“Cuando el hambre da calor, el mango la refresca”, dice el refrán que promete un alivio a la falta de comida, la que está bajo ataque del cambio climático que daña cosechas a los banilejos
Entre unos índices y otros que ilustrarían sobre la “calidad de vida” en República Dominicana, la alegada disminución del hambre recientemente reportada encuadra en un panorama de cifras que siguen asignando importancia al bajo poder adquisitivo, que es como decir que en el país se podría comer más o menos bien sin dejar de cargar la pesada cruz que causan otras necesidades porque entre varios signos el salario mínimo más alto vigente genera un faltante mensual en el ingreso familiar de RD$21.358 para cubrir el costo de la vida. Más gente de lo que podrían reportar las mediciones ordinarias se podría estar manejando muy precariamente.
Un informe sobre nutrición en la región del Caribe reportaba en el 2019 que en el país de los dominicanos se registraba la carga múltiple de que 1 de cada 10 niños menores de 5 años presenta sobrepeso u obesidad por dietas deficientes e irrisorias y que 1 de cada 10 de otros menores sufre desnutrición crónica (10%). Cuatro años después (2023) el hambre aparece como disminuida de un 8.3% a un 6.7% acabando de transitarse por el naufragio social de la pandemia que hizo subir dramáticamente el desempleo y paralizó por más de doce meses diversas actividades productivas con toques de queda que encarcelaban virtualmente la mano de obra.
El 49% de los habitantes dijo no hará mucho a encuestadores de la firma Gallup que desea irse del país, signo de desaliento colectivo bajo la arremetida de muchos desempeños informales a los que recurre más del 50% de las personas en edad de trabajar y que se están ganando la vida al margen de las reglas del mercado laboral de cuyo amparo depende el cumplimiento de obligaciones de orden salarial y de protección social que corresponden los empleadores.
“De julio del 2021 cuando se fijaron los nuevos niveles de salarios mínimos del sector privado no sectorizado, la brecha deficitaria entre los diferentes niveles salariales en la escala mínima se ha ampliado entre 4 y 5 puntos porcentuales con relación a las distintas canastas básicas de bienes y servicios que demandan las familias según su nivel de ingresos”, situación puesta de relieve en un texto reciente por el ejecutivo periodístico y analista Héctor Linares que abrevó en fuentes de crédito.
La pobreza, un contexto al que el hambre entra sin pedir permiso, es descrita como multidimensional por los expertos e incluye, a grandes rasgos “la privación de los activos y oportunidades esenciales a los que tienen derecho todos los seres humanos incluyendo el derecho a disponer de viviendas adecuadas” y una estimación de la entidad internacional Oxfam colocaba el déficit habitacional de República Dominicana en el 2021 en 865,829 unidades para familias que en promedio estarían compuestas por cinco o más personas. Que el lector haga su propia multiplicación para saber a cuántos llegan las personas alojadas bajo techos malhadados.
Las dos caras
El color rosa conque es exaltado el crecimiento de la economía en los últimos años (5.5%; 2022) es un matiz que no corresponde mucho por culpa del efecto sobre el ingreso familiar que se ha visto diluido por las alzas de precios con la inflación llegando a 9,4% en julio pasado. Aun siendo cierto que la tasa de pobreza descendiera, un diagnóstico del Banco Mundial bastante reciente señalaba que en República Dominicana el acceso a oportunidades económicas para la subsistencia y a los servicios públicos no son suficientes.
Razonablemente, solo un milagro puede haber cambiado la suerte de muchos asalariados (digan lo que digan las estadísticas) si organismos internacionales se atreven a decir que: “a pesar de (haber ocurrido) un aumento en el gasto social para mitigar el impacto de la pandemia, las estimaciones oficiales de pobreza aumentaron en 2,4 puntos porcentuales a 23,4% en el 2020”, después de haber mantenido una tendencia creciente. Para una de esas importantes entidades multilaterales, aquí es lento el ritmo de reducción de la pobreza porque había sido incompleta la recuperación de la actividad económica y de los principales indicadores laborales en el curso del 2022.
Algo más: El Banco Mundial sostuvo hace poco que: “Las brechas preexistentes en las tasas de participación laboral y empleo entre mujeres y hombres se han ampliado después de la crisis de la pandemia y se han evidenciado pocos avances. La mitad de las mujeres en edad de trabajar son económicamente inactivas en comparación con el 23 por ciento que afecta a los hombres”. Puede deducirse que la declinación de ingreso de muchas familias por diferentes causas tiene que traducirse en frecuentes apagados de fogones o de reducción del uso de la candela para cocer alimentos.
Gastar o morir
Todo indica que uno de los factores que erosionan el poder de compra para alimentarse y obtener otras importantes satisfacciones primarias en el país se manifiesta en el incumplimiento de la recomendación de la Organización Mundial de la Salud de que las familias solo tengan que dedicar el 20% de sus gastos a sanarse de enfermedades. Entre los precios de más pavorosos aumentos durante todo el año pasado figuran los de los fármacos especializados que solo son efectivos curativamente cuando por ellos se paga un ojo y la mitad del otro. Sobre los subsidios de las aseguradoras a sus afiliados para esas adquisiciones es mejor no preguntar.
República Dominicana figura en la lista de países de alto gasto de bolsillo para cubrir atenciones médicas y disponer de medicamentos en porcentajes situados entre el 26% y el 30%, lo que implica que para una alta proporción de los dominicanos colocados en los insatisfactorios niveles de los salarios mínimos, enfermarse está prohibido y la muerte les queda más cerca que al resto de los mortales que viven en la gracia de las remuneraciones apropiadas. Las urgencias por sanar se divulgan por la prensa que regularmente publica súplicas de asistencias caritativas a modo de donaciones privadas. Pedir, pedir, pedir.
Es verdad de a puño que la falta de reformas a la Seguridad Social acentúa la pobreza en República Dominicana, un daño de magnitud que se explica en una pregunta recientemente formulada por el Colegio Médico a propósito de su confrontación por mejor paga para sus servicios por parte de las Administradoras de Riesgos de Salud: “¿Creen acaso (las ARS) que la cobertura de solo RD$8,000 es suficiente para que nuestros pacientes cardiópatas, hipertensos, diabéticos e hiperlipidémicos puedan adquirir sus medicamentos durante todo un año?”
¿Calidad de vida?
Contra lo que serían situaciones de al menos moderado bienestar en la población dominicana funciona el trayecto que ha llevado la economía, acentuándose con la pandemia, que hace cada vez más numeroso al sector informal, lo que implica que la fuerza laboral tiene un elevado porcentaje de subutilización. El registro más reciente de magnitudes indica que en el 2022, tras lo peor de la pandemia, la masa laboral informal creció en 131,045 individuos en lucha por ganarse la vida y con probabilidades de quedarse sin nada al poco tiempo. El ámbito formal solo recuperó 105,913 plazas.
Aunque la Constitución dominicana en su artículo 15 considera al agua un patrimonio nacional estratégico para uso público e imprescindible, un informe del Banco Interamericano de Desarrollo que no ha perdido actualidad afirma que miles de familias dominicanas batallan día a día para adquirir el líquido con calidad mínima. Un 13.3% de la población (casi millón y medio de personas) carece del servicio de agua potable.
“Las familias que no tienen acceso al agua potabilizada o que están atadas un servicio deficiente deben incurrir en gastos adicionales para la adquisición del líquido y desarrollar actividades diarias que lo demandan, costos que se suman a la canasta básica. Se calcula que para una familia de cuatro personas el costo mensual del abastecimiento oscila entre un 3% y un 9% del salario mínimo privado y para el uso doméstico fuera de la red pública es más caro si se procura comprarla embotellada.
La medición de la calidad de vida, según índices aceptados por el por propio Estado dominicano, sitúa el poder adquisitivo de un sector desguarnecido de la población en un punto generalmente «muy bajo» en una escala de 100 en la que solo se llega a 22,36.
Un informe sobre posiciones a nivel global del IDH (Índice de Desarrollo Humano) coloca a la República Dominicana en el lugar de calidad de vida 82,77 que los especialistas califican de «moderado», lejos del de Haití que es de 0,483 (de los peores en el mundo) pero no tan cerca de lo logrado por los países que se llevan la corona en la región: Cuba, Uruguay, Argentina, Chile y Costa Rica.