El golpe, más  allá de su condena

El golpe, más  allá de su condena

El presidente Manuel Zelaya, sin que lo anunciase al momento de ser seleccionado candidato presidencial, asumió un discurso de distanciamiento y condena a los privilegio de sectores económicos/eclesiales hondureños y de reivindicación de los derechos de los pobres de su país en ejercicio de su mandato, concomitantemente con un activismo político en estrecho vínculos con gobiernos de la región de impronta izquierdista que nadie lo vislumbró, ni mucho menos esperó.

Esa circunstancia determinó la contradicción entre un presidente que quiso impulsar reformas y una estructura de poder, vale decir de relación de clases, que se lo impedía. Este es el drama, que no solamente ha vivido Honduras con el presidente Zelaya, sino que como experiencia, la viven y han vivido la mayoría aplastante de los países de este continente.

Las declaraciones de Zelaya de que necesitaba más tiempo en el poder para llevar a puerto su proyecto de cambios, son claros indicios de que su intento de llamado a una consulta para el pueblo se expresase sobre una eventual convocatoria de una constituyente era para consignar la reelección presidencial como forma de resolver esa contradicción.

Sin discutir la pertinencia y el carácter legal o no de esa consulta, está claro que esta tenía como objetivo la reelección presidencial, mediata o inmediatamente después del mandato en ejercicio. Este aserto no significa, absolutamente, que se justifica execrable acción de los golpistas, lo hago como reflexión sobre la relación que existe entre el tema de la institucionalidad como elemento consustancial del carácter realmente democrático de un proceso de cambio y el tema de la reelección presidencial en esta parte del mundo.

Existe una tendencia a personificar los procesos de cambios, a impulsar procesos de carácter reformista o revolucionario centrados en el carácter mesiánico de su principal dirigente entronizado en el poder hasta que la muerte lo separe, a creer que la única fuerza motriz es esta figura, dándose casos aberrantes de transmisión de mando por herencia familiar. La historia está llena de procesos de esta naturaleza que no logran resolver el problema de la institucionalidad de la rotación de dirigentes en la conducción de los procesos.

Es posible que el contexto en que discurría el ejercicio del poder de Zelaya no le ayudaba a visualizar este problema con posibilidades de superarlo, por eso, independientemente de lo que diga ahora, recurrió a la cultura de la reelección, la que tiende a generalizarse en nuestra región, luego de ser superada la época de los golpes de estado con gorilas ocupando la primera magistratura del Estado. 

Recomponer el cuadro, luego de la ilegal e injustificable asonada militar, es tarea del pueblo hondureño. A quienes nos batimos por el impulso de cambios sustantivos en nuestros países nos toca reflexionar sobre lo difícil que resulta el camino hacia la institucionalidad como marco que garantice cambios sociales que descansen la participación y en democracia política y económica.

El golpe en Honduras, más allá de su justa condena, es una buena ocasión para hacer esta reflexión.

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