El golpe del 63

El golpe del 63

En estos días, con motivo de otro aniversario de la caída del gobierno sietemesino del profesor Juan Bosch en 1963, se está produciendo la cíclica apoteosis boschista cuyo apogeo fue hace unos meses con la celebración de un año dedicado a exaltar la memoria de este dominicano excepcional.

Seguramente es verdad, como creo dijo algún famoso escritor latinoamericano, que si Bosch se hubiese dedicado por entero sólo a las letras habría terminado siendo cuando menos candidato –si no ganador- del Premio Nobel de Literatura.

Pero don Juan fue absorbido por la política durante su exilio, desempeñándose en Cuba como asistente a presidentes y políticos e incorporándose a los movimientos anti-trujillistas de los exilados, destacándose entre ellos por su enorme talento.

Una serie de afortunadas circunstancias, que quizás comenzó cuando en Costa Rica le cayó en el regazo la presidencia del naciente PRD de la manera más inesperada, condujeron a Bosch por los vericuetos políticos hasta que alcanzó la Presidencia.

Contrario a lo que se ha dicho tanto que parece una verdad absoluta, que es que Bosch fue tumbado por una conspiración terrible entre la Iglesia, la oligarquía y los americanos, la evidencia histórica indica que él mismo puso fin a su gobierno por su incapacidad de lidiar con los militares.

Hubo muchos otros indicadores de la incapacidad de Bosch como hombre de Estado, desde su intento de prácticamente disolver el PRD al cerrar sus locales hasta su torpe manejo del incidente en Puerto Príncipe cuando soldados ocuparon nuestra embajada que por poco desemboca en una guerra con Haití.

En siete meses hubo rotación de su gabinete por escándalos de corrupción, aunque Bosch permanezca como referente de honestidad en el ejercicio político.

Está documentado hasta la saciedad que Bosch prácticamente se hizo tumbar al ofrecer renunciar por su insensato afán de desconocer las mejores maneras de bregar con la guardia.

Hoy Bosch refulge como ejemplo de muchas cosas buenas y es apropiado tenerlo como referente moral. Pero es un pésimo ejemplo de sentido práctico y habilidad o destreza de Estado.

Esa fatal dicotomía, paradójicamente coexistente en un mismo hombre, prueba cuan compleja e intensa era la personalidad de Bosch.

Es una pena que al exaltarlo, como merece su proceridad por otros buenos motivos, se pretenda ignorar sus fallas, que tantas lecciones encierran y que no deben olvidarse jamás.

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