El haitiano musulmán

El haitiano musulmán

Invitado por su gobierno, para participar en una conferencia internacional, estuve recientemente en Doha, capital de Qatar, país árabe que antes era una aldea de pescadores de perlas al borde del desierto pero hoy, gracias al gas natural que representa el 66% de su Producto Interno Bruto (PIB), uno de los más ricos del mundo.

Sus ciudadanos, quienes pueden ser reconocidos por portar una vestimenta uniforme, no pagan impuestos, ni aranceles. La electricidad, las guaguas y el agua (proveniente de grandes plantas de desalinización) les salen gratis, así como los servicios médicos y de educación.

Los primeros incluyen hasta recibir tratamiento en el extranjero y los segundos se benefician de la presencia de las universidades europeas y norteamericanas más prestigiosas. Para disfrutar del golf, sin sufrir del terrible calor, se juega de noche con una iluminación perfecta.

Lo mismo en los hipódromos.

En los parques hay wi-fi para disfrutar de la Internet.  Los más afamados arquitectos del mundo diseñan los rascacielos que brotan del desierto.  Como su arte histórico es tan pobre, crean museos comprando carísimo arte islámico en subastas en Christie’s y Sothebys.

Los hombres qatarí gozan de todos los derechos, sin incurrir en ninguna obligación.

Entre las obligaciones ausentes está la de trabajar como obreros, pues tan sólo son empleados en labores de cuello blanco. Las mujeres no trabajan. Para las labores duras, obreros de la construcción, en la industria del gas, el servicio doméstico, empleados de tiendas, hoteles y restaurantes están los musulmanes que son traídos desde Pakistán, la India, Bangladesh, etc. y que ya constituyen las tres cuartas partes de la población total del país.

Llegan bajo contratos muy estrictos de varios años firmados con sus empleadores “auspiciadores”. Con raras excepciones, no pueden traer al cónyuge.

Les está prohibido, bajo riesgo de cárcel y luego deportación, mantener relaciones amorosas con nadie.

 Viven en zonas apartadas, en edificios de varios pisos y allí tienen sus supermercados con la comida de su país de origen. Un seguro médico les permite el uso de los hospitales. Tienen acceso a escuelas para ellos, diferentes a las de los nativos. Durante ciertos días no pueden entrar a los “malls” de grandes tiendas, con canales estilo Venecia e impresionantes acondicionadores de aire.  Tienen que vestir diferente que los qatarí.  Remesan regularmente sus ahorros. No laboran en la agricultura porque los desiertos no se prestan para eso y, además, toda la comida es importada. Tampoco hay industria, excepto la de gas y petróleo. No pueden obtener la ciudadanía qatarí.

Las organizaciones pro derechos humanos critican a Qatar por mantener a esa mano de obra extranjera en condiciones bajo las cuales no se les permite protestar, haciéndosele difícil poder retornar a su país antes de tiempo, o renunciar a su trabajo.

¿Bendecirán Alá y su profeta esta situación? ¿Cómo compara con el tratamiento que los dominicanos damos a los haitianos? Les negamos la ciudadanía y, en muchos casos, la educación, pero pueden traer su cónyuge. Nuestro seguro social no los cubre. Entran y salen sin control. Constituyen alrededor de un 8% de nuestra población total. Pueden vivir donde quieran. También remesan.

Contrastes y coincidencias.

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