El guardia que anda solo

<p>El guardia que anda solo</p>

HAMLET  HERMANN
Hace unos días la prensa recogió una información sobre las amenazas hechas por “sectores poderosos” contra el principal funcionario de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD). Evidentemente, aquello trató de ser un acto de intimidación contra el mayor general Rafael Ramírez Ferreiras producto, quizás, de aquellos perjudicados por su correcta y firme aplicación de la ley.

Para analizar una situación como esta hay que entender que intimidar es sinónimo de amagar y no dar. Intimida aquel que busca transferir su propio miedo hacia aquel que lo hostiga, lo persigue y lo neutraliza. Intimidar significa impotencia e incapacidad para enfrentar a su adversario que, en este caso, es la máxima autoridad en la represión al narcotráfico. En definitiva, la intimidación es una señal de debilidad y las autoridades no pueden recular ni meterse en miedo por el hecho de que alguien llame por teléfono y amenace con escopeta descargada. Si por una llamada telefónica y un titular escandaloso en la prensa alguien se asusta, preferible que recoja sus motetes, compre una mullida mecedora y se retire a su casa a criar hijos y nietos.

Por suerte, creemos que Ramírez Ferreiras no es de esos. Amigos que lo aprecian le han puesto el sobrenombre de “el guardia que anda solo”. A diferencia de todos los demás funcionarios gubernamentales civiles y militares, no transita precedido, ni acompañado, ni seguido por ridículas escoltas motorizadas con disfraces de carnaval para cuidarlos de un enemigo inexistente. A diferencia de sus colegas gubernamentales, es articulista habitual de “El Nacional” y sigue publicando libros en los que expone sus ideas sin tapujos y sin adulaciones. Su nombre nunca ha estado en los temas de conversación sobre corrupción ni sobre abusos, aunque sí como un tenaz rebelde de boca dura. Parece ser una de esas personas que piensa al tiempo que habla y actúa de manera coherente en función de ese pensamiento. Por lo tanto, no es material para el uso habitual de los politiqueros a menos que el problema a resolver sea desesperante y exija de alguien con ruedos en los pantalones. Y por esas actitudes diferentes, quizás por eso, no ha llegado al cargo donde debía estar. Los sumisos son siempre preferibles para los fines politiqueros.

Luego de la reciente intimidación contra Ramírez Ferreiras, la reacción lógica de los medios de comunicación fue atribuirle ese desmán al narcotráfico. “Narcotráfico” puede ser cualquier cosa dependiendo de dónde se está ubicado en la estructura política. Eso es algo tan difícil de definir como “mercado”, “terrorismo”, “democracia” o “libertad”. Esas son denominaciones ajustables de todo terreno que a menudo son usadas para justificar lo injustificable. Pero también debe admitirse, sin que luzca aventurado, que la intimidación contra el “zar antidroga” pudiera ser obra de algunos de los 3 mil 745 agentes honoríficos de la DNCD que Ramírez Ferreiras encontró allí, quienes se beneficiaban de un carnet para, en muchos casos, delinquir bajo el manto de la lucha contra la droga. Como tampoco puede descartarse que la provocación proviniera de algunos de los miles de militares que expulsara poco tiempo después de su llegada al cargo por el comportamiento delictivo que practicaban.

La acción intimidatoria contra Ramírez Ferreiras puede interpretarse asimismo como otro eslabón de la cadena de anti valores que domina la administración pública. Son ya habituales los casos en que alguien denuncia actos de corrupción y, en vez de sancionar a los corruptos, el agredido y sancionado es aquel que busca el respeto por la ley. Casos de ese tipo son tantos que no hace falta enumerarlos. Su cotidianidad los hace inolvidables. Puede que el comportamiento tenaz y apegado a la ley del “guardia que anda solo” moleste a algunos porque actúa como imán que atrae con su magnetismo a las personas sensibles a la moral y la ética correctas.

Si es miedo lo que se quiere provocar con amenazas, no puede olvidarse que nadie es, por naturaleza, ni valiente ni cobarde. La valentía y la cobardía son cuestiones de motivación, de conciencia plena en relación con lo que se dice defender. La gallina es el mejor ejemplo de esto. De ésta se dice que es el animal más cobarde porque huye ante el mínimo aspaviento que se le haga. Sin embargo, cuando alguien intenta agredir a sus pollitos, la gallina se convierte en fiera capaz de exponerse a las peores consecuencias por defender lo que su instinto maternal le indica. Lo mismo puede decirse de los humanos: personas con convicciones profundas no son proclives a ser amedrentadas porque sus convicciones son más fuertes que sus temores. Esperemos que este sea el caso.

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