El guardián de la bahía

El guardián de la bahía

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO
En el extremo sur de la playa de la Bahía de las Águilas (Parque Nacional Jaragua), en una cueva (abrigo) que le sirve como refugio, habita “el guardián de la bahía”, un hierático petroglifo que exhibe tan soberbia majestad que ninguna otra responsabilidad podría pensarse que se le encomendara.

Este petroglifo, de ojos oblicuos en una cabeza monumental, de “mirada” fija en la lejanía del mar, de brazos encorvados hacia sí –como llamando a su atención–, y en el que se interpreta cierto elástico movimiento de todo su cuerpo hacia su izquierda, mantiene la boca entreabierta, como susurrando durante milenios un conjuro alusivo a esa responsabilidad que carga por toda la vida, la suya y la del entorno que guarda.

La mayor parte de las representaciones aborígenes, principalmente aquellas de origen Igneri o Taína, no tienen todavía una interpretación definida. Apenas aquellas a las que los cronistas de indias se refirieron con cierta especificidad y que describieron con algunos detalles son posibles de identificar. Pero cientos de figuras que se multiplican por todo el territorio nacional –tanto entre cuevas como sobre piedras de río y lugares muy apartados– sumando decenas de miles, y que además guardan mucha semejanza entre sí, no se les tiene una interpretación particular, aunque sí se les puede asociar al lugar en que se encuentran.

Nuestros aborígenes fueron animistas casi en grado extremo. Todo lo que existía a su alrededor poseía vida. Por tanto, cada parte de ese todo tenía una deidad a la que se debía culto.

Es por eso que en el caso de la Bahía de las Águilas –sin ningún argumento científico, claro está–, pero recurriendo a la premisa esencial de la ciencia: la observación, estamos asociando el petroglifo que se encuentra en la cueva en cuestión a la bahía misma, tomando simplemente la observación de su colocación y su expresión.

Lo de su colocación puede asociarse a la bahía partiendo de la costumbre de los Taínos –seguramente heredada de los Igneris– de colocar determinadas figuras en determinados sitios con los que estuvieran asociadas. Por ejemplo, Boinayel (dios de la lluvia) con manantiales o recursos de agua; Yucahú Bagua Maorocotí (dios de la agricultura) en sembrados de yuca y otros productos; Maquetaurie guayaba (dios murciélago de los muertos) en las cavernas; Atabeira (madre del ser supremo) en el centro de todas las representaciones de dioses secundarios. Y así por el estilo.

Aunque en el centro del farallón que delimita la planicie del contorno de la playa de Bahía de las Águilas hay otro abrigo con un monolito incrustado en la roca, éste debe estar asociado a otros elementos animados de la zona. Quizás a los vientos, dada la similitud que muestra el cilíndrico monolito con el Mahoru Taíno, y la ubicación del mismo en la parte baja del farallón, donde se estrellan los vientos que llegan a la bahía.

Asociadas también a estas representaciones están otras manifestaciones que tienen mucho que ver con los resultados esperados por la presencia de petroglifos, pictografías y monolitos dispersos por todo el archipiélago caribeño. Resultados esperados por los aborígenes autores de esas representaciones y su relación con las energías eternas de la naturaleza.

Aunque desdeñados por las culturas que sustituyeron a las aborígenes, muchos eventos que han ocurrido han pasado desapercibidos para aquellos que –ignorando o despreciando la presencia energética en la naturaleza– no han tomado en cuenta si esos eventos están relacionados con las creencias aborígenes y su vinculación con la naturaleza. Uno de esos eventos, muy repetido por cierto, es la dolorosa pérdida de familiares cercanos (hijos, hermanos, esposas) de aquellas personas que han violado sitios sagrados indígenas en busca de sus objetos para convertirlos en dinero.

La destrucción de sitios sagrados de nuestros aborígenes ha acarreado consigo situaciones trágicas –inexplicables para nuestras culturas– tanto en términos personales como de grupos humanos, sociedades, etc. Bahía de las Águilas tiene las características de un sitio sagrado, un sitio de poder cuya violación podría acarrear serias penurias, tanto a la región como al país.

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