El grito de la academia

El grito de la academia

Los terribles y voraces incendios forestales que en tan poco tiempo y en forma sucesiva han devastado grandes extensiones de montañas y bosques protegidos de nuestra geografía sin que a la fecha se haya podido determinar si su ocurrencia fue provocada por la intensa y prolongada sequia, por la mano del hombre ignorante o desaprensivo, o causado por manos criminales movidas por intereses poderosos espurios al amparo de la impunidad, ha motivado que la Academia de Ciencias de la República Dominicana en una concurrida rueda de prensa celebrada el pasado jueves 14 de mayo, lance un grito desesperado, un grito al cielo reclamando al Presidente Danilo Medina “poner en funcionamiento el Consejo Nacional para protección del Medio Ambiente y los Recursos Naturales” recomendando una reorientación de la política ambiental antes de que sea demasiado tarde.

No se sabe si ese grito que recoge centenares de voces importantes de la población consciente de la magnitud del drama sufrido y los estragos que pueda causar, alcanzará a las alturas y obtendrá eficaz y oportuna respuesta como suele suceder cuando se trata de captar votos de simpatía en aprestos electorales. La Academia de Ciencias, que cuenta con una selecta y calificada membresía interesada en cooperar y ofrecer sus servicios a favor de las variables riquezas naturales renovables y no renovables que nos brinda la naturaleza pero rara vez es consultada o requerida en la búsqueda de soluciones alternas. Desde hace más de una década, apenas cuenta con una miserable asignación presupuestal de un millón de pesos, como si el valor adquisitivo de la moneda nacional no se hubiera depreciado, como si la ciencia, la investigación y la tecnología poco importaran.

La Ley General de Medio Ambiente No. 64/2000, en su artículo 19 dispone la creación del Consejo que estaría integrado por representantes de diversos sectores e instituciones de la vida nacional que deberán “programar y evaluar las políticas nacionales en materia de medio ambiente y establecimiento de la estrategia nacional para la conservación de a biodiversidad”. Pero ha sido letra muerta en un país donde se legisla pero las leyes se violan, ignoran o no se cumplen, donde prima la improvisación, la falta de racionalidad, el consumismo, la indolencia y nuestros recursos naturales garantes de nuestro futuro desaparecen en manos de un Estado depredador concebido como patrimonio personal del poder gobernante, sin respeto al Soberano, de su reclamo y necesidades, no obstante la ostensible tasa de crecimiento de la economía y el PIB, según se proclama.

Somos un puntito que se diluye en el universo, un pedacito de mar y tierra de nuestro maravilloso planeta que corre grave peligro de extinción, próximo “a un punto de no retorno”. Que lucha por no morir frente a la capacidad destructiva del hombre. Si no le prestamos atención a nuestro terruño, si no protegemos lo poco que tenemos: “¿Qué nos dirán nuestros hijos y nuestros nietos?”. Es la pregunta angustiosa (Leonard Boff) que debería preocuparnos antes que la parca toque la puerta del difunto.

 

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