerios y de otras posiciones se alejaron también del gobierno provisional de aquel momento.

La regiduría fue igualmente un cargo por decisión del Poder Ejecutivo. El cargo de legislador dependía de la voluntad popular, que en ese caso, expresó sus inclinaciones en las urnas el 20 de diciembre del 1962.

Con poder legislativo y ejecutivo, hubo la previsión  y decisión del gobierno provisional de decidir que, conjuntamente con las elecciones de los miembros del Congreso, se produjera, al mismo tiempo la selección de diputados suplentes.

La razón: Desde que se conociera oficialmente los resultados del evento, los diputados elegidos pasarían a integrar la Asamblea Revisora a fin de dotar al país de una nueva Constitución, ajustada con los principios adecuados para aquel momento. El 29 de abril de 1963 se proclamó la Ley de Leyes que regiría para todos los dominicanos. Los diputados suplentes, que iniciamos la legislatura el 27 de febrero de 1963, conjuntamente con el Senado,  habíamos cumplido esa misión y nos retiramos a nuestras tareas normales.

Dejamos atrás el Congreso (quiero decir que el Congreso nos dejó atrás), y los que como yo, no estábamos al color y al calor de la política partidaria, nos echamos de nuevo la toga al hombro. Es decir: cada quien a lo suyo. Pero ¡oh, sorpresa! Desde el inicio mismo del empeño, el primer diputado, Dr. William Read,  de UCN, médico oftalmólogo, renunció dos veces por las alabanzas y la entrega de los diputados del PRD al nuevo mandatario, que aún no había asumido su gestión, que consideró como una vuelta al endiosamiento. Por esa circunstancia pasé a ocupar la curul que quedó vacante. Los que estuvimos durante siete meses en la Cámara Baja, como los del Senado, fuimos haciendo experiencias suficientes. Evidentemente, había encontronazos. Sólo ensombrecía que cada vez que presentábamos alguna medida a favor de los desposeídos se nos estrujaba en la cara la fuerte derrota que había sufrido la UCN en los sufragios de diciembre del 1962.

En verdad cabe consignar que no pocas veces oímos en la casa del Partido, durante la campaña electoral que, si los contrarios ganaban, no durarían mucho tiempo en el poder. Estuve en esto de aquí para allá y de allá para acá. Decidí alejarme más de donde me encontraba. Esto era para mí un plan asolador.

En una oportunidad, Viriato Fiallo me invitó a visitarlo y, de primera intención, hablamos de mi renuncia al partido. Me dijo que no se había dado cuenta; que no le había llegado mi decisión. Le dije: Están ahí; en mis posiciones claras, firmes y democráticas, en los debates congresionales en las declaraciones a la prensa.

El PRD había sometido el contrato con la empresa Overseas la construcción de la presa de Tavera. En verdad que la convocatoria fue un ejercicio tardío, irregular y caprichoso. Un jueves terminamos a las tres de la tarde, el último día regular para  los trabajos semanales. Una convocatoria para la tarde del día siguiente, ya todo el mundo estaba para su casa, con las tareas ordinarias. Más adelante sometí una moción para revisar la convocatoria de esa aprobación. Tenía a mi vista el caso de una legisladora, que figuraba como asistente a la sesión en que supuestamente se aprobó contrato y que ella, por los lindes de la frontera, recibió  el telegrama el lunes subsiguiente, y otras cosas. Inclusive el caso mío, que aquí en la capital, nunca lo recibí. Para aquellos días, yo dictaba clases para los alumnos de la recién inaugurada Escuela de Sociología de la UASD.

Allá fue a verme al local de sismología, un político contrario al ¿gobierno? y me habló acerca de someter de nuevo la revisión del susodicho contrato para la construcción de la presa de Tavera.

Le respondí: Yo no recibí la convocatoria original. Por eso, hace unas semanas me permití solicitar la revisión del trámite «cumplido», y si hubiere lugar la reconsideración del contrato mismo. Y perdí.

Juan Bosch, “presidente de la República se encontraba en Méjico, invitado oficialmente. “No soy yo,  por razón alguna quien va a rebajar la dignidad que le corresponde como dominicano y, mejor aún, como presidente de la República».

Me dio las gracias. Giró media vuelta y se marchó.

Otro caso fue el de un catedrático de la misma Escuela. Me preguntó: ¿A qué hora terminas tus cátedras?  Respondí: A las ocho de la noche.

Entonces me planteó que lo esperara (o el me esperaba a mí), a esa hora, que coincidíamos. Él tenía su vehículo. Yo no tenía.

A la hora indicada abordé su carro y fuimos conversando desde el local de la Escuela de Sociología (UASD) hasta mi casa, en Santa Bárbara, avenida España. Su misión: Recomendarme, aconsejarme que no apoyara el Golpe de Estado en contra del gobierno de Juan Bosch y me analizó todo el malestar que nos sobrevendría, el retraso que nos causaría y, precisamente ahí nos encontramos «Hoy».

Le aseguré que yo estaba lejos de esos movimientos. Que no tuviera cuidado.

Ambos profesores ya fallecieron. Una de las razones por las cuales no doy sus nombres a la prensa.

E.P.D.

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