El gran misterio de tu pasión

El gran misterio de tu pasión

AUGUSTO C. SÁNCHEZ
Qué bueno es alabarte y bendecirte, poder confesar cada día nuestro asombro por las maravillas del gran misterio de tu pasión. Apenas puedo entender tu inmolación en la cruz; sin embargo, la acepto y la vivo por la fe ciega que he depositado en ti. Con ello demostraste el gran amor que le tuviste a los que te rechazaron y te negaron; diste muestra del interés que le tienes a los que, de una manera u otra, por acción u omisión, hoy al igual que ayer, te muestran sus espaldas y te niegan.

A pesar de haber sido el más grande entre los hombres, te hiciste el más pequeño entre ellos. A pesar de tenerlo todo, preferiste quedarte sin nada; si algo quedó en ti, fue tu cuerpo agonizante y desnudo, lleno de dolor y sufrimiento, flagelado y maltratado y para que en ti nada denunciara pertenencia alguna, despojaron de tu santo cuerpo hasta la túnica que vestías, la arrebataron y rifaron tus verdugos. apenas unos trozos de tela, tres clavos y unas amarras, un madero, una breve e irónica ovación y una corona de punzantes espinas, que sin proceder de ti, ambientaban con rasgos de muerte, tu pasión y crucifixión.

Verdaderamente que fue grande tu entrega, siendo el hijo de Dios, voluntariamente ofreciste tu vida, escogiste la crueldad y los oprobios más desconsiderados que pueda soportar un ser vivo; sin hacer uso de los Angeles y Arcángeles del cielo que te rodeaban y que estaban prestos a servirte, preferiste experimentar, delante de los hombres, la soledad más grande y aterradora. La impotencia no dejó de estar presente en tu agonía, por momento, sentiste y sufriste como hombre, lo hiciste para que pudiéramos dimensionar el precio que pagabas por ello; lo humano te abatió y traspasó lo terrenal. Recuerdo apesadumbrado y con tristeza cuando exclamaste “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, como si te faltase Dios; sin embargo, teniéndolo todo, lo entregaste todo, hasta tu madre cediste al pie de la cruz “Hijo, aquí tienes a tu madre”.

No te importaron los rechazos, las blasfemias, mucho menos el dolor y las ofensas de este ser racional llamado “hombre”, que con alma, inteligencia y voluntad te hacia padecer. A pesar de estas características que lo pretenden distinguir y diferenciar del resto de la fauna animal, son muchas las veces en que actitudes de irracionalidad y de desalmado corazón desdicen de él, de nosotros.

Me gustaría en este momento repetir y meditar aquella interrogante sin respuesta, cuando el salmista gritó: “¿Quién es el hombre para que te acuerdes de él…?” ¿Quiénes somos, Señor, para que hayas fijado tu mirada en nuestro ser, para que hayas inmolado tu vida por el hombre? Quizás nos miraste a lo interno de nuestras almas y aún cifras esperanzas de reconciliación y de conversión para tus hijos.

Ahora, ¿qué esperas de mí? ¿Quién soy yo para que, a pesar de mis infidelidades, me demuestres tanto amor? El gran misterio de tu pasión, el misterio pascual de tu crucifixión, muerte, resurrección y gloriosa asunción pudo haber sido la mejor excusa para descansar del ser humano; sin embargo, a pesar de haberte marchado, cuando subiste al cielo, decidiste volver para no partir jamás. “Me voy pero volveré”. “Estaré con ustedes todos los días hasta los confines de este mundo”. Todo esto sigue provocando mi asombro.

¿Qué hay en mí para que decidieras acompañarme, para que hayas elegido ser mi amigo fiel? Te sacrificaste y aún lo sigues haciendo. No puede haber otra razón que no sea el infinito amor que le tienes a cada uno de tus hijos; no hay mayor acto amor que cuando alguien entrega su vida por la de sus amigos. Cada día te entregas, te partes y repartes en la Eucaristía, sacramento por excelencia. Tener hambre de pan o de alimentos físico, es común en todo ser viviente, si no comemos moriremos indefectiblemente; sin embargo, tener hambre de ti es otra cosa, implica alcanzar el conocimiento y gusto del alimento espiritual que se nos brinda eternamente, tu cuerpo y tu sangre preciosa, significa desear reciprocar el infinito amor brindado. Es la propia vida que se hace presente, la vida que trasciende las fronteras entendibles del hombre, que va más allá del raciocinio, trae consigo promesas de glorificación, eternidad, paz, alegría, ausencia de dolor y de pecado y presencia de Dios. De no hacerlo, padeceríamos de hambre espiritual.

Que gran misterio el de la Eucaristía, alimento por excelencia, en ella te miro y te admiro, te pienso en el Sagrario y confieso que sigo sin escapar de la fascinación que ello representa. Todo un Dios a quien se le practicado el acto de desamor más humillante, el mayor acto de injusticia, no obstante tanta ignominia, hoy como hace dos mil años, responde con el mayor acto de amor y de humildad. Has dado la respuesta de los santos, que significa darlo todo sin esperar nada a cambio y todo por amor. Esto permitió colocarte junto al Padre por la acción de su Espíritu, porque eres un Dios único y trino.

Independientemente de mis interrogantes, delante de ti no tendré otra actitud que no sea la de adorarte por siempre. A pesar de mi incapacidad de poderte dimensionar, haberte conocido ha sido mi gran dicha, por lo que eres mi mejor tesoro. Jamás pagaré con indiferencia tu presencia amorosa, tu entrega por mí y para mí me compelen a no hacer otra cosa que no sea seguirte por siempre. Estoy amorosamente obligado a alabarte y a bendecirte, a darte gracias por el llamado que me has hecho y que procura mi santidad; mucho más Señor, estoy comprometido a proclamarte donde quiera que vaya. Amén.

¡Alabemos al que ha resucitado y vive en medio de nosotros, JESUCRISTO!

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